En estas fechas, muchos
deben de estar en la
playa. Es el destino turístico
por excelencia,
elegido por una de cada
tres personas para su asueto
estival. Si usted, lector, es una
de ellas, ¡aproveche! Porque,
desgraciadamente, dentro de
poco puede que no quede ni una
sola playa en todo el planeta.
“Ah, ¡el cambio climático!”, tal
vez esté pensando. En parte
tiene razón, pero el motivo principal
de la desaparición de este
bello ecosistema natural no será
ese, sino que se acabará la arena.
“Vamos a la playa, ponemos
la toalla, tomamos el sol, tal vez
hacemos un castillo de arena
con nuestros hijos. Y nos vamos
tan contentos, sin plantearnos
nada. Pero, el 75% de las playas
del planeta está desapareciendo.
En el 2100, de seguir así, no
quedará ni una sola. Hay mafi as
que matan por conseguir arena,
hay contrabando. Y si la voracidad
de ciertos países continúa,
acabaremos viendo a indonesios,
indios o malasios defendiendo
a tiros sus costas a no tardar”.
Quien así habla es Denis Delestrac,
un realizador de documentales
francés que investigó a
fondo durante tres años qué
estaba ocurriendo con este recurso
natural.
En el 2013 estrenó un documental
sobre el tema, Sand Wars
(Sand-wars.com), guerras de
arena, en el que denuncia la
sobreexplotación de esta materia
y las gravísimas consecuencias
que acarrea para el planeta.
Su fi lme ha sido premiado en
numerosos festivales e incluso
ha propiciado que las Naciones
Unidas (ONU), en el marco de
su programa de medio ambiente
(UNEP), hayan publicado un
informe, basado en su investigación,
titulado Arena, más escasa
de lo que pensamos, en el
que alerta sobre la situación,
que califi ca de “emergencia”.
Una de cada cuatro playas
del planeta ya muestra los efectos
de la extracción masiva de
arena. Paradójicamente, el impacto
global de este fenómeno
pasa inadvertido para la mayoría
de las oenegés, gobiernos,
científi cos y medios de comunicación.
La extracción de arena,
en muchos sitios, ha resultado
en la destrucción de playas
y ecosistemas enteros, y ha
tenido gran impacto en el turismo
de esas zonas y el medio
de vida de muchos pescadores.
Vamos
a la playa y se suele dar por
sentado que la arena va a estar
ahí, se ven grandes extensiones
doradas, parece un recurso inacabable,
infi nito. Pero tiene los
días contados porque se ha
colado en todos los rincones de
nuestra vida.
Se estima que cada año, el
tráfi co mundial de este material
es de cerca de 18.000 millones de toneladas, según un informe
de la International Union of
Geological Sciences. Esta cantidad
es seis veces superior al
consumo de petróleo, de unos
3.400 millones de toneladas.
“Al ser un material a priori
tan abundante, se ha utilizado
tradicionalmente en muchos
procesos industriales. Se usa
para hacer desde pasta de dientes,
pintura y productos de limpieza
del hogar hasta alimentos
deshidratados, vidrio... Y por las
capacidades semiconductoras
del silicio, el elemento principal
de la arena, también se emplea
para fabricar chips, ordenadores,
móviles”, explica Joan Poch,
profesor de Geología de la Universitat
Autònoma de Barcelona.
Aunque los sectores que más
cantidad devoran son la construcción
y el turismo. El primero
lo hace de forma muy voraz:
el 80% de las autopistas, puentes,
edifi cios y otras obras públicas
están hechas con ingentes
cantidades de arena. Esto se
debe a que desde hace medio
siglo se usa el hormigón armado
como material de construcción,
sumamente efi ciente y de
bajo coste. “Construcciones
como parkings subterráneos o
bloques de muchas plantas o
rascacielos sólo son posibles
gracias a este material”, indica
Albert Cuchí, arquitecto y profesor
de la Universitat Politècnica
de Catalunya.
El hormigón se elabora con
agua, cemento y gravas y arena,
que en España procede de canteras
en montañas (también
alteran el entorno), porque la
ley de Costas prohíbe que se
obtenga del litoral. Pero en otros
países se extrae del fondo marino
y de las playas. El problema
es que las cantidades que se
necesitan para edifi car o hacer
puentes o carreteras son astronómicas.
“Si cogiésemos un
edificio recién construido, lo
arrancásemos con los cimientos
y lo pesáramos, tendríamos más
de dos toneladas de material
por metro cuadrado. Y más de
la mitad sería arena y gravas”,
señala Cuchí.
Singapur es uno de los países
que más arena consumen del planeta –quizás el que más–. Es
una de las naciones más ricas
pese a su reducido tamaño. “Para
mantener su estatus de hub fi -
nanciero internacional desde
los años 60 ha aumentado un
20% su superficie. ¿Cómo?
Echando tierra al mar. Y para
ello ha importado arena de Indonesia,
Vietnam, Malasia”,
denuncia Megan MacInnes,
responsable de campaña de la
oenegé británica Global Witness.
Primero, explica, usaron legalmente
la arena importada de
sus vecinos, hasta que estos se
percataron de que sus costas
estaban devastadas y prohibieron
la exportación. Singapur
empezó a ir más lejos a comprarla.
Y también, entonces,
comenzó el tráfi co ilegal.
“Hay ladrones que van por
la noche a playas paradisiacas
de Malasia o Indonesia y se llevan
toneladas de arena de la
costa en pequeñas barcas. Luego
van al puerto de Singapur,
donde la venden, sin que la policía
los intercepte”, asegura el
realizador Denis Delestrac. O
hay barcos que anclan en la costa
y dragan grandes cantidades
de arena a la superfi cie, lo que
tiene igualmente consecuencias
devastadoras al acabar con el
ecosistema del fondo del mar,
afectar a la pesca tradicional y
poner en jaque la subsistencia
de muchas familias.
Indonesia es seguramente el
país que más ha sufrido la avaricia
singapurense. Las autoridades
locales afi rman que han
desaparecido ya 24 pequeñas
islas de su litoral, y Greenpeace
Indonesia alerta de que muchas
más de las 83 islas que conforman
la costa norte del país podrían
ser engullidas por el mar
en la próxima década debido al
robo de arena.
“El daño que se está produciendo
en la costa es irreparable.
Y resulta irónico, porque Singapur
tiene un marco legal muy
avanzado para la protección del
medio ambiente, pero claro,
dentro de sus fronteras. Lo que
les ocurre a otros países no parece
importarle demasiado”,
acusa Megan MacInnes.
Que islas enteras desaparezcan
dragadas resulta catastrófi
co para la seguridad de Indonesia,
porque las pequeñas
actúan de escudos de las más
grandes y habitadas ante tormentas
y tsunamis. “En algunas
comunidades del océano Índico
los efectos del terremoto y posterior
tsunami en el 2004 fueron
peores por la extracción de arena”,
señala Claire Le Guern,
directora de Santa Aguila Foundation-
Coastal Care, una entidad
norteamericana que lleva 10 años
alertando sobre los peligros de
la extracción de arena.
Dubái, en los Emiratos Árabes,
es otro voraz consumidor
de arena. El minúsculo país vive
un boom por construir rascacielos.
Cuenta con cerca de 200,
entre ellos el Torre Jalifa, el más
alto del mundo. Y hay previstos
casi medio millar más que, de
llegarse a edifi car, la convertirán
en la ciudad del mundo con más
construcciones de este tipo. Y
para ello, claro, se necesita más
y más arena.
El país desarrolló además
dos proyectos –tildados de estrambóticos
por algunos– de
islas artifi ciales. Uno, The World,
un archipiélago de 300 islas que
forman un mapa del mundo, se
ha abandonado. Y otro es The
Palm Jumeira, una isla artifi cial
con forma de palmera.
¿Imagina los millones de
toneladas de arena que se necesitaron
para crear esas islas?
Cerca está el desierto, pero no
se puede usar su arena. “El grano
de la del desierto está muy
erosionado por la acción del
viento y es muy redondo y pulido,
no se une a otro. En cambio,
el de playa es más rugoso, desigual
y funciona muy bien para
construir”, explica Joan Poch.
India
es uno de los principales suministradores
de arena de Dubái.
En el país del sur de Asia, la
mafi a de la arena es la organización
más poderosa; empresas depende
construcción y material, así
como policías y políticos corruptos
están detrás del robo de
playas enteras, afi rma Delestrac.
“Hay crimen organizado, con
conexiones con las más altas
esferas políticas; un sistema bien
organizado que va desde la extracción
hasta la venta y la construcción.
Y las personas que se
ven obligadas a excavar la arena
son muy pobres, una especie de
esclavos, a quienes amenazan
con matar a sus familias si no lo
hacen”, cuenta.
También en Africa Coastal
Care tiene noticia de organizaciones
criminales que matan y
extorsionan para hacerse con
este recurso. De hecho, la oenegé
ha documentado la devastación
de las playas marroquíes
del norte. “Antes estas playas
eran muy largas, podías casi
recorrer toda la costa por ellas.
Y eran bellísimas, con enormes
dunas. Constituían uno de los
principales atractivos turísticos
del país. Y vimos con nuestros
propios ojos cómo se las llevaban
día y noche. Hombres, incluso
niños, cogían la arena con palas,
la cargaban en burros para meterla
en camiones. Ahora esa
zona es paisaje lunar. Da muchísima
pena”, cuenta Le Guern.
Marruecos tiene como despensa
el Sáhara. El país exporta
cada año unas 50.000 toneladas
de arena procedente de territorios
ocupados, por lo que la ONU
ha dictado que el comercio de
este recurso es ilegal, aunque
continúa, denuncia la oenegé
Western Sahara Resource Watch.
Y afi rma que entre los principales
compradores está España,
que desde hace 30 años importa
arena del desierto para rellenar
playas canarias.
Además de
la construcción, el otro agujero
negro de la arena es el turismo.
Es una industria muy potente
de la que muchos países depende
den económicamente por la
actividad que genera, desde
alojamiento hasta restauración
y ocio. De ahí que todos quieran
ofrecer playas anchas y bonitas,
aunque eso implique prácticas
como robar arena de los vecinos.
En Cancún, en el 2009, se
registró el caso de un hotel que
había vaciado una playa de otra
zona turística para rellenar su
propia playa. Y no hace falta ir
tan lejos: en Cádiz, el año pasado,
Ecologistas en Acción denunció
el robo de arena de la
playa de Valdevaqueros que fue
vendida a Gibraltar, que la usó
para crear playas artifi ciales.
En España y otros países es
muy habitual extraer arena del
fondo del mar, de la costa, para
rellenar las playas. Poco antes
de comenzar la temporada de
baño, es frecuente ver enormes
barcos anclados frente a la costa
dragando arena para luego
verterla en la zona en que pondremos
la toalla meses después.
“Ya apenas quedan playas naturales
en el mundo. Casi todas
son artifi ciales, porque si no las
rellenásemos cada cierto tiempo,
desaparecerían”, explica
Jorge Guillén, geólogo marino
del Instituto de Ciencias del
Mar-CSIC (ICM-CSIC).
La extracción de arena del
fondo marino no es inocua. Muchos
microorganismos y pequeños
animales y algas viven en
esa arena y constituyen la base
de la cadena alimenticia marina.
Si ellos desaparecen, peces mayores
no tienen con qué alimentarse.
Y así hasta llegar a nosotros,
los humanos. Además,
rellenar las playas es un parche
temporal, porque esa arena se
vuelve a perder. ¿Y eso por qué?
Las playas son ecosistemas
muy dinámicos que cambian
con cada estación. En invierno
apenas se ve arena, y en verano,
en cambio, aparecen grandes
franjas doradas. Esos cambios
en el aspecto de la playa no implican
modifi caciones de volumen,
sino de distribución de la
arena. Es un proceso que de
manera natural funciona a la
perfección, en el que no se pierde
ni se gana un solo grano. En
geología, a este equilibrio se le
llama balance sedimentario.
Los problemas empiezan
cuando ese balance es negativo.
“La pérdida de arena de las playas
tiene que ver con la intervención
del ser humano”, señala
Joan Poch. La mayoría de los
granos de arena de la playa
procede de la erosión de las
montañas y tarda decenas de
miles de años en llegar a la costa.
Son transportados por el
viento y, sobre todo, por los ríos.
No obstante, la mayoría de los
ríos están ahora regulados mediante
presas, que detienen el
agua y asimismo el aporte de
sedimentos al mar.
“En España, se calcula que,
antes de construir las presas, el
río Ebro, por ejemplo, aportaba
unos 20 millones de toneladas
de sedimentos al mar. Ahora
puede que lleguen apenas unas
150.000 toneladas”, señala Jorge
Guillén. Esto, sumado a la
edifi cación en primera línea de
mar, sin respetar la forma de la
playa y sus dunas; a la construcción
de puertos por toda la costa,
que desvían las corrientes
submarinas que antes distribuían
la arena, y al avance del nivel
del mar por el cambio climático,
“hace que la gravedad de la
situación vaya en aumento; las
playas ejercen de amortiguadores
entre el océano y la tierra.
Sin esa protección y con el aumento
del nivel del mar, las olas
están invadiendo la tierra, salinizando
la capa freática y contaminando
el agua que bebemos
y que usamos para la agricultura.
Es un auténtico desastre”,
alerta Claire Le Guern.
Pero ¿qué se
puede hacer para evitarlo? Porque
el problema, coinciden en
señalar todos los expertos, irá
al alza. La arena es un recurso
natural fi nito, la demanda seguirá
aumentando, continuarán
las mafi as, el contrabando y los
desastres naturales. “Una solución
puede ser reciclar lo que
ya tenemos. Dedicar más recursos
y energías, e inversiones
tecnológicas a investigar las
posibilidades del reciclaje”, señala
la directiva de la organización
Coastal Care.
En este sentido, en Florida,
en Estados Unidos, están regenerando
las playas con vidrio
reciclado. En esa zona del país,
la costa es clave para la economía,
puesto que es el principal
reclamo turístico: aguas prístinas,
buen clima, arena fi na. No obstante,
como en tantos otros lugares,
aquí también han construido
en primera línea de mar,
las playas se han erosionado, y
llevan décadas teniendo que
rellenarlas. Y hace un tiempo
se quedaron sin arena.
Entonces se les ocurrió una
solución ingeniosa. Al parecer,
una tercera parte del vidrio es
imposible de recuperar, y en
Florida han cogido esa parte, la
han machado hasta pulverizarla
y la han puesto de nuevo en
las playas. “Se comporta exactamente
igual que la arena. No
hay turistas por ahí con los pies
cortados”, bromea Le Guern.
Debe de ser muy similar porque
incluso las tortugas han regresado
a esas playas a poner sus
huevos.
Donde más tienen que cambiar
las cosas es en la construcción.
Para Sonia Hernández
-Montaño, arquitecta experta
en bioconstrucción y fundadora
del estudio Arquitectura Sana,
“podemos optar por una solución
parche y seguir construyendo
con hormigón armado, aunque
buscando alternativas para no
tener que seguir reventando
montañas o vaciando playas”.
En España, cuenta esta arquitecta,
se ha llevado a cabo algún
experimento con autopistas, en
las que se han usado escorias
de la industria metalúrgica que
no se podían reciclar.
En Sant Cugat, cerca de Barcelona,
la planta de Unión Transmóvil,
dedicada al reciclaje de
residuos de la construcción,
recoge los escombros de obras
de reforma y de derribos, los
somete a un proceso de limpieza
y así consigue recuperar
material apto para volver a
construir.
Ya se emplea en carreteras,
drenajes, canalizaciones. “Los
vertederos son el negocio tradicional,
adonde van a parar
todos los residuos de la construcción,
pero eso contamina,
crea canteras y desaprovecha
recursos. Hay muchos residuos
susceptibles de convertirse en
productos para abastecer el
mercado. ¿Por qué usar solamente
materiales nuevos?”, se
pregunta Roger Domènech,
gerente de la citada planta.
Otra opción es introducir más
materiales naturales, como la
madera laminada, usada en Austria
y Alemania, aunque tiene
un límite constructivo: no se
pueden superar las cuatro o
cinco plantas.
Para el arquitecto y profesor
Albert Cuchí, “la construcción
del futuro tendrá que orientar-
se más a la rehabilitación y no
tanto a la nueva construcción.
También tenemos que repensar
el modelo de ciudad, sólo así
podremos utilizar otros sistemas
de construcción. ¿Hace falta que
más de la mitad de la población
mundial viva en la costa?”.
Igualmente, habrá que reflexionar
sobre el modelo de
arquitectura. Ahora está globalizada,
se construye igual en
Dubái que en Finlandia, dice
Hernández-Montaño, “los arquitectos
deberíamos tratar de
repensar cuál es la arquitectura
tradicional de cada lugar y usar
los materiales de la zona. No
tiene sentido hacer los mismos
edifi cios en todas partes, cuando
el clima es distinto”.
Como civilización no podemos
detener el mundo que tenemos
en marcha, pero tampoco
podemos seguir haciendo las
cosas igual que hace 50 años,
porque la situación en el planeta
ha cambiado. La población
ha aumentado, los recursos naturales
menguan y el cambio
climático avanza. “Tenemos que
hallar nuevas maneras sostenibles
de adaptarnos a las nuevas
situaciones. Necesitamos invertir
en nuevo pensamiento. De
otra forma, ¿qué Tierra vamos
a dejar a los que vienen detrás?”,
se pregunta Claire Le Guern,
de Coastal Care.
by PI
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