Son las 8 de la mañana en Rebo, un pueblo pesquero situado en la costa oriental de la isla indonesia de Bangka, y, como cada día, decenas de jóvenes se reúnen en torno al pequeño puerto, equipados con un bidón de combustible y un exiguo almuerzo. Abrasados por el sol deslumbrante del trópico, cuyos rayos atraviesan la neblina matinal, todos aguardan pacientemente la llegada de la barquita de pesca que les conducirá a unos pontones de madera que se adentran unos cientos de metros en el mar. No son peces lo que van a buscar estos hombres. En el fondo del mar, en este lugar, reposa algo mucho más valioso: estaño, uno de los metales más preciados del mundo hoy en día.
Con una extensión algo mayor que la Región de Murcia, Bangka es una isla de un millón de habitantes frente a la costa de Sumatra que proporciona alrededor del 30% del estaño del mundo, un metal utilizado en artículos tan distintos como componentes de automóviles, latas y láminas. Un 52% del estaño extraído se usa como junta de soldadura para fijar circuitos y componentes de teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles y tabletas. Las remesas de teléfonos inteligentes y de tabletas superaron respectivamente mil millones y 184 millones de unidades el año pasado (un 40% y un 53,4% de crecimiento anual según la International Data Corporation), y el precio del estaño se ha puesto por las nubes, subiendo de 5 a más de 23 dólares por kilo en los últimos diez años. Buena parte de los principales fabricantes electrónicos del mundo, como Samsung, Apple, Blackberry, LG Electronics, Motorola Mobility, Nokia y Sony Mobile, han declarado que usan estaño de Bangka en su cadena de abastecimiento.
Sin embargo, aunque Bangka sacia el hambre mundial de productos electrónicos, el estaño está convirtiendo rápidamente esta isla, en su día un lugar paradisiaco, en un infierno en la Tierra. Bangka se ha transformado en una explotación minera gigantesca tanto terrestre como marítima. Sus bosques tropicales muestran las cicatrices de miles de cráteres de aspecto lunar contaminados de aguas ácidas y metales pesados, el resultado de treinta años de explotación minera indiscriminada. Después de la liberalización de la industria en el 2001 y de que las autoridades locales concedieran licencias de minería y fundición a empresarios del lugar, el mercado se inundó de decenas de miles de "mineros informales", término aplicable a cualquier persona, tanto jubilados como amas de casa, expescadores o chicos jóvenes.
Según el Departamento de Minería y Energía del gobierno de la provincia, del 30% al 40% de la población de Bangka trabaja en la minería. Algunos están empleados en concesiones autorizadas, pero la gran mayoría trabaja en explotaciones ilegales extendidas hasta donde alcanza la vista, frecuentemente en el interior de áreas boscosas protegidas. En estos lugares, el trabajo infantil es moneda corriente, como también lo son las heridas y los accidentes mortales, por los que los trabajadores, evidentemente, no reciben indemnización alguna.
Al llegar a las plataformas, los mineros ilegales empiezan a trabajar con febril actividad. Rodeados por los pontones flotantes, tres de ellos bucean en el agua marrón y fangosa, en agudo contraste con el color turquesa del mar abierto. Cada media hora, emerge el trío a la superficie para una pausa de diez minutos, antes de bucear nuevamente unos ocho metros debajo de la superficie. Como un enorme aspirador, los submarinistas succionan mineral de estaño del lecho marino mediante un gran tubo de plástico conectado a una bomba propulsada por un motor diésel. Una manguera de plástico conectada a un embudo sobre la superficie y propulsada por la misma bomba les permite respirar llevando hacia abajo el aire exterior.
Entre tanto, otros trabajadores utilizan tubos de succión directamente desde la cubierta de las plataformas, golpeando constantemente el lecho marino con largos y pesados palos para remover la arena y poner al descubierto el mineral.
Una vez bombeado a los pontones, el mineral de estaño, más pesado, se deposita en el fondo de la plataforma de madera, en tanto que la arena se devuelve al mar. Al término de la jornada, cada pontón puede acumular quince kilos de mineral, cuyo valor oscila en torno a los cien dólares, en función del precio mundial del estaño. Cada minero puede ganar alrededor de quince dólares al día, el doble de la paga media de un trabajador agrícola. Sin embargo, hay que pagar un precio muy alto, sobre todo en el caso de los que trabajan en las zonas marítimas.
"Los submarinistas son los que corren más riesgo", chilla Huwei Liong, de 31 años, esforzándose por hacerse oír entre el rítmico martilleo ensordecedor de las bombas que alimentan los tubos de succión y las tuberías de aire. El calor es insoportable y se ve agravado por las emisiones de los tubos de escape, que irritan la garganta. Delgados pero en forma –algunos cuentan sólo 14 años–, después de treinta minutos de trabajo los hombres de los pontones están empapados en sudor, agua de mar y barro, pero no parecen preocuparles las arduas condiciones de trabajo.
Los pozos que quedan como resultado de la extracción de mineral del lecho marino son profundos y pueden derrumbarse con facilidad y enterrar a los submarinistas bajo metros de arena, como Liong sabe perfectamente. Ahora es propietario de un pontón, pero sobrevivió a varios deslizamientos de arena mortales cuando trabajó como submarinista. "Te encuentras enterrado de repente y no hay forma de impedirlo", relata. "A veces, tus compañeros tardan media hora o una hora en sacarte a la superficie", añade. Muchos no tuvieron tanta suerte como él: según Walhi, una asociación medioambiental local, en Bangka muere un minero de promedio a la semana.
Los mineros ilegales suelen jugar a un peligroso juego de escondite con la policía, como les sucedió a Malasari Amirudin, de 33 años, y a su hija, Novi Akher, de 15, a quienes este reportero visitó mientras pasaban la mañana en su inhóspito hogar en Batako, junto con otras dos mujeres mineras. La tarde anterior, la policía había registrado la mina de tierra adentro donde trabajaban y la había clausurado. "No nos queda más opción que esperar a que se abra otra mina. Normalmente, no tarda más de una semana", explica Amirudin, que trabaja en la minería del estaño desde que tenía diez años. Una vez excavado un pozo, habitualmente con herramientas básicas como picos y palas, los mineros riegan el suelo con grandes tuberías de agua. El fango, a continuación, se bombea a través de mangueras de plástico hasta las líneas de lavado en simples depósitos de madera irrigados constantemente con agua donde el mineral sigue el mismo proceso de limpieza que en los pontones marinos.
Amirudin y su hija han llegado de Pangkalpinang, la capital de Bangka, para recoger trozos de estaño que caen de las líneas de lavado. Como la mayoría de los otros mineros, no tienen ni idea de para qué se usa el estaño. Cuando se les enseña un iPhone, dan un grito de estupor. "Esas cosas son caras. Desde luego, tendríamos que pedir más dinero por nuestro estaño", bromea Amirudin.
Aunque el bosque tropical retrocede con rapidez para dar paso a nuevos pozos mineros, la mayoría de los agotados quedan abandonados. Las autoridades exigen que las empresas con licencia limpien el terreno de la actividad minera, cubriendo los agujeros y plantando nueva vegetación, pero no está claro a quién corresponderá la reclamación de los pozos abiertos por mineros ilegales. En la práctica, el suelo de la isla muestra al descubierto grandes áreas de actividad minera que evidentemente han sido abandonadas sin reclamación alguna. La única excepción son algunas áreas convertidas en plantaciones de palmeras.
La empresa estatal de estaño PT Timah afirma que muchos mineros informales vuelven a entrar en áreas ya reclamadas por la empresa. Aunque esto es en parte cierto, Ismed Inonu, vicerrector de la Universidad de Bangka Belitung (UBB) y experto en medio ambiente y agricultura, culpa también a la empresa. "Una de las causas de la destrucción medioambiental es el aplazamiento de las reclamaciones", dice. "Las empresas deberían haber dado el paso –señala–, y el Gobierno debería haber aplicado sanciones [a quienes no cumplen la ley]".
La situación medioambiental en el mar es todavía peor. Cientos de pontones improvisados realizan sus operaciones mineras junto a 52 dragas y barcos de succión de PT Timah y otras empresas. "Bangka ha cambiado mucho desde que yo era pequeño. Hace diez años, el sitio donde nos encontramos ahora era todo mar", pone de manifiesto Liong, el propietario de un pontón, sentado junto a un templo confuciano construido en la orilla y rodeado de un bosquecillo. Mar abierto en su día, el litoral de Rebo presenta la forma de una serie interminable de pequeños golfos, todos ellos creados por la arena descargada por las dragas a lo largo de los años, tal como explican los residentes locales. Según un estudio reciente de la Universidad de Bangka Belitung, el vertido de arena ha matado del 30% al 60% del arrecife de coral local, lo que ha obligado a los peces a alejarse de la costa y dañado la industria turística.
Los pescadores locales son los más afectados por la contaminación marina, como pone de manifiesto Tsung Ling Xiao, de 41 años: "Hace 14 años podía pescar dentro de la zona de cuatro millas de la costa", se queja, sentado en el porche de su casa de dos pisos en Rebo. "Ahora he de echar mis redes a unas 17 millas de la costa", añade. Aparte de la devastación medioambiental, Xiao tiene otra razón para que le disguste la minería: hace seis años murió su hermano de 32, Tsung Ling Fang, sepultado por un corrimiento de tierras mientras trabajaba en un pozo de la mina que había abierto a tan sólo 300 metros de la casa de Xiao. Cuando la mina se derrumbó, Fang y otros dos mineros quedaron sepultados bajo un montón de escombros. Los otros dos sobrevivieron, pero Fang no lo consiguió.
La relación entre Bangka y el estaño se remonta al siglo XVII. Desde 1814, los colonos holandeses importaron trabajadores chinos para extraer estaño. Hoy en día, sus descendientes habitan muchas de las aldeas esparcidas tierra adentro. "Cada pueblo chino que se ve en Bangka solía ser una zona minera", dice Bambang Yusman, de 36 años, un empresario local cuyos antepasados llegaron de China a Bangka hace unos 300 años. En la actualidad, Yusman personifica las contradicciones en que se halla sumida esta tierra: propietario de un complejo turístico de playa cerca de la localidad de Sungai Liat, es también uno de los mayores concesionarios de las instalaciones mineras terrestres que explota PT Timah. Aunque hizo intensas campañas contra la destrucción ambiental causada por la minería en alta mar, no parece demasiado preocupado por los miles de pozos mineros que salpican la isla. "La gente aquí está chiflada por la minería. Algunas familias destruyen sus casas sólo para buscar estaño debajo de ellas", dice. "No cabe separar estaño y Bangka. Es parte de la cultura, y los nativos creen que la naturaleza restañará sus heridas y, de algún modo, se curará a sí misma". De hecho, los habitantes de Bangka parecen estar atrapados en una cruel ironía. Las minas de estaño han aportado un desarrollo económico a la isla, proporcionando un medio de vida a miles de familias, y han atraído inversiones para la creación de empresas complementarias como tiendas y comercios, hoteles y restaurantes. Muchas de las casas más bonitas de Bangka se han construido gracias a la minería del estaño, pero esa misma actividad también está destruyendo el futuro de la isla.
Si bien las autoridades toman periódicamente medidas enérgicas contra la minería ilegal, las acusaciones contra las fuerzas armadas por enriquecerse con la venta y el comercio fueron moneda corriente: mientras se realizaba este reportaje, la policía y los oficiales de la Marina solían verse en Rebo a la hora del crepúsculo cerca de la zona de pesaje del estaño adonde los mineros llevan el mineral extraído durante el día. Muchos de los mineros entrevistados dijeron que los oficiales se hallaban allí para recibir sobornos. Asram Somat se expresa aún con mayor franqueza. Amigable hombre de 30 años, de la aldea de Pemali y padre de dos hijos, Somat es uno de los intermediarios que compran estaño de mineros ilegales a través de particulares. Somat procesa y vende alrededor de tres toneladas de concentrado de estaño a la semana a fundiciones independientes, a un precio medio de 16 dólares el kilo. Aunque su negocio cuenta con licencia legal, Somat paga un millón de rupias indonesias (unos 100 dólares) al mes a la policía para evitar problemas. "A veces los oficiales me visitan y piden algo más, aparte de la remuneración mensual", añade, cómodamente sentado en su sala de estar, cuya opulencia desvela la buena situación de su negocio.
Con más de 40 empresas de fundición que operan en Bangka, la isla produce el 90% del estaño de Indonesia. El 95% se vende en el extranjero, en Asia (China, principalmente) y Europa. Rastrear su procedencia es prácticamente imposible. PT Timah argumenta que, a pesar de tener más del 90% de las concesiones mineras de estaño en Indonesia, sólo produjo alrededor de 28.000 toneladas de estaño en el 2012 (y poco menos de 24.000 el año pasado), mientras que las empresas privadas llegaron a 70.000 toneladas, una discrepancia en cifras que la empresa justifica por la extracción ilegal procedente de los hornos de fundición independientes. "Hay empresas que ni siquiera tienen zonas mineras, pero pueden exportar estaño. Es totalmente ilegal", se lamenta Agung Nugroho, responsable de la secretaría de PT Timah. Las empresas privadas responden que PT Timah también compra estaño ilegal (una acusación rechazada por PT Timah) y que la distinción entre legal e ilegal no tiene mucho sentido. "Cuando el 40% de la población está involucrada en la minería, ¿cómo se puede decir que el estaño es ilegal?", dice una fundición independiente que pide permanecer en el anonimato.
En un intento por controlar un mercado salvaje, el Gobierno de Indonesia ha puesto en marcha una nueva regulación: desde agosto del 2013, las empresas no pueden fundir su estaño directamente para sus clientes en el extranjero, sino que han de pasar por una bolsa central en la capital, Yakarta. La medida se supone que estabilizará los precios e impedirá que se exporte estaño cuyo origen no haya sido acreditado. El peligro es que los residentes locales podrían responder a la regulación con el aumento del contrabando a los países vecinos, un azote que, según PT Timah, ya priva a Indonesia de decenas de miles de toneladas de estaño cada año.
Por su parte, seis empresas electrónicas (Apple, Samsung, Blackberry, LG, Philips y Sony) se han integrado desde hace unos meses en una Coalición de Ciudadanía de la Industria Electrónica (EICC en inglés) cuyo objetivo es mejorar la responsabilidad social y ambiental en la cadena de suministro global.
En la isla, las autoridades locales admiten abiertamente que la minería ilegal será un azote difícil de erradicar. "Será imposible acabar con ella en un periodo de tiempo breve, hemos de ser realistas. Antes tenemos que crear empleo para la gente para que pueda alimentar a sus hijos", explica Yan Megawandi, jefe del departamento de Planificación del gobierno provincial. Condicionado por un bajo presupuesto, admite que también será difícil abordar los daños ambientales causados por la actividad minera y hace un llamamiento a las empresas de teléfonos inteligentes."Necesitamos ayuda. Creo que es justo y razonable pedirlo a quienes se han beneficiado de nuestro estaño", prosigue. "No pedimos necesariamente dinero, sino tecnología, formación y ayuda para lograr que nuestra sociedad sea más respetuosa con el medio ambiente. Tenemos recursos humanos limitados".
Ismed Inonu, vicerrector de la Universidad de Bangka Belitung, hace una advertencia más sombría. "El impacto de la destrucción que presenciamos ahora durará décadas, si no siglos", pronostica. "Algunas especies de fauna ya están desapareciendo, así como masas forestales de gran calidad. Si no se actúa ahora, algo realmente malo le ocurrirá a esta tierra".
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