Sombrero de cuero elegante, pantalones cortos color caqui, calcetines bien estirados y bastón de mando. Le veo y sé que es él. Inconfundible. El hombre de las 130 mujeres. Akuku Danger. Así le llaman en su aldea y así se le conoce en toda Kenia. El Peligro de las mujeres. Le veo a lo lejos. Estirado, alto y erguido. Noventa y dos años muy bien llevados. Mejor, imposible. Dos metros y 10 centímetros de hombre. Un auténtico portento de macho que asegura no existe hembra en la Tierra que se le resista.
Todavía tengo en la cabeza el griterío de la ristra de niños descalzos que han salido a mi encuentro. «¡Un blanco! ¡Ha llegado un blanco!». Así me reciben en esta aldea del suroeste de Kenia, a una hora en coche de la orilla del Lago Victoria y a diez de Nairobi, la capital. Es la aldea de Akuku Danger, el hombre de las 130 mujeres, 110 hijos, 305 hijas y -según me aseguran sus parientes- más de medio millar de nietos. Un auténtico ejército desplegado por toda la región, un lugar convertido en un pequeño imperio propiedad de Akuku Danger, el hombre que empezó su prolífica carrera cosiendo los trajes de los burócratas coloniales británicos que dominaron Kenia durante casi un siglo.
El semental que ha repartido sus genes por toda la aldea de Aora Chudho, un lugar que no aparece en los mapas, me recibe vestido de gala, un dato que a mí me sorprende pero que para él es rutinario. Pantalón de safari, pañuelo al cuello estilo aristócrata y camisa sucia, pero planchada. No todos los días se tiene la visita de un blanco en un lugar cuyo referente civilizado más cercano -la ciudad de Kisii- se encuentra a dos horas por una tremebunda, infernal e infinita carretera. El gentío se pelea en la calle para ver la escena. Sin duda, lo más excitante que ha pasado en mucho tiempo en este lugar donde los relojes se pararon hace mucho. Un lugar perdido en medio de la más salvaje sabana, donde el polvo domina el horizonte.
Ester, Elizabeth, Anne, Beatrice, Caroline, Mary, Roselyne, Susan, Carole… Empieza el encuentro recitando los nombres de todas y cada una de sus mujeres. Las malas lenguas dicen que es un excéntrico coleccionista. Él me confiesa que todas y cada una de las 130 mujeres con las que se ha casado lo han hecho «por amor». Sonríe y en el fondo sé que estoy ante un romanticón empedernido. Un sentimentalista que declara la clave del éxito de su inaudito matrimonio múltiple: satisfacer los deseos de todas y cada una de sus mujeres.
Akuku Danger no lo sabe, ni se lo plantea, pero posiblemente albergue un récord mundial. Sin duda, ostenta el récord nacional de Kenia de la poligamia. A sus 92 años, Akuku ha batido una cifra impensable para la gran mayoría. «A veces se casaba con tres mujeres en una misma ceremonia», me cuenta uno de sus hijos, del mismo nombre. Su primera boda fue en 1938, a los 20 años. La última, en 1997, cuando él tenía 79 y su futura esposa 18. Josephine tiene ahora tiene 31 y me dicen que es la más mimada. Es su último capricho. De ella tiene tres hijos, el menor de cinco años y otro en camino. Isabel -su amiga del alma- me confiesa que la última de las esposas está embarazada de cinco meses aunque haga lo posible por esconder tripa. Josephine es consciente de que casi 100 años separan a padre e hijo. No habla inglés, ni suajili [el idioma nacional de Kenia], sólo se maneja con el luo, el idioma de su tribu, la de los Akuku. En su vida ha pisado una escuela -como tampoco lo ha hecho su marido- y pasa sus días entre el estanque donde recoge el agua y su chabola. Pero se siente realizada.
Hoy, de sus 130 mujeres, una treintena ha fallecido, y otras tantas han sido devueltas (hoy le quedan sólo 52 en total). Es el eufemismo que demuestra que en África también existe el divorcio. «Muchas me fueron infieles. Ante eso, no hay perdón», declara. Nadie sabe dónde viven ahora las agraviadas. Han caído en el ostracismo más absoluto. Una de las vecinas me cuenta que cuando Akuku descubrió la traición de una de ellas, él mismo arrancó con sus manos el tejado de hojalata de la chabola que le había construido. Después, la mandó de vuelta a casa de sus padres, quienes tuvieron que pagar de vuelta la dote: una decena de vacas y otras tantas cabras. La desgracia también ha pasado por casa de los Akuku. De sus 415 hijos, 39 han fallecido.
Me ofrece el tradicional taburete de madera de tres patas, todo un símbolo en la cultura de su tribu, los luos, la segunda mayor de Kenia. La misma etnia de la familia africana del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuyo padre era keniano y en cuya familia aún hoy se da la poligamia, empezando por su hermano Malik Obama.
Tomo asiento, un lugar reservado para las personas importantes. Empieza la charla. ¿Porqué tantas mujeres? «Por qué no», responde con una risotada que evidencia sus 92 años en la dentadura. La clave del éxito me la desvela de inmediato: control y trabajo duro. Y un puñado de espías, según me cuentan tras el encuentro varios de los vecinos que conocen a las mujeres tan bien como Akuku. Y es que en su hogar nada se mueve sin que él lo sepa. Así era en sus buenos tiempos y así sigue siendo ahora. «Siempre es mejor tener más de una mujer aunque, a veces, sean una carga económica. Al final se trata de una cuestión de seguridad, sobre todo tras la muerte de tu primera esposa», relata.
«Me conocen como Danger [peligro, en inglés]. ¿Lo sabías?», inquiere. Ante mi cara de asombro, explica: «Porque las mujeres saben que si me acerco a ellas, caerán rendidas a mis pies». Asegura, sin titubeos, que nunca tuvo un «no» por respuesta.
Católico ferviente, la poligamia no es problema de religión en África, Akuku va a misa todos los domingos, incluso hace unos años aprovechó un trocito de sus enormes tierras -donde viven repartidas sus mujeres, cada una en su chabolita y cada una con una prestación del marido de cinco vacas- para construir una iglesia de hojalata que hoy se ha convertido en el templo de referencia de la zona. Una llanta oxidada colgada de un árbol hace las veces de campanario, un campanario que los domingos reúne a Akuku, a sus mujeres y todo el vecindario. Afirman unos vecinos de la aldea -pobre y miserable, donde la mayor ocupación es no tener ocupación y emborracharse a base de alcohol hecho a base de hierbas locales- que los domingos la llanta resuena desde bien temprano, nada más salir el sol. Es la hora de ir a misa a casa del vecino más famoso y respetado de este rincón perdido. El anciano reverenciado al que los políticos piden consejo. El hombre cuyas hazañas aparecen en las letras de la banda de música keniana Gidi Gidi Maji Maji, un éxito de rap africano para jóvenes urbanitas.
Pero, ¿qué tiene Akuku que hace que las mujeres estén en lista de espera para casarse con él? La respuesta, clara y sencilla, me la da una vecina del pueblo: es rico y vive más que ninguna otra persona que se recuerde en la zona. Y es que llegar a los 92 años en esta zona de África es toda una heroicidad que sin duda -afirman- tiene que ver con la mano de Dios. Aquí, la esperanza de vida no supera los 50 años -tanto para hombres como para mujeres- es la más baja de Kenia. El sida y la malaria se llevan a alguien por delante casi a diario.
UN GALÁN CON LABIA
No hace falta ser antropólogo ni saber de demografía para darse cuenta que en Aora Chudho la vida no es de color de rosas. Un sol de justicia, agua embrutecida, polvo por doquier y unas carreteras que nunca han visto el asfalto dan fe de que sólo los locos y los aldeanos llegan hasta aquí. Así que mejor afrontar las penurias de la vida con un marido fuerte y longevo que, aparte de coleccionar esposas, cuenta con una gran manada de vacas [unas 300] y un buen puñado de tierras.
En sus mejores tiempos, el galán de dos metros era un hombre con una labia capaz de conquistar a una mujer tras otra. Ahora es un anciano huraño, al que ha podido la enfermedad. Lo constato al poco de empezar la conversación. «Tengo diabetes. Estoy agotado», confiesa. El gigante de los calcetines estirados está cansado, pero no acabado. «Yo ya he cumplido. He dejado mi huella en este mundo». Y tanto.
Su nieta, Berline Okeyo, trabajadora de banca en la cosmopolita y caótica Nairobi, sostiene que, pese a la enfermedad, su abuelo sigue siendo el hombre inteligente y estratega que le permitió construir el actual imperio familiar. «En el fondo, es un gran planificador. Sí, se ha casado con más de 100 mujeres, pero nunca ha tenido más de cuatro hijos con ninguna de ellas». Una planificación que también tiene en cuenta la educación de los retoños. Su estrategia parece haber sido tan simple como eficaz. «He pagado la educación del primer hijo que he tenido con cada mujer. Éste debía encargarse de educar a los hermanos que llegaran». Un método que ha traído sus frutos. Hoy, en el gran árbol genealógico de la familia hay médicos, abogados, empresarios e, incluso, un piloto.
Viven repartidos por toda Kenia. La vida quiere que sólo se vean en los funerales. Berline, junto a los otros centenares de nietos, es miembro de la red social Facebook, donde los descendientes de Akuku han creado un grupo para reunir a los descendientes del hombre más fértil del mundo. Está organizando una gran quedada con todos los Akukus repartidos por el planeta. Es hora de que la familia se reúna.
Uno de sus hijos -del mismo nombre que su progenitor- tiene 40 años y es subdirector de un colegio de primaria cercano, a unos 30 km de la aldea de su padre. El estado de la carretera convierte esa corta distancia en más de una hora de coche por insoportables baches. Estos días Akuku, hijo de la décima esposa de su padre, no anda muy contento. Su mujer Mary -10 años más joven que él- sólo le ha dado dos hijas en sus 13 años de casados. Ya le ha advertido a su cónyuge que solucione su problema.
«¿De qué problema se trata?», pregunto. «Todavía no me ha dado un hijo. Y ya sabes, un africano no se siente realizado hasta que no tiene un varón». Lo dice seguro y tranquilo de hallar empatía en su interlocutora. A su mujer le ha dado un plazo que vence dentro de muy poco. Si para entonces Mary no alumbra un hijo, Akuku Junior lo tiene claro. Se casará con otra. De tal palo, tal astilla. Es lo que hay. Está convencido de que el problema lo tiene ella. Pienso dos veces en lo que dice y recuerdo que el que habla es el subdirector de una escuela local. El hombre que desde hace 15 años enseña a las futuras generaciones kenianas.
A poca distancia de la aldea de Aora Chudho me encuentro con Grace, la segunda esposa de Akuku y una de las más antiguas desde que la primera mujer falleciera en el año 2001. Tiene 80 años, pero aún carga -descalza y sin quejarse- un fajo de leña. Con éste prenderá el fuego para preparar la cena, el único plato del día. Vive a no más de 10 km de su marido. Una distancia insalvable en esta región, que hace que sólo vea a su marido en los funerales.
Grace todavía sonríe cuando recuerda cómo se enamoró de Akuku. Me cuenta que su marido siempre ha sido el más elegante y apuesto del pueblo. También el más rico. Empezó su pequeño gran imperio muy jovencito y al poco se hizo de oro haciendo viajes de la aldea a los pueblos más cercanos -Rodi y Kisii- con una furgoneta tipo ranchera que había cogido prestada de algún pariente. Cobraba 50 chelines [medio euro] por trayecto y pasajero en un país donde siempre cabe alguien más. Empezó de la nada, de la más absoluta pobreza. Primero como sastre, luego comprando la furgoneta, que acabó en lo que hoy es una flotilla de vehículos que transportan a los vecinos entre las aldeas de la zona. Hoy Grace apenas ve a su marido, pero eso no quita para que -orgullosa- se declare una de las 130 mujeres de Akuku, todo un honor en esta tierra.
Todavía tengo en la cabeza el griterío de la ristra de niños descalzos que han salido a mi encuentro. «¡Un blanco! ¡Ha llegado un blanco!». Así me reciben en esta aldea del suroeste de Kenia, a una hora en coche de la orilla del Lago Victoria y a diez de Nairobi, la capital. Es la aldea de Akuku Danger, el hombre de las 130 mujeres, 110 hijos, 305 hijas y -según me aseguran sus parientes- más de medio millar de nietos. Un auténtico ejército desplegado por toda la región, un lugar convertido en un pequeño imperio propiedad de Akuku Danger, el hombre que empezó su prolífica carrera cosiendo los trajes de los burócratas coloniales británicos que dominaron Kenia durante casi un siglo.
El semental que ha repartido sus genes por toda la aldea de Aora Chudho, un lugar que no aparece en los mapas, me recibe vestido de gala, un dato que a mí me sorprende pero que para él es rutinario. Pantalón de safari, pañuelo al cuello estilo aristócrata y camisa sucia, pero planchada. No todos los días se tiene la visita de un blanco en un lugar cuyo referente civilizado más cercano -la ciudad de Kisii- se encuentra a dos horas por una tremebunda, infernal e infinita carretera. El gentío se pelea en la calle para ver la escena. Sin duda, lo más excitante que ha pasado en mucho tiempo en este lugar donde los relojes se pararon hace mucho. Un lugar perdido en medio de la más salvaje sabana, donde el polvo domina el horizonte.
Ester, Elizabeth, Anne, Beatrice, Caroline, Mary, Roselyne, Susan, Carole… Empieza el encuentro recitando los nombres de todas y cada una de sus mujeres. Las malas lenguas dicen que es un excéntrico coleccionista. Él me confiesa que todas y cada una de las 130 mujeres con las que se ha casado lo han hecho «por amor». Sonríe y en el fondo sé que estoy ante un romanticón empedernido. Un sentimentalista que declara la clave del éxito de su inaudito matrimonio múltiple: satisfacer los deseos de todas y cada una de sus mujeres.
Akuku Danger no lo sabe, ni se lo plantea, pero posiblemente albergue un récord mundial. Sin duda, ostenta el récord nacional de Kenia de la poligamia. A sus 92 años, Akuku ha batido una cifra impensable para la gran mayoría. «A veces se casaba con tres mujeres en una misma ceremonia», me cuenta uno de sus hijos, del mismo nombre. Su primera boda fue en 1938, a los 20 años. La última, en 1997, cuando él tenía 79 y su futura esposa 18. Josephine tiene ahora tiene 31 y me dicen que es la más mimada. Es su último capricho. De ella tiene tres hijos, el menor de cinco años y otro en camino. Isabel -su amiga del alma- me confiesa que la última de las esposas está embarazada de cinco meses aunque haga lo posible por esconder tripa. Josephine es consciente de que casi 100 años separan a padre e hijo. No habla inglés, ni suajili [el idioma nacional de Kenia], sólo se maneja con el luo, el idioma de su tribu, la de los Akuku. En su vida ha pisado una escuela -como tampoco lo ha hecho su marido- y pasa sus días entre el estanque donde recoge el agua y su chabola. Pero se siente realizada.
Hoy, de sus 130 mujeres, una treintena ha fallecido, y otras tantas han sido devueltas (hoy le quedan sólo 52 en total). Es el eufemismo que demuestra que en África también existe el divorcio. «Muchas me fueron infieles. Ante eso, no hay perdón», declara. Nadie sabe dónde viven ahora las agraviadas. Han caído en el ostracismo más absoluto. Una de las vecinas me cuenta que cuando Akuku descubrió la traición de una de ellas, él mismo arrancó con sus manos el tejado de hojalata de la chabola que le había construido. Después, la mandó de vuelta a casa de sus padres, quienes tuvieron que pagar de vuelta la dote: una decena de vacas y otras tantas cabras. La desgracia también ha pasado por casa de los Akuku. De sus 415 hijos, 39 han fallecido.
Me ofrece el tradicional taburete de madera de tres patas, todo un símbolo en la cultura de su tribu, los luos, la segunda mayor de Kenia. La misma etnia de la familia africana del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuyo padre era keniano y en cuya familia aún hoy se da la poligamia, empezando por su hermano Malik Obama.
Tomo asiento, un lugar reservado para las personas importantes. Empieza la charla. ¿Porqué tantas mujeres? «Por qué no», responde con una risotada que evidencia sus 92 años en la dentadura. La clave del éxito me la desvela de inmediato: control y trabajo duro. Y un puñado de espías, según me cuentan tras el encuentro varios de los vecinos que conocen a las mujeres tan bien como Akuku. Y es que en su hogar nada se mueve sin que él lo sepa. Así era en sus buenos tiempos y así sigue siendo ahora. «Siempre es mejor tener más de una mujer aunque, a veces, sean una carga económica. Al final se trata de una cuestión de seguridad, sobre todo tras la muerte de tu primera esposa», relata.
«Me conocen como Danger [peligro, en inglés]. ¿Lo sabías?», inquiere. Ante mi cara de asombro, explica: «Porque las mujeres saben que si me acerco a ellas, caerán rendidas a mis pies». Asegura, sin titubeos, que nunca tuvo un «no» por respuesta.
Católico ferviente, la poligamia no es problema de religión en África, Akuku va a misa todos los domingos, incluso hace unos años aprovechó un trocito de sus enormes tierras -donde viven repartidas sus mujeres, cada una en su chabolita y cada una con una prestación del marido de cinco vacas- para construir una iglesia de hojalata que hoy se ha convertido en el templo de referencia de la zona. Una llanta oxidada colgada de un árbol hace las veces de campanario, un campanario que los domingos reúne a Akuku, a sus mujeres y todo el vecindario. Afirman unos vecinos de la aldea -pobre y miserable, donde la mayor ocupación es no tener ocupación y emborracharse a base de alcohol hecho a base de hierbas locales- que los domingos la llanta resuena desde bien temprano, nada más salir el sol. Es la hora de ir a misa a casa del vecino más famoso y respetado de este rincón perdido. El anciano reverenciado al que los políticos piden consejo. El hombre cuyas hazañas aparecen en las letras de la banda de música keniana Gidi Gidi Maji Maji, un éxito de rap africano para jóvenes urbanitas.
Pero, ¿qué tiene Akuku que hace que las mujeres estén en lista de espera para casarse con él? La respuesta, clara y sencilla, me la da una vecina del pueblo: es rico y vive más que ninguna otra persona que se recuerde en la zona. Y es que llegar a los 92 años en esta zona de África es toda una heroicidad que sin duda -afirman- tiene que ver con la mano de Dios. Aquí, la esperanza de vida no supera los 50 años -tanto para hombres como para mujeres- es la más baja de Kenia. El sida y la malaria se llevan a alguien por delante casi a diario.
UN GALÁN CON LABIA
No hace falta ser antropólogo ni saber de demografía para darse cuenta que en Aora Chudho la vida no es de color de rosas. Un sol de justicia, agua embrutecida, polvo por doquier y unas carreteras que nunca han visto el asfalto dan fe de que sólo los locos y los aldeanos llegan hasta aquí. Así que mejor afrontar las penurias de la vida con un marido fuerte y longevo que, aparte de coleccionar esposas, cuenta con una gran manada de vacas [unas 300] y un buen puñado de tierras.
En sus mejores tiempos, el galán de dos metros era un hombre con una labia capaz de conquistar a una mujer tras otra. Ahora es un anciano huraño, al que ha podido la enfermedad. Lo constato al poco de empezar la conversación. «Tengo diabetes. Estoy agotado», confiesa. El gigante de los calcetines estirados está cansado, pero no acabado. «Yo ya he cumplido. He dejado mi huella en este mundo». Y tanto.
Su nieta, Berline Okeyo, trabajadora de banca en la cosmopolita y caótica Nairobi, sostiene que, pese a la enfermedad, su abuelo sigue siendo el hombre inteligente y estratega que le permitió construir el actual imperio familiar. «En el fondo, es un gran planificador. Sí, se ha casado con más de 100 mujeres, pero nunca ha tenido más de cuatro hijos con ninguna de ellas». Una planificación que también tiene en cuenta la educación de los retoños. Su estrategia parece haber sido tan simple como eficaz. «He pagado la educación del primer hijo que he tenido con cada mujer. Éste debía encargarse de educar a los hermanos que llegaran». Un método que ha traído sus frutos. Hoy, en el gran árbol genealógico de la familia hay médicos, abogados, empresarios e, incluso, un piloto.
Viven repartidos por toda Kenia. La vida quiere que sólo se vean en los funerales. Berline, junto a los otros centenares de nietos, es miembro de la red social Facebook, donde los descendientes de Akuku han creado un grupo para reunir a los descendientes del hombre más fértil del mundo. Está organizando una gran quedada con todos los Akukus repartidos por el planeta. Es hora de que la familia se reúna.
Uno de sus hijos -del mismo nombre que su progenitor- tiene 40 años y es subdirector de un colegio de primaria cercano, a unos 30 km de la aldea de su padre. El estado de la carretera convierte esa corta distancia en más de una hora de coche por insoportables baches. Estos días Akuku, hijo de la décima esposa de su padre, no anda muy contento. Su mujer Mary -10 años más joven que él- sólo le ha dado dos hijas en sus 13 años de casados. Ya le ha advertido a su cónyuge que solucione su problema.
«¿De qué problema se trata?», pregunto. «Todavía no me ha dado un hijo. Y ya sabes, un africano no se siente realizado hasta que no tiene un varón». Lo dice seguro y tranquilo de hallar empatía en su interlocutora. A su mujer le ha dado un plazo que vence dentro de muy poco. Si para entonces Mary no alumbra un hijo, Akuku Junior lo tiene claro. Se casará con otra. De tal palo, tal astilla. Es lo que hay. Está convencido de que el problema lo tiene ella. Pienso dos veces en lo que dice y recuerdo que el que habla es el subdirector de una escuela local. El hombre que desde hace 15 años enseña a las futuras generaciones kenianas.
A poca distancia de la aldea de Aora Chudho me encuentro con Grace, la segunda esposa de Akuku y una de las más antiguas desde que la primera mujer falleciera en el año 2001. Tiene 80 años, pero aún carga -descalza y sin quejarse- un fajo de leña. Con éste prenderá el fuego para preparar la cena, el único plato del día. Vive a no más de 10 km de su marido. Una distancia insalvable en esta región, que hace que sólo vea a su marido en los funerales.
Grace todavía sonríe cuando recuerda cómo se enamoró de Akuku. Me cuenta que su marido siempre ha sido el más elegante y apuesto del pueblo. También el más rico. Empezó su pequeño gran imperio muy jovencito y al poco se hizo de oro haciendo viajes de la aldea a los pueblos más cercanos -Rodi y Kisii- con una furgoneta tipo ranchera que había cogido prestada de algún pariente. Cobraba 50 chelines [medio euro] por trayecto y pasajero en un país donde siempre cabe alguien más. Empezó de la nada, de la más absoluta pobreza. Primero como sastre, luego comprando la furgoneta, que acabó en lo que hoy es una flotilla de vehículos que transportan a los vecinos entre las aldeas de la zona. Hoy Grace apenas ve a su marido, pero eso no quita para que -orgullosa- se declare una de las 130 mujeres de Akuku, todo un honor en esta tierra.
Como es obvio, este tío lo de la Viagra le da risa.
by PI
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