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viernes, 6 de julio de 2012

Juanes, españoles en el gulag

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Comían raíces, lombrices y pájaros, y estaban sometidos a trabajos forzados, pero ello fue tan sólo el comienzo de la triple tragedia de los republicanos españoles -entre ellos varios asturianos-, que estuvieron recluidos en el gulag, el sistema de campos de la Unión Soviética en la época de Stalin. En primer lugar, aquellos republicanos padecieron un «secuestro político» difícil de explicar; ellos, precisamente, que eran «rojos» en la patria de referencia de los rojos, la Unión Soviética.  En segundo lugar, no pudieron retornar a España o a Francia porque los dirigentes del Partido Comunista (PCE) español en la Unión Soviética «tienen una enorme responsabilidad a partir de 1948, porque da la impresión de que no quieren dejarlos salir de Rusia para que no cuenten lo que les ha sucedido». Esta hipótesis la sostiene Secundino Serrano, autor del libro recién publicado «Españoles en el gulag. Republicanos bajo el estalinismo» (Ediciones Península).  Secundino Serrano (León, 1953), estudió la carrera de Geografía e Historia en la Universidad de Oviedo y en la investigación que ha dado lugar a su libro ha recogido algunos testimonios de los asturianos que fueron víctimas de las turbulencias de dos contiendas encadenadas en el tiempo, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial.  Y la tercera tragedia de aquellos hombres fue que también el PCE los acusó de ser «espías infiltrados», o de «falangistas embozados» que se habían mezclado con los republicanos. El hecho real es que los republicanos, a partir de 1948, comenzaron a recorrer los mismos gulags que los miembros de la División Azul -el Ejército franquista que luchó en Rusia- que habían sido capturados por los soviéticos. Esta coincidencia de destinos forzados fue la que el PC utilizó para «injuriar de este modo a los republicanos a los que además no querían dejar volver».  
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Secundino Serrano, catedrático del Instituto Legio VII de León, ha recogido datos de asturianos como Avelino Acebal Pérez, nacido en Jove (Gijón), en 1894, y que estuvo en el gulag a partir de junio de 1941, cuando fue detenido en Odesa junto a otros 44 marineros españoles. Acebal pasó por los campos de Dudinka y Norilsk, en el Círculo Polar Ártico, y los campos siberianos de Novosibirsk y Krasnoiarsk. En 1942, aquellos marinos, junto con 25 pilotos de aviación, fueron trasladados a Kazajstán, donde estuvieron en tres campos: Karabas, Spassk y sobre todo, Kok-Usek. En 1948 fueron conducidos a Odesa, y posteriormente pasaron por los campos de Cherepovets y Bovoroski, en la Rusia europea. Avelino Acebal fue liberado en 1954, trece años más tarde, y llegó al puerto de Barcelona el 2 de abril de 1954 en el barco griego «Semíramis», junto con otros 285 prisioneros españoles en el gulag, entre ellos, treinta y ocho republicanos.  Avelino Acebal era fogonero del buque gijonés «Inocencio Figaredo», en el que hubo otros marineros asturianos como Víctor Rodríguez Bango (Avilés, 1916). Pero «Bango firmó en Odesa un documento en el que criticaba el papel desviacionista de pilotos y marinos, y aceptaba vivir en la Unión Soviética», explica Secundino Serrano. Bango fue puesto en libertad a continuación, en 1948, y regresó a España el 18 de diciembre de 1956, en una de las siete expediciones que trajeron al país a más de dos mil «rusos españoles».  Un tercer marinero, Julio Martínez Berros, de Gijón, murió en la deportación, en 1941, trabajando en una carretera entre Norilsk y Dudinka, en el Círculo Polar Ártico. Y un cuarto, José Sáez Menéndez, nacido en Gijón en 1900, figuró como desaparecido en los archivos del Gobierno republicano en el exilio. Y existe al menos otro asturiano, Manuel Martínez Vázquez, nacido en Navia en 1910, que fue detenido en Berlín en 1945 y después llevado a la Unión Soviética y confinado en campos de trabajo forzado.  Secundino Serrano elabora en su libro las cinco tipologías de republicanos sometidos al gulag soviético. Primero, estaban los «marinos», o tripulantes de barcos -nueve y uno asturiano, el citado «Inocencio Figaredo»- a los que el final de la Guerra Civil sorprende en la Unión Soviética. «Las autoridades rusas confiscaron aquellos barcos y reunieron a sus marineros en un hotel en Odessa», explica Serrano. Cuatro son los referidos asturianos enmarcados en esta tipología. A continuación «vienen los pilotos, o alumnos de aviación que habían ido a realizar un curso de seis meses a la Unión Soviética para pilotar luego los aviones rusos vendidos a la República». A éstos también los sorprende el final de la Guerra Civil en Rusia. No consta ningún asturiano en este grupo.
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La tercera tipología es la de los «berlineses», que fueron «los detenidos en Berlín en 1945». Es el caso del citado Manuel Martínez. El cuarto grupo es el de «exiliados políticos, pedagogos y educadores, que fueron a Rusia con los denominados "niños de la guerra"». Y la quinta tipología es la de los «desertores planificados», en la que no se registran asturianos. Estos «desertores fueron izquierdistas, muchos de ellos del PCE, que se apuntaron a la División Azul de manera planificada porque en España les hacían la vida imposible, los represaliaban o estaban expedientados». Su objetivo era «llegar a la Unión Soviética y pasarse al Ejército Rojo. Y se pasaron, pero les ocurrió lo mismo que a los otros republicanos: en lugar de incorporarlos al Ejército o dejarlos en libertad los mandaron a los campos de trabajo».  La peripecia de todos aquellos republicanos, unos 200 en total, tuvo también sus etapas, según Secundino Serrano. «La mayoría de republicanos decidió quedarse en la Unión Soviética y se incorporó al trabajo y a la vida ordinaria, pero el problema fue de esos dos centenares que ni querían volver a España, por miedo a la represión, ni querían quedar en la Unión Soviética». Esta situación «les parecía incomprensible a los soviéticos y al PCE español, porque se trataba de gentes de izquierda que relegaban a Rusia en beneficio de Francia o Latinoamérica, donde probablemente tenían familiares». El caso es que aquellos republicanos «se quedaron allí, como al margen, y de hecho estuvieron dos años bien cuidados, sin trabajar y con una paga; los marineros, en Odesa, y los pilotos, a las afueras de Moscú». Pero todo se complica el 21 de junio de 1941, cuando se inicia la «operación Barbarroja», o invasión de la Alemania nazi sobre la Unión Soviética. «A partir de ese día ya no hay ninguna contemplación; todo extranjero es sospechoso y todo extranjero que causa dificultades es doblemente sospechoso, con lo que una semana después de la invasión los republicanos españoles ya estaban en los campos de trabajo forzado».  
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Respecto a los casos asturianos, Secundino Serrano ha localizado asimismo a otros republicanos en la Unión Soviética, pero que no estuvieron en el gulag. «En 1942 y 1943 el Ejército nazi detuvo en el Cáucaso y en Finlandia a 37 niños de la guerra, que entonces eran ya jóvenes, y de esos chicos once eran asturianos», explica el historiador leonés. «Entre ellos hay dos historias muy particulares: uno que se llamaba Roberto Montes Rodríguez, "Cantinflas" de apodo, y Eloy Álvarez Alonso, "el Ruso"; los dos vinieron a España, entregados por los nazis, y terminaron incorporados a la guerrilla asturiana, al maquis, y en 1950, cuando cayó Caxigal, murieron en un enfrentamiento en El Condado, cerca de Laviana». «Cantinflas» y «el Ruso» habían sido sometidos a un proceso de reeducación y llegan Madrid «vestidos de falangistas, pero terminan en la guerrilla».  Tras el regreso de los republicanos del gulag a España, incluido el asturiano Avelino Acebal, «que es el que bate todos los récords de estancia en campos de trabajo forzado, 13 años en total», el efecto de la Unión Soviética de Stalin sobre estos hombres había sido definitivo: «Globalmente eran todos anticomunistas viscerales, como es de imaginar; habían sido republicanos, algunos de ellos comunistas, pero después de los años del gulag, sin explicación más o menos lógica, eran básicamente antirrepublicanos», concluye Secundino Serrano. La triple tragedia rusa había sido efectiva, pero en el sentido contrario.
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Lev Razgon estuvo prisionero desde 1938 hasta 1955, momento de su rehabilitación, en diferentes campos de trabajo, tras las purgas estalinistas de 1937. Relató su experiencia en "Sin inventar nada. El polvo anónimo del Gulag", un libro estremecedor en el que, entre otras cosas, cuenta la muerte de su primera esposa, confinada con él en un lugar apartado de la geografía rusa. El libro, además, llama la atención al lector español porque dedica un capítulo a hablar de “los juanes”, término con el que se refiere a los niños de la guerra que coincidieron con él a mediados de la década de los cincuenta en Chepetsk. Razgon explica que los hombres con quienes compartió experiencias eran los expatriados durante la contienda civil española. A comienzos de 1937, el gobierno de la República decidió comenzar la evacuación de lo que más tarde se conocerá como “los niños de la guerra”.
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París, abril de 1936. Tras años de éxito arrollador a ambos lados del Atlántico, el matrimonio Prokófiev decide trasladarse a la Unión Soviética. Allí espera al compositor ruso el reconocimiento de un público entendido que, como él, ha sido formado en la edad de oro de la música rusa. Pero la amenazante politización de la vida artística bajo el estalinismo acarreará pronto a la familia Prokófiev consecuencias fatales. En 1948, Lina Prokófiev o Lina LLubera o Carolina Codina es arrestada, juzgada y finalmente condenada a veinte años de trabajos forzosos en el gulag. Cuando en 1974 abandona Moscú para siempre, es una infatigable luchadora que nunca podrá borrar de su memoria el descenso a los infiernos del estalinismo. Cantante como sus progenitores, Lina Prokófiev recibió una educación poco común en su época: cosmopolita y viajera, independiente y políglota (hablaba a la perfección más de seis lenguas), era también capaz de un sólido criterio artístico, lo que le granjeó el aprecio de los mayores creadores y artistas del siglo XX, cuyo recuerdo puebla las páginas de este libro: Picasso, Goncharova, Matisse o Lariónov; Ravel, Falla, Stravinsky, Rubinstein, Andrés Segovia, Rajmáninov, Chaliapin o Toscanini, sin olvidar a Chaplin, Stanislavski, Gorki, Eisenstein, García Lorca, Coco Chanel, Misia Sert o el gran Diaguilev... por mencionar sólo a algunos de entre una pléyade asombrosa. «La vida que le tocó vivir a Lina Codina-Prokófiev, como muestra esta excelente biografía, ilustra lo que fue el siglo XX: por un lado, la era de los grandes avances en los ámbitos artísticos y científicos y, por otro, la de la destrucción del hombre en manos del totalitarismo.» El Cultural de La Vanguardia «Chemberdjí rescata del olvido a esta mujer extraordinaria cuya vida fue también extraordinaria en el mejor y peor sentido de la palabra.» El Periódico de Catalunya «Más que una biografía, el libro es un relato vivencial y de primera mano.» El Mundo
by PI
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