Elon Musk forma parte de un pequeño elenco de emprendedores cuyos proyectos están ideados con una única ambición final: cambiar el mundo. Es la misma meta que se propuso Steve Jobs y el pretexto que utilizan Mark Zuckerberg y los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, cada vez que salen a la palestra para presentar sus últimos planes empresariales, ya sea llevar internet a rincones remotos del planeta mediante drones y globos aerostáticos o fabricar vehículos que se conducen solos.
El pasado 30 de abril, Musk presentó Tesla Powerwall, su penúltimo desafío a las normas por las que se rige el planeta –el último es Hyperloop, un nuevo concepto de transporte terrestre a más de 1.100 km/h que pronto entrará en fase de pruebas, coche eléctrico Tesla Model S y Model X–. Se trata de una batería concebida para reducir nuestra dependencia de la red eléctrica convencional. Sirve para almacenar el excedente de energía que producen los sistemas renovables (placas solares o molinos de viento) durante las horas diurnas y liberarlo para su uso cuando el consumidor la necesita –comúnmente por la noche, o en caso de apagón–.
No se trata de un producto revolucionario, puesto que ya existen en el mercado baterías que utilizan la misma tecnología (Li-ion, o iones de litio) y que hacen lo mismo. El potencial disruptivo radica en su precio: la Powerwall de 7 kilovatios-hora (kWh) cuesta en torno a 2.650 euros, 3.000 en el caso de la de 10 kWh. Esto supone un 70% de ahorro respecto a la baterías de litio convencionales –una equivalente del fabricante austriaco Fromius cuesta más de 8.000 euros–.
Hay otros dos elementos que contribuyen a que Tesla Powerwall haya captado la atención de medios de comunicación y potenciales compradores: su atractivo diseño y funcionalidad (se puede fijar en cualquier pared de un edificio o vivienda, por lo que no se ha de ubicar necesariamente en el suelo de un garaje o en una sala de máquinas) y la estrategia de marketing que impulsa cualquier anuncio efectuado por Elon Musk. Basta con guglear “tesla powerwall youtube” para acceder al vídeo de presentación de la batería –de apenas 18 minutos y subtitulado en español–. Cientos de flashes y vítores de admiración saludan la salida de Musk al escenario, del mismo modo que se haría en la rueda de prensa de presentación de una estrella de la NBA o la NFL.
La Powerwall es una carta más de la baraja de productos con la que Elon Musk pretende cambiar las reglas del juego energético. Anteriormente, en el 2006, el emprendedor ideó y cofundó SolarCity, una empresa que diseña, financia e instala sistemas de energía solar fotovoltaica (en los que se puede integrar la batería) en Estados Unidos.
La drástica reducción en el coste de un elemento que contribuye a facilitar la posibilidad de autoabastecerse de energía eléctrica ha llevado a muchos consumidores a hacer números. El coste de una instalación fotovoltaica (los paneles más el inversor que transforma la energía solar en eléctrica) con capacidad para satisfacer la demanda eléctrica de una familia tipo en España –un máximo de 30 kWh diarios, lo que significan 850 euros de factura de luz al año–, unido a lo que vale la batería de Tesla, supone una inversión de unos 8.000 euros. Si se tiene en consideración que los paneles tienen una garantía de 30 años, y la Tesla Powerwall, de 10, el gasto se podría amortizar, teóricamente, en algo más de nueve años.
Uno de los que han realizado este cálculo es Jorge Morales de Labra, ingeniero industrial y vicepresidente de la Fundación Renovables, quien introduce algunos matices: “Una simulación efectuada en Madrid, que computa las horas reales de sol, mide la producción real de una instalación fotovoltaica y calibra estos datos con relación a una curva de consumo normal en el hogar concluye que el binomio placas solares-batería podría cubrir el 93% de la energía necesaria al año”, dice este experto en el sector eléctrico.
¿Pero qué pasaría con el restante 7%? Baterías como la de Tesla no están pensadas para integrarse en instalaciones sostenibles que sustituyan completamente la función de la red eléctrica convencional, sino para que los consumidores tengan la posibilidad de generar fuentes de energía complementarias a esta. Cortar los cables seguirá siendo una opción arriesgada, ya que la energía procedente del sol o el viento es intermitente. Un par de días nublados bastarían para dejar sin alimentación eléctrica a quienes dependiesen exclusivamente de una instalación fotovoltaica, aun contando con la Tesla Powerwall.
Así, el gran caballo de batalla entre los defensores de las renovables para uso doméstico y las compañías eléctricas consiste precisamente en las condiciones que se exigen a los consumidores para cubrir a través de la red eléctrica convencional la parte de energía que no son capaces de producir sus sistemas de autoabastecimiento. Lo que ocurre en la mayoría de los países avanzados –y lo que recomiendan las directivas europeas sobre esta materia– es que las regulaciones favorecen el denominado balance neto. Este tipo de normativas ofrece a los consumidores la posibilidad de verter a la red eléctrica el excedente de energía que producen sus paneles durante el día para después recuperarlo por la noche.
En la práctica, este sistema prevé que las redes eléctricas de cada país hagan la función para la que se han creado baterías como la Powerwall. De ahí que Musk haya declarado que no espera “vender muchas baterías” en EE.UU. En más de 40 estados la regulación obliga a las compañías eléctricas a almacenar la energía sobrante de los equipos fotovoltaicos domésticos y liberarla cuando los consumidores la requieran (siempre que este intercambio no se convierta en un negocio: es decir, el consumidor no puede vender a la red más energía de la que después le comprará). Gracias a este sistema, en territorios como California, la tecnología solar produce alrededor del 10% de la demanda de electricidad de sus habitantes.
Algo parecido ocurre en los países europeos en los que se ha implantado el sistema de balance neto, como Alemania, Italia o Grecia, donde las instalaciones fotovoltaicas cubren más del 7% de las necesidades de luz eléctrica.
Uno de los países en los que, sobre el papel, existiría un incentivo para comprar la batería de Tesla es España. En nuestro soleado país, la ley obliga a los productores individuales de energía renovable a volcar en la red eléctrica la energía que produce su instalación y no consumen. Sin recibir nada a cambio. Por otro lado, existe una amplia percepción social de carestía del servicio de la luz, lo que sustentan los datos. Según la agencia estadística europea Eurostat, España es el cuarto país de la UE que paga más por su factura de electricidad.
Durante el anterior gobierno socialista, España lideró el desarrollo de proyectos sostenibles en Europa. El gobieno de Zapatero ofreció generosas primas para emprender instalaciones de renovables, ya fueran grandes huertos solares o equipos domésticos. Muchos inversores vieron oportunidades financieras. Pero en los últimos años, España “ha desaparecido del mapa” europeo del desarrollo de energía solar fotovoltaica. Lo advierte la asociación europea de la industria fotovoltaica en el informe Global Market Outlook for Solar Power 2015-2019, que ilustra las perspectivas de apoyo político a las renovables en España con una nube negra, lo que la empareja con países como Bulgaria o República Checa. El motivo es el borrador del real decreto sobre autoconsumo propuesto por el Gobierno en septiembre del 2013, conocido como “impuesto al sol”. La versión revisada de este reglamento, que el Ministerio de Industria sacó a consulta a principios de junio, no sólo mantiene el llamado peaje de respaldo, que obliga al autoconsumidor a pagar un canon por cada kWh que produzca su instalación (que se suma al impuesto que paga por la potencia contratada en su factura), sino que introduce una nueva tasa específica para baterías como la Powerwall. Así, si el primer borrador ya resultó disuasorio para quienes se planteaban pasarse al autoconsumo fotovoltaico, esta revisión de la norma supondría –en caso de devenir en ley– la paralización total de las iniciativas renovables, ya que imposibilita amortizarlas a medio (y casi a largo) plazo. Si se instauraran estos impuestos, los antes mencionados nueve años de amortización de una instalación fotovoltaica se alargarían a más de 30.
La posición del Gobierno ha desatado un huracán de críticas dentro y fuera de España. La opinión casi unánime de expertos, asociaciones e inversores del sector es que se pretende favorecer el negocio de las compañías eléctricas a costa del interés de los consumidores y del medio ambiente. Industria justifica su postura aduciendo que quienes se salen del sistema (los que finalmente decidan desconectarse de la red eléctrica y autoabastecerse de energía) son “insolidarios” porque los costes del sistema eléctrico se repercutirán entre el resto de los consumidores: “Un argumento tramposo –arguye Morales de Labra– porque parte de la base de que las eléctricas han de seguir ingresando lo mismo aunque un montón de consumidores se independicen de ellas”.
Mario Sánchez Herrero, fundador de Ecooo, una comunidad de bienes no lucrativa que rescata plantas renovables cuando sus propietarios no pueden afrontar los créditos –por los recortes en las subvenciones fotovoltaicas– y las gestiona gracias a la participación ciudadana (cada miembro de la entidad aporta 100 euros), es optimista: “Confiamos en que no saldrá adelante (el real decreto), porque no tiene sentido alguno, más allá de proteger la cuenta de resultados de las eléctricas de sus inversiones desafortunadas en los años del boom”.
En cuanto a la batería de Tesla, Sánchez opina que “es un avance considerable para permitir que haya renovables en el sistema, pero antes de empezar a gastarnos el dinero en baterías queda muchísimo camino por recorrer para usar la red eléctrica como batería”. “En cualquier caso, más que equipos individuales, tiene sentido que sean las comunidades de propietarios, o los barrios, los que instalen sistemas de baterías para uso común”, concluye.
Así las cosas, la ambición de Elon Musk de cambiar el mundo a través de la tecnología tendrá que esperar, al menos en España, a que se levanten las barreras políticas.
Fuente: Magazine
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Excelente ojalá que llegue a todos
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