Enfundada en lo que llaman el traje lunar, a diez grados bajo cero y
con cuatro enormes chimeneas de una térmica al fondo, Jennifer Rhyne no
parece una licenciada universitaria cuyo sueño en la vida era ser
bailarina. Más bien parece sacada de una película de terror sobre algún accidente nuclear.
O, con el medio metro de nieve y el bosque a sus espaldas, de un
documental sobre Chernóbil. Sólo las casas móviles y las caravanas,
todas cerradas a cal y canto, pero con sus furgonetas pick ups a la puerta, recuerdan que se está en EEUU. Concretamente, en un trailer park,
o sea, un poblado de casas móviles, lo más parecido a un barrio de
chabolas en ese país, en el pueblo de Scott Depot (Virginia Occidental).
Rhyne está haciendo una limpieza de una casa que ha sido usada como
laboratorio para producir metanfetamina por medio del método menea y
cuece. La inquilina era una madre soltera con dos hijos pequeños cuyo
alquiler era pagado por el padre de ella. Para preparar la droga, la
chica solo necesitaba una botella de plástico (frecuentemente de
Gatorade), una batería de litio, sal, algunos productos de cocina, y
pseudoefedrina: un compuesto que se encuentra en la mayoría de las medicinas contra la gripe y las alergias que se venden sin receta en EEUU.
Como dice Rhyne, «es un laboratorio de drogas metido en una botella».
La metanfetamina es, junto con los opiáceos que se emplean como
calmantes, parte de la nueva hornada de drogas en EEUU: productos
fáciles de hacer en casa, cuya materia prima es producida por una de las
industrias con más influencia económica y política del mundo: la
farmacéutica.
Jennifer Rhyne, vestida con un 'traje lunar' para limpiar un laboratorio de 'meth'.
P. PARDO
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La empresa de Rhyne se llama Affordable Cleanup (Limpieza Económica).
Suena a lavandería, de ésas que salen en las películas. Pero no podía
estar más lejos de eso. Producir metanfetamina por el menea y cuece (shake and bake) produce cantidades fantásticas de amoniaco y de sustancias tóxicas que afectan sobre todo a los pulmones.
A Affordable Cleanup limpiar una vivienda les lleva de tres a seis
días. El récord fue 17 días. El precio, unos 7.500 dólares (5.500
euros). Cuando Rhyne creó la sociedad, hace un año, había seis empresas
de limpieza de casas afectadas por metanfetamina en el Estado. Hoy son
17.
La toxicidad de esos laboratorios desafía la imaginación. A 12 kilómetros de Scott Depot, en medio de un paisaje de bosques sin hojas y fábricas cerradas,
todas y cada una de las 42 habitaciones del hotel Affordable Inn han
sido clausuradas y declaradas inhabitables después de que se descubriera
en una de ellas un laboratorio de metanfetamina, o meth, como se llama en EEUU.
Lisa Bragg, profesora de la Universidad de Virginia Occidental, tuvo
la mala suerte de que en uno de los seis apartamentos de su edificio
fuera alquilado a tres jóvenes que hacían meth. El apartamento
fue cerrado por la Policía en octubre de 2012, pero Bragg no pudo
regresar a su domicilio hasta diciembre, y solo para recoger sus
pertenencias, dado que toda la construcción ha sido declarada inhabitable.
«Durante los dos meses que había estado vacío, los ladrones entraron
en el apartamento tres veces. Todo lo que recuperé fueron algunas de mis
cosas, en 22 bolsas de basura negra», recuerda con la voz quebrada
mientras toma un café en la librería Taylor, en la ciudad de Charleston,
a 30 kilómetros de Scott Depot. Bragg vivía con su hija, que estaba
embarazada. Ahora, su nieto tiene asma, probablemente contraída cuando estaba en el vientre de su madre, que vivía con Bragg y estaba expuesta a la fabricación de la droga.
«Ahora la metanfetamina se está empezando a encontrar con un tremendo
competidor: los opiáceos», declara Dan Foster, médico y ex miembro del
Congreso de Virginia Occidental durante 10 años. En la última década, el
porcentaje de estadounidenses que han dado positivo en test de drogas
en su puesto de trabajo ha caído en un 50% en el caso de la marihuana y
de la cocaína, pero ha subido en un 100% en el de la metanfetamina, y un 500% en el de los opiáceos.
Solo tres compuestos pertenecientes a este último grupo
-hidromorfoma, oxicodona e hidrocodona- han dado más positivos que la
marihuana y la cocaína juntas, según un estudio de la empresa
especializada en análisis médicos Quest Diagnostics. Los datos del
Departamento de Salud de EEUU revelan que los opiáceos causaron casi 17.000 muertes en el país en 2011.
Las benzodiacepinas -como el Valium o los equivalentes estadounidenses
del Lexatin y del Rivotril españoles-, costaron la vida a otras 10.000
personas: más que la cocaína y la heroína juntas.
El poblado de Scott Depot (Virginia Occidental) donde se fabrica 'meth'. P. PARDO |
Así pues, las drogas que más matan en EEUU son las que no salen en
los telediarios y, encima, se pueden comprar en las farmacias. Sus
productores son multinacionales estadounidenses, francesas, suizas,
alemanas, británicas y suecas. Eso hace que sea muy difícil luchar contra esos productos.
Como explica Foster, «el problema con los opiáceos empezó a mediados de
los noventa. Una serie de estudios y de comités de expertos declararon
que los médicos no estábamos dando la importancia necesaria al dolor de
los pacientes, justo en el momento en el que una serie de opiáceos
nuevos estaban saliendo al mercado».
Solo dos estados -Oregón y Mississippi- han hecho que los fármacos
contra la gripe o las alergias que tienen pseudoefedrina se vendan con
receta. El resultado fue un desplome en el descubrimiento de laboratorios por la policía.
En 2011, Foster trató de imitarlos en Virginia Occidental. La
Asociación de Consumidores de Productos Farmacéuticos -un grupo formado
por las empresas del sector- replicó con una campaña bajo el eslogan Stop Meth, Not Meds
(un juego de palabras con la idea «parad la metanfetamina, no a los
médicamentos»), en la que decía que los enfermos de gripe o alergias no
iban a poder comprar sus medicinas. «Hablan con la gente que tiene poder
e influencia sobre los políticos, lían las cosas, y dan dinero a las
campañas», lamenta Foster. La medida no fue aprobada, y en 2013, la
policía de Virginia Occidental descubrió 503 laboratorios de
metanfetamina: un 71% más que el año anterior. En el conjunto de EEUU,
el número de laboratorios desarticulados en 2010 fue de 2.754; en 2011,
de 11.116.
«Son laboratorios muy diferentes de los de Breaking Bad.
No son operaciones comerciales. No hay ninguna protección», explica
Rhyne. Pero, en el Oeste de EEUU -donde se desarrolla la serie de
televisión- sí hay grandes laboratorios al estilo del de Walter White.
En esa región, además, gran parte del mercado de la metanfetamina está
controlado por los narcos mexicanos, que la importan desde su país.
Pero México ha prohibido la pseudoefedrina. Y, sin embargo, es el gran exportador de meth,
¿para qué controlar la venta en Virginia Occidental? «Desde luego, no
para acabar con el problema de la adicción, porque la gente pasaría a
consumir otras sustancias. Pero al menos se evitarían los horrendos problemas sociales y familiares que crea la metanfetamina»,
concluye Foster. Son unos problemas simbolizados por los inhaladores
para el asma que Affordable Cleanup suele encontrar en las habitaciones
de los niños de las casas que desinfecta.
En Virginia Occidental la venta de pseudoefedrina está monitorizada.
Hay un registro electrónico que recoge todas las ventas y todos los
compradores. Pero los drogadictos lo sortean sin problema usando pitufos, o sea, personas a las que les pagan para que compren medicinas con esa sustancia. El cocinero -es decir, quien hace la droga- le da al pitufo 50 dólares (36 euros) para que compre una caja de, por ejemplo, Sudafed 12 Horas que cuesta 10 dólares (7,3 euros). El pitufo se queda 40 dólares restantes de comisión, frecuentemente con algo de meth de regalo del cocinero. En total, con cuatro cajas (200 dólares de gasto, y solo 40 en medicinas) una persona puede prepararse droga «para una semana o dos de consumo»,
explica en conversación telefónica Mike Geoff, director del Comité de
Control de Sustancias de la Dirección de Farmacia de Virginia
Occidental.
Otras drogas, sin embargo, son más caras. En el estado de Maryland,
junto a Washington, una dosis de OxyContin, uno de los opiáceos más
consumidos, cuesta 80 dólares (58 euros). Además, solo se vende con
receta, aunque eso no es un problema, puesto que siempre hay médicos dispuestos a hacer una por una comisión. Pero
el precio de los opiáceos está provocando la reentrada de una droga más
barata y con composición y efectos similares: la heroína. Según The Washington Post, una dosis de heroína cuesta apenas 10 dólares en Maryland.
Entre los blancos de Apalachia -donde está Virginia Occidental- y los
indios de las reservas del Oeste, la metanfetamina ha sido considerada
una epidemia por las autoridades. Pero, como se trata de un mercado de
la droga autosostenible y descentralizado, que gira más en torno al
consumo propio y al trapicheo en pequeñas dosis, y afecta a grupos marginales -nativos y blancos pobres de zonas rurales- no
se le presta atención. Nadie quiere enterarse. Ni siquiera la vecina de
la casa que Affordable Cleanup está desinfectando. «Mi marido y yo
pensábamos que pasaba algo raro, porque no paraba de entrar y salir
gente, y dejaban la puerta abierta con este frío», comenta, mientras
saca a su perro a pasear a 15 grados bajo cero. «Pero no, no llamamos a
la Policía. Y, por favor, si no le importa, prefiero no decirle mi
nombre».
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