Fuente: Vientos de Gloria
La declaración de guerra a Gran Bretaña no iba ligada al reconocimiento de la independencia de las Trece Colonias por parte de España, ni tampoco comprometía el envío de ningún cuerpo expedicionario en apoyo de los colonos rebeldes. Los objetivos españoles quedaban netamente expuestos en la nota que José de Gálvez, secretario de Estado del Despacho Universal de las Indias y tío de Bernardo de Gálvez, envió al capitán general de Cuba, Diego José Navarro: El Rey ha determinado que el principal objetivo de sus tropas en América, durante la guerra con los ingleses, será expulsarlos del golfo de México y de las riberas del Misisipi, donde sus establecimientos tanto perjudican nuestro comercio, así como a la regularidad de nuestras más valiosas posesiones [americanas]. Una vez tomada la decisión de reconquistar La Florida, el gobierno español actuó con celeridad. Una flota de 140 barcos de transporte y 16 navíos de escolta partió de Cádiz el 28 de abril de 1780, mandada por José Solano, para reforzar el dispositivo de defensa en Puerto Rico y Cuba. Al frente de los 12.000 soldados de la tropa embarcada iba el teniente general Victorio de Navia. Entre los que recibieron la noticia de la entrada en guerra con mayor ánimo estaba, sin duda, Bernardo de Gálvez, que por esas fechas era gobernador de Luisiana. A pesar de su juventud (contaba veintinueve años), Gálvez era un gran conocedor de la realidad americana. Había pasado siete años luchando contra los indios en la frontera de Nueva España y había estudiado técnica militar en Francia. Este “especialista de la frontera”, como le define el historiador René Quatrefages, sabía que Luisiana no podría resistir un ataque de las tropas inglesas y que, para defenderla, el mejor arma era la ofensiva, atacar al enemigo en su propio terreno. Pero Gálvez era también un hombre precavido y conocía las dificultades de tal empresa. Anticipándose a la inminente contienda, había extremado los preparativos militares, reforzando las principales defensas de su gobernación en Nueva Orleans y construyendo lanchones artillados para dominar la desembocadura del río Misisipi. El 13 de julio de 1779, el gobernador convocó una Junta de Guerra ante la que planteó la situación crítica de Luisiana. Solo disponía de 600 soldados españoles, de los que dos terceras partes eran reclutas. Para empeorar más las cosas, el 10 de agosto se desencadenó un huracán que asoló Nueva Orleans y hundió casi todas las embarcaciones artilladas fondeadas en el Misisipi, lo que no detuvo los preparativos ofensivos, secundados por la población civil. Solo dos semanas después, la columna española se puso en marcha con 587 soldados y algunos indios y negros libres. Después de un penoso camino, llegó a la vista del fuerte de Manchac, en poder de los ingleses, que fue tomado por asalto y sin bajas el 7 de septiembre. Tras un breve descanso a la tropa, Gálvez emprendió la conquista del fuerte de Baton Rouge, defendido por 13 cañones y unos 650 hombres. Ordenó cavar trincheras y emplazar baterías, y a las pocas horas de iniciarse los disparos la guarnición se rindió. A la captura de Baton Rouge siguieron las de los fuertes de Panmure y Natchez (5 de octubre) y los puestos fortificados de Tompson y Amith, lo que dio a los españoles el dominio de la cuenca baja del Misisipi y desbarató los planes ingleses de ataque a Nueva Orleans. A principios de octubre de 1779, el ejército de Gálvez había cubierto todos los objetivos asignados y capturado a unos 600 soldados británicos y mercenarios alemanes, 500 colonos armados, tres fortalezas y un barco corsario inglés, el West Florida, que llevaba dos años actuando en el Misisipi. En total, habían conquistado casi dos mil kilómetros a lo largo del gran río, con un número de bajas propias insignificante. Ascendido a brigadier por estos hechos, Gálvez no se conformó. Sabía que para desalojar a los ingleses del golfo de México y reconquistar La Florida aún le quedaba adueñarse de Mobila y Pensacola, dos poderosas fortalezas. Emprendió la conquista de la primera con 1.200 soldados regulares y algunos milicianos, sin haber recibido ayuda del capitán general de Cuba, Diego José Navarro, que se oponía a los planes de Gálvez por considerarlos demasiado arriesgados. La tropa zarpó en 14 embarcaciones desde el Misisipi, pero los elementos, una vez más, se conjuraron en contra. Un violento temporal dispersó e hizo zozobrar a la mayoría de los barcos. Ante tan apurada situación, Gálvez no se arredró. Llegó a la barra de la ría de Mobila, en el actual estado norteamericano de Alabama, sin víveres ni municiones y con la tropa en estado penoso, pero aun así decidió entablar combate. Instaló una batería en la punta que dominaba la entrada a la bahía de Mobila y, con la madera de los buques destrozados por el temporal, construyó escalas de asalto y encaminó su fuerza hacia el fuerte Charlotte, bastión principal del objetivo que se había propuesto. El jefe español envió al capitán Bouligny a exigir la rendición de la fortaleza de Mobila y, según los usos caballerescos aún existentes en esa época, se produjo un intercambio de regalos (vino, naranjas y puros habanos) con el comandante de la guarnición inglesa, Elias Durnford. Pero las gentilezas acabaron pronto. Sabedor Gálvez de que los ingleses se reforzaban con 1.100 hombres desde Pensacola, al mando del general John Campbell, se apresuró a atacar, contando con un corto auxilio que le llegaba desde Cuba. El 12 de marzo de 1780, con ocho cañones de 18 libras y uno de 24, los españoles iniciaron el fuego y, al caer ese mismo día, los británicos pidieron parlamentar. Ofrecieron entregar el fuerte a cambio de que se les permitiera retirarse a Pensacola, a lo que los españoles se negaron. Finalmente, la mayoría de los británicos aceptaron entregarse prisioneros y Campbell se retiró apresuradamente, perseguido de cerca. Defendían Mobila unos 320 hombres y 65 piezas de artillería, que quedaban en poder de los vencedores, y como recompensa por el triunfo, Gálvez fue ascendido a mariscal de campo y nombrado jefe de todas las operaciones españolas en el norte de América. Campbell, resentido por la derrota, envió en enero de 1781 una fuerza para recuperar Mobila, pero los españoles, bien atrincherados, frustraron el intento.
La declaración de guerra a Gran Bretaña no iba ligada al reconocimiento de la independencia de las Trece Colonias por parte de España, ni tampoco comprometía el envío de ningún cuerpo expedicionario en apoyo de los colonos rebeldes. Los objetivos españoles quedaban netamente expuestos en la nota que José de Gálvez, secretario de Estado del Despacho Universal de las Indias y tío de Bernardo de Gálvez, envió al capitán general de Cuba, Diego José Navarro: El Rey ha determinado que el principal objetivo de sus tropas en América, durante la guerra con los ingleses, será expulsarlos del golfo de México y de las riberas del Misisipi, donde sus establecimientos tanto perjudican nuestro comercio, así como a la regularidad de nuestras más valiosas posesiones [americanas]. Una vez tomada la decisión de reconquistar La Florida, el gobierno español actuó con celeridad. Una flota de 140 barcos de transporte y 16 navíos de escolta partió de Cádiz el 28 de abril de 1780, mandada por José Solano, para reforzar el dispositivo de defensa en Puerto Rico y Cuba. Al frente de los 12.000 soldados de la tropa embarcada iba el teniente general Victorio de Navia. Entre los que recibieron la noticia de la entrada en guerra con mayor ánimo estaba, sin duda, Bernardo de Gálvez, que por esas fechas era gobernador de Luisiana. A pesar de su juventud (contaba veintinueve años), Gálvez era un gran conocedor de la realidad americana. Había pasado siete años luchando contra los indios en la frontera de Nueva España y había estudiado técnica militar en Francia. Este “especialista de la frontera”, como le define el historiador René Quatrefages, sabía que Luisiana no podría resistir un ataque de las tropas inglesas y que, para defenderla, el mejor arma era la ofensiva, atacar al enemigo en su propio terreno. Pero Gálvez era también un hombre precavido y conocía las dificultades de tal empresa. Anticipándose a la inminente contienda, había extremado los preparativos militares, reforzando las principales defensas de su gobernación en Nueva Orleans y construyendo lanchones artillados para dominar la desembocadura del río Misisipi. El 13 de julio de 1779, el gobernador convocó una Junta de Guerra ante la que planteó la situación crítica de Luisiana. Solo disponía de 600 soldados españoles, de los que dos terceras partes eran reclutas. Para empeorar más las cosas, el 10 de agosto se desencadenó un huracán que asoló Nueva Orleans y hundió casi todas las embarcaciones artilladas fondeadas en el Misisipi, lo que no detuvo los preparativos ofensivos, secundados por la población civil. Solo dos semanas después, la columna española se puso en marcha con 587 soldados y algunos indios y negros libres. Después de un penoso camino, llegó a la vista del fuerte de Manchac, en poder de los ingleses, que fue tomado por asalto y sin bajas el 7 de septiembre. Tras un breve descanso a la tropa, Gálvez emprendió la conquista del fuerte de Baton Rouge, defendido por 13 cañones y unos 650 hombres. Ordenó cavar trincheras y emplazar baterías, y a las pocas horas de iniciarse los disparos la guarnición se rindió. A la captura de Baton Rouge siguieron las de los fuertes de Panmure y Natchez (5 de octubre) y los puestos fortificados de Tompson y Amith, lo que dio a los españoles el dominio de la cuenca baja del Misisipi y desbarató los planes ingleses de ataque a Nueva Orleans. A principios de octubre de 1779, el ejército de Gálvez había cubierto todos los objetivos asignados y capturado a unos 600 soldados británicos y mercenarios alemanes, 500 colonos armados, tres fortalezas y un barco corsario inglés, el West Florida, que llevaba dos años actuando en el Misisipi. En total, habían conquistado casi dos mil kilómetros a lo largo del gran río, con un número de bajas propias insignificante. Ascendido a brigadier por estos hechos, Gálvez no se conformó. Sabía que para desalojar a los ingleses del golfo de México y reconquistar La Florida aún le quedaba adueñarse de Mobila y Pensacola, dos poderosas fortalezas. Emprendió la conquista de la primera con 1.200 soldados regulares y algunos milicianos, sin haber recibido ayuda del capitán general de Cuba, Diego José Navarro, que se oponía a los planes de Gálvez por considerarlos demasiado arriesgados. La tropa zarpó en 14 embarcaciones desde el Misisipi, pero los elementos, una vez más, se conjuraron en contra. Un violento temporal dispersó e hizo zozobrar a la mayoría de los barcos. Ante tan apurada situación, Gálvez no se arredró. Llegó a la barra de la ría de Mobila, en el actual estado norteamericano de Alabama, sin víveres ni municiones y con la tropa en estado penoso, pero aun así decidió entablar combate. Instaló una batería en la punta que dominaba la entrada a la bahía de Mobila y, con la madera de los buques destrozados por el temporal, construyó escalas de asalto y encaminó su fuerza hacia el fuerte Charlotte, bastión principal del objetivo que se había propuesto. El jefe español envió al capitán Bouligny a exigir la rendición de la fortaleza de Mobila y, según los usos caballerescos aún existentes en esa época, se produjo un intercambio de regalos (vino, naranjas y puros habanos) con el comandante de la guarnición inglesa, Elias Durnford. Pero las gentilezas acabaron pronto. Sabedor Gálvez de que los ingleses se reforzaban con 1.100 hombres desde Pensacola, al mando del general John Campbell, se apresuró a atacar, contando con un corto auxilio que le llegaba desde Cuba. El 12 de marzo de 1780, con ocho cañones de 18 libras y uno de 24, los españoles iniciaron el fuego y, al caer ese mismo día, los británicos pidieron parlamentar. Ofrecieron entregar el fuerte a cambio de que se les permitiera retirarse a Pensacola, a lo que los españoles se negaron. Finalmente, la mayoría de los británicos aceptaron entregarse prisioneros y Campbell se retiró apresuradamente, perseguido de cerca. Defendían Mobila unos 320 hombres y 65 piezas de artillería, que quedaban en poder de los vencedores, y como recompensa por el triunfo, Gálvez fue ascendido a mariscal de campo y nombrado jefe de todas las operaciones españolas en el norte de América. Campbell, resentido por la derrota, envió en enero de 1781 una fuerza para recuperar Mobila, pero los españoles, bien atrincherados, frustraron el intento.
La toma de Mobila aseguraba el curso bajo del Misisipi para España, pero el rescate de La Florida exigía conquistar Pensacola, una plaza muy bien fortificada y artillada, emplazada en el fondo de una bahía de difícil acceso, lo que le proporcionaba una defensa ideal. Gálvez pidió refuerzos a Cuba para acometer la empresa, pero las autoridades de La Habana se mostraron cicateras. Mientras tanto, llegaban a Pensacola más navíos ingleses. En vista de la situación, el mariscal español dejó en Mobila una reducida guarnición y viajó a Cuba el 2 de agosto de 1780. Allí se entrevistó con el gobernador Navarro y el comandante general, Victorio de Navía, quienes manifestaron su desconfianza y oposición a los planes de Gálvez. Pero este no cedió y, por fin, consiguió reunir una expedición que salió de La Habana el 16 de octubre. La fuerza contaba con siete navíos de línea, cinco fragatas, un paquebote, un bergantín, un lugger armado y 47 transportes, con 164 oficiales y unos 3.900 soldados. Todo parecía ir bien cuando un furioso huracán azotó a la escuadra durante cinco días y abortó la empresa. Uno de los buques se hundió y el resto se dispersó por el golfo de México. Gálvez, que iba a bordo de la fragata Nuestra Señora de la O, al mando de Gabriel de Aristizábal, tuvo que regresar a La Habana, aunque antes consiguió capturar dos fragatas corsarias británicas procedentes de Jamaica y cargadas de mercancía. A finales de febrero de 1781, Gálvez reorganizó sus tropas y emprendió de nuevo la conquista de Pensacola. Durante este periodo, los ingleses habían reforzado las defensas y comprado la ayuda de muchos indios, dispuestos a luchar contra los españoles a cambio de armas, pólvora y ron. Desde La Habana zarpó una expedición con el navío de línea San Ramón, de 64 cañones, que mandaba José Calvo de Irazábal, tres fragatas, un paquebote y varios transportes con 1.400 soldados. El objetivo declarado de esta fuerza era recoger a la guarnición de Mobila, que acababa de rechazar un asalto de los británicos, antes de caer sobre Pensacola. Pero Gálvez alteró los planes sobre la marcha. Ordenó navegar directamente a Pensacola, y envió un mensaje al jefe de la fuerza de Mobila para que desde esta plaza marchara por tierra a reforzar el asalto a Pensacola. La pequeña escuadra llegó nueve días después a la isla de Santa Rosa –en la entrada de la bahía de Pensacola–, que servía de punto de concentración de la infantería, a la espera que se unieran otras tropas procedentes de Mobila y Nueva Orleans. La idea del mando español era desembarcar en Santa Rosa, frente al fuerte de Barrancas Coloradas, para tomar Punta Sigüenza –donde estaba emplazada una batería de cañones– y evitar el fuego cruzado sobre la bahía. El plan se cumplió estrictamente. Gálvez tomó Punta Sigüenza y desde allí bombardeó a dos bergantines británicos, el Mentor y el Port Royal, que custodiaban la boca de la bahía y que se retiraron a las proximidades del puerto...
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