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domingo, 22 de enero de 2012

El precio del oro

Fuente: Magazine

Un minero en una mina ilegal de la región peruana de Madre de Dios
Rápido! Esconde la cámara. Si la ven, nos darán una paliza”, exclama el conductor de la moto mientras avanza a toda velocidad por un sendero en la selva. De repente, se escucha el rumor distante de motores, un giro brusco del manillar y el bosque desaparece, reemplazado por un desierto que se extiende hasta donde alcanza la vista, repleto de miserables tiendas de campaña recubiertas con plástico azul donde viven miles de mineros.

Es Guacamayo, una de las mayores minas ilegales de oro del mundo, tan grande que puede divisarse desde el espacio y donde los visitantes no son bienvenidos. Este es el corazón de una nueva fiebre del oro que –advierten los medioambientalistas– amenaza con destruir la región amazónica de Madre de Dios, en el sudeste de Perú, que alberga la mayor biodiversidad del planeta.

Mientras la moto avanza por las dunas, surgen a ambos lados del camino grupos de hombres sumergidos hasta el cuello en pozas de agua pestilentes. Se afanan manteniendo las bombas de extracción diésel que succionan el agua y la arenilla donde se esconde el material precioso. Trabajan día y noche y sólo paran un momento al atardecer para separar el oro que después acaba en mercados europeos como Londres o Zurich.

El conductor frena de golpe y otea el horizonte intentando orientarse. Cerca, apoyada junto a un tronco, hay una sencilla cruz blanca con un nombre, Julio César Zabala, 29 años, inscrito en negro junto a su fecha de nacimiento y el día que falleció. Un recordatorio de que las muertes ocurren aquí a diario, provocadas por deslizamientos de tierras, ya que casi ningún minero tiene experiencia y no toman medidas de seguridad.

Media hora después, se alcanza la línea de árboles que marca el límite de este desierto donde trabaja Marco Suárez, un minero de Moquegua, en el sur de Perú, que llegó aquí hace dos años para ganar dinero rápido y regresar a su poblado para comprar “una pequeña chacra”. “Esto es un infierno. Llevamos aquí una semana y a veces trabajamos 24 horas al día, dependiendo de cómo va. Encontramos cinco, seis, siete gramos de oro al día, que son unos 100 soles (29 euros). Intentamos sobrevivir, ojalá hubiera otros trabajos”, afirma casi a gritos entre el ruido ensordecedor de las bombas de extracción.

En mitad de la conversación, un par de mineros se acercan con gesto desconfiado, preguntando al guía qué hace el forastero aquí, mientras otro gritaba “di la verdad” en el lado opuesto de la poza. “La gente acá no quiere hablar”, añade Suárez secándose el sudor de la frente, sacando el agua marrón de sus botas. “Sé que estamos destruyendo el bosque, acá había sólo árboles, ¿pero qué podemos hacer?”. 
Una cruz recuerda a Julio César Zabala, uno de los mineros que cada día mueren en Guacamayo.

En cuanto termina, da media vuelta, atraviesa el barrizal y vuelve a sumergirse en el agua. Nadie más quiere hablar, y el conductor empieza a ponerse nervioso.

Como Suárez, unos 10.000 mineros trabajan en Guacamayo (nadie sabe el número exacto), que ocupa 15.000 hectáreas. Es la mayor mina de oro ilegal en Madre de Dios, aunque hay innumerables sitios similares esparcidos por todos lados. A estos se suman las concesiones legales, que han aumentado de medio millar en el 2004 a más de 2.600 en la actualidad, según asociaciones mineras. Además de inmensas zonas explotadas desde finales de los años ochenta, sobre todo Huepetuhe, donde la minería está mecanizada.

Una fiebre del oro empujada por su precio récord en los últimos años, debido a la incertidumbre de los inversores por la crisis económica mundial. Y favorecida por la construcción de una nueva megacarretera (completada el verano pasado) que atraviesa este territorio virgen hasta hace poco inaccesible. La Transoceánica, de 2.600 kilómetros de longitud y con una inversión de 640 millones de euros, es considerada el proyecto de infraestructura del siglo en América Latina. Ideada en los años setenta, se planeó para permitir a Brasil exportar carne, soja y otros productos primarios a China a través de los puertos peruanos del Pacífico.

Las autoridades estiman que unas 300 personas llegan cada día a esta región desde el empobrecido altiplano usando esta nueva vía, buscando trabajo y con la promesa de una vida mejor. Dos tercios acaban en minas de oro ilegal, sobre todo Guacamayo, accesibles sólo en motocicleta desde miserables poblachos tipo Lejano Oeste surgidos al borde de la carretera, con nombres como Kilómetro 108 o 112, dependiendo de en qué punto de la vía se encuentran.

Allí los mineros encuentran todo lo que puedan necesitar: desde bombas de agua y diésel hasta comida y cerveza. Junto a mercurio, usado para separar el oro de la arena y que los mineros manipulan con sus propias manos. Se importa desde España y Estados Unidos y está contaminando los ríos hasta tal punto que la mayoría del pescado que ahora se consume en la región proviene de pequeñas piscifactorías. 
Una mina ilegal en Madre de Dios. Los mineros usan bombas de extracción de diésel, a veces sobre balsas de madera, succionan el agua y arena. Para separar de ellos el oro usan mercurio, que después vierten al suelo, contaminando las tierras y acuífero
La minería ilegal de oro se ha convertido en una pujante industria que genera un volumen económico equivalente a unos 430 millones de euros al año y emplea a unas 100.000 personas en todo Perú, sobre todo en Madre de Dios, donde unas 150.000 hectáreas de selva virgen ya han sido destruidas. “Madre de Dios es la zona con mayor biodiversidad del mundo al ser inaccesible. La Transoceánica es como clavar un puñal en la última zona extensa de jungla que queda en el mundo”, comenta Oliver Whaley, destacado botánico de Kew Gardens de Londres.

Whaley cree que la nueva ruta dejará el mismo rastro de destrucción que las carreteras completadas en los años ochenta en el lado brasileño. Pero, según él, al contrario de Brasil, las consecuencias en Perú serán fatales: “Madre de Dios es la fuente del Amazonas, su cuenca alta, así que todo nace allá. La manera en que las semillas se dispersan o los peces que remontan la corriente para reproducirse son la base del ciclo nutricional. Si Madre de Dios muere, todo el resto se colapsará”.

A pesar de ello, el tema sólo saltó a las portadas cuando un periódico peruano publicó una historia que denunciaba la minería de oro ilegal y provocó un escándalo en el país. El entonces presidente Alan García –que dejó el cargo el verano pasado– calificó esta actividad de “salvaje” ya que “no paga impuestos, tiñe los ríos color mercurio y fomenta la esclavitud”. Se refería a los cientos de adolescentes de entre 12 y 17 años que cada año terminan en burdeles en medio de los campamentos mineros, víctimas de redes de prostitución infantil.

En el 2010, las autoridades decidieron intervenir y anunciaron la creación de una zona de exclusión minera en Madre de Dios. Pero se vieron forzados a dar marcha atrás después de tres días de violentas manifestaciones por parte de miles de mineros que cortaron la principal vía costera, la Panamericana, dejaron un total de seis personas muertas y paralizaron el sur del país.


Altos funcionarios gubernamentales reconocen la destrucción provocada por la minería de oro ilegal, alentada por la Transoceánica. Pero resaltan que la nueva carretera atraerá a unos 160.000 turistas, sobre todo brasileños, camino de Cuzco y el Machu Picchu. Y agregan que las conversaciones con las asociaciones mineras para resolver los problemas están avanzando y que generarán resultados “inmediatos”.

Sin embargo, casi nadie comparte este optimismo. Esto se debe en parte a la fuerza del lobby minero, muy influyente dentro del Gobierno debido a que el 60% de las exportaciones peruanas son minerales, siendo Perú el sexto mayor exportador de oro del mundo. Esto explica que la extracción minera en el país tenga prioridad sobre cualquier otro uso de tierras.

Según Amado Romero, quien presidió la poderosa Federación de Mineros de Madre de Dios, Fedemin, parte del problema es la facilidad con la que cualquiera puede convertirse en minero ilegal, junto a una falta de voluntad política para enfrentar esta crisis. En tres días –dijo– cualquiera puede comprar un motor chino por 480 euros y con 1.800 euros establecer su propia operación minera con financiación de siete cajas de ahorro que operan en Madre de Dios.

 “El Estado está ausente aquí, les dan igual el manejo ambiental y la formalización de la pequeña minería. En el portal electrónico del Gobierno regional hay sólo tres líneas dedicadas a la minería cuando el 80% de la actividad de la región viene de la minería. ¡Es una locura!”, afirmó Romero.

“Si el Estado no toma las medidas necesarias, esto va a estar descontrolado, hasta las reservas naturales empiezan a peligrar”, añadió, acusando a los periodistas de centrarse sólo en la minería cuando otras actividades como la tala ilegal y la agricultura son igualmente destructivas y han arrasado ya más de medio millón de hectáreas.

Tiene razón. O al menos eso parece cuando se recorre la carretera en dirección al norte, camino de la frontera brasileña, con humeantes restos de bosques carbonizados extendiéndose a ambos lados, interrumpidos de tanto en tanto por pequeñas extensiones de árboles de nuez amazónica, uno de los pocos cultivos sostenibles de la región. Estas tierras, cuyo precio viene multiplicándose a medida que la Transoceánica avanza, seguramente darán paso a pastizales para ganadería o cultivos de palma de aceite africana para alimentar el boyante mercado mundial de biocombustibles.

Pero la tala ilegal, junto con la minería de oro, es la mayor amenaza alentada por la nueva vía. En ningún lugar puede verse esto más claramente que en la pequeña localidad de Alerta, a pocos kilómetros de la frontera brasileña, donde vive José Cahuana, líder indígena local. Como presidente del comité de gestión de bosques, explicaba: “Mi jurisdicción son 700.000 hectáreas, y los taladores están destruyendo la mitad. Sólo es cuestión de que se haga el puente en Puerto Maldonado (la capital de Madre de Dios), que ahora frena el flujo de madera, y ya verás lo que pasará, será el fin”.

Cahuana, que vive en una miserable choza de madera, no deja de recibir amenazas de muerte y hace unos años se salvó por salir de la oficina minutos antes de que llegara el dueño de un cargamento de madera ilegal confiscado. “Estábamos descargando la madera ilegal. Encontró al teniente gobernador en la oficina y le disparó ocho veces. Yo había salido sólo un par de minutos antes. Desde entonces he dejado de patrullar, ¿para qué arriesgar nuestras vidas? La viuda no ha recibido ninguna compensación del Estado, nada, nada”, explica con voz cansada.

¿Ayuda el Gobierno? “Para nada, y la policía es lo peor: cobra por carros de 50 soles para arriba, sea la madera legal o ilegal. Si saben que un camión es ilegal, te piden 250, dependiendo de las especies; si es buena, 500 soles. No puedo más, voy a dejarlo”, aseguraba.

Ángel Gabriel Félix enfrentó una situación similar tras ser nombrado director de una reserva natural cercana que abarca dos millones de hectáreas. Al principio los taladores ilegales le ofrecieron el equivalente a 1.000 euros por cada barcaza cargada de troncos que permitiera abandonar el parque.

“Cuando rechacé esto y seguí frenando los cargamentos, me enviaron chicas bonitas. Cuando eso no funcionó, me amenazaron de muerte”, afirmó, agregando que sólo un golpe de suerte le salvó la vida. Un capitán del ejército estacionado en la zona resultó ser ex compañero suyo de colegio, así que cuando supo lo que estaba ocurriendo le puso un guardia armado en la puerta hasta que Félix cambió de trabajo, hace dos años.

La policía no sólo no hizo nada, añadió Félix, sino que sus jefes en Lima le presionaban para que hiciera la vista gorda con los taladores. Las cosas empeoraron cuando estos finalmente consiguieron sobornar a uno de sus guardas forestales y le pusieron una denuncia con la connivencia de un juez local. “Todavía tengo un juicio pendiente en contra. ¡Aquí si quieres respetar la ley terminas en prisión o bajo tierra! Si el Gobierno no interviene pronto, esto va a convertirse en un desierto como Arabia Saudí”.

by PI

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