El hotel Waldorf Astoria de Nueva York ha pedido a todos los que alguna vez se alojaron en él y al marcharse robaron algún objeto y lo metieron en la maleta que, por favor, lo devuelvan.
Están montando una exposición sobre sus años de gloria y echan en falta muchas cosas. A lo largo de más de un siglo, los clientes han saqueado todo lo que han podido. Hubo una época en la que, cada semana, desaparecían veinticinco mil cucharillas. Evidentemente, el hotel se veía obligado a reponerlas, constantemente, porque no es cosa de que un huésped pida una cucharilla y le digan: “Lo siento, no tenemos: nos las han robado todas”. Eso sí: los fabricantes de cucharillas debían de estar encantados. La agencia Efe explica en una nota que la petición del Waldorf Astoria está surtiendo efecto y que han recibido ya ciento veinticinco comunicaciones, quince de ellas “significativas”, adjetivo que permite suponer que se trata de objetos de valor, económico o histórico, o ambas cosas a la vez. Lo habitual es llevarse un abridor de botellas, un posavasos, el cartelito de “No molesten”... Pero hay quien no se anda con chiquitas: “Uno de los objetos devueltos es una cafetera de plata que data de 1938, y que una pareja que pasó su luna de miel en el hotel se llevó en su equipaje como romántico recuerdo de su estancia”, según explicaba un heredero de la pareja en la nota que acompañaba al artículo sustraído. Otro objeto recuperado es un posavasos para copa de vino de la década de 1950, y la comunicación que acompañaba al envío señalaba que procedía de un rico antepasado conocido por su generosidad hacia los necesitados, pero que también debió de caer en la tentación de llevarse algo que luciera el prestigioso anagrama del hotel”.
La costumbre de llevarse cosas de los hoteles está muy extendida. La mayoría no lo hace por interés económico sino por conservar un recuerdo de su estancia. A no ser que sea uno multimillonario, no se duerme cada día en el Waldorf Astoria, ni en los otros grandes hoteles del mundo. El propietario de un hotel del Pallars, menos suntuoso que el Waldorf Astoria, me explicó un día que a él se le llevan secadores de pelo, papeleras... E incluso televisores, cuando los que tenía en las habitaciones eran pequeños y cabían en la bolsa de viaje. Pero generalmente son cosas de poco valor. Ceniceros, por ejemplo. Tengo un amigo con cierta tendencia a la cleptomanía que tiene ceniceros de hoteles romanos, parisinos, perpiñaneses, alemanes, rumanos... Y toallas. Hubo una época en que no había hotel al que fuese –incluidos meublés– de donde no se llevase una toalla como recuerdo. ¿Cuándo dejó de hacerlo? En cuanto los hoteles decidieron dejar de poner su nombre en las toallas. ¿Qué gracia tiene robar una toalla anónima? Ninguna. Otro hotelero –de Berlín– me explicó que, en cuanto pidió una remesa de toallas sin nombre y las puso en las habitaciones, dejaron de robárselas. Sin el nombre, la toalla pierde todo su interés. Por cierto, en muchos hoteles –el Roger Smith de Nueva York, por ejemplo– en las habitaciones hay estanterías con libros y, según explican, casi nadie roba ninguno. ¿Por qué será?
Fuente: Quim Monzóby PI
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