Fuente: La Nueva España
Un día de finales de octubre de 2007, Fiona Pilkington, una madre soltera de 38 años, que vivía en el condado de Leicester con sus dos hijos disminuidos, decidió poner fin al acoso que durante ocho años venía sufriendo a manos de un grupo de menores de su barrio. Le dio un peluche a su hija Francecca, de 18 años, la sentó en el asiento delantero de su Austin, roció el interior del vehículo con una lata de gasolina y provocó una pavorosa explosión tras pisar el acelerador. Un jurado acaba de considerar responsables de su muerte a la Policía de Leicester y a dos concejales por no haber hecho nada por liberar a la mujer y sus hijos de los inmisericordes ataques de los menores de su calle.
Los primeros ataques se remontan a noviembre de 1997, cuando Pilkington informó a la Policía de que le habían robado su chequera del interior del coche, estacionado junto a su casa. El octubre de 2000, tras denunciar que un grupo de menores estaba haciendo fuego en mitad de la calle, los gamberros terminaron tirando huevos contra su casa.
En 2003, los ataques ya se centraron en su hijo Anthony Hardwick, un disléxico severo. En el colegio no hacían más que martirizarlo y llegaron a romperle los dientes. A lo largo de 2004 continuó el acoso a esta familia. Los chicos arrojaban botellas y piedras contra su jardín, prendían fuegos, golpeaba a su hijo e incluso llegaron a cortarles la línea telefónica. Sus constantes llamadas a la Policía caían en saco roto. La Policía comenzó a tomarla por una persona con problemas mentales, por lo que no le hacía ni caso.
La mujer llegó a recurrir a un diputado conservador de su distrito, que contempló con sus propios ojos cómo uno de los menores acosaba sin recato a la familia. Aunque avisó a la Policía, ésta no pudo encontrar cargos contra el menor. A partir de entonces la situación se desbordó. Los abusos e insultos a sus hijos Anthony y Francecca no se detenían. A Anthony llegaron a acorralarlo con un cuchillo en un cobertizo y tuvo que huir rompiendo una ventana. Los jóvenes también lo atacaron con una barra de hierro. No había forma de ponerles freno. En una ocasión saltaron al jardín y le gritaron a la mujer: «¡Podemos hacer lo que queramos y no podéis hacer nada para evitarlo!». A partir de ahí el acoso se hizo constante, con los menores rompiendo las ventanas de la vivienda a pedradas. La mujer describió en su diario el estrés al que estaban sometidos ella y sus hijos. Los concejales conocían la situación y llegaron a escribir a los menores para que se moderasen, sin éxito.
El día que decidió poner fin a todo, dos niñas estaban frente a su casa y comenzaron a imitar a su hija Francecca, de 18 años, que padecía un profundo retraso mental. También en esa ocasión, la Policía hizo caso omiso de su llamada.
Un día de finales de octubre de 2007, Fiona Pilkington, una madre soltera de 38 años, que vivía en el condado de Leicester con sus dos hijos disminuidos, decidió poner fin al acoso que durante ocho años venía sufriendo a manos de un grupo de menores de su barrio. Le dio un peluche a su hija Francecca, de 18 años, la sentó en el asiento delantero de su Austin, roció el interior del vehículo con una lata de gasolina y provocó una pavorosa explosión tras pisar el acelerador. Un jurado acaba de considerar responsables de su muerte a la Policía de Leicester y a dos concejales por no haber hecho nada por liberar a la mujer y sus hijos de los inmisericordes ataques de los menores de su calle.
Los primeros ataques se remontan a noviembre de 1997, cuando Pilkington informó a la Policía de que le habían robado su chequera del interior del coche, estacionado junto a su casa. El octubre de 2000, tras denunciar que un grupo de menores estaba haciendo fuego en mitad de la calle, los gamberros terminaron tirando huevos contra su casa.
En 2003, los ataques ya se centraron en su hijo Anthony Hardwick, un disléxico severo. En el colegio no hacían más que martirizarlo y llegaron a romperle los dientes. A lo largo de 2004 continuó el acoso a esta familia. Los chicos arrojaban botellas y piedras contra su jardín, prendían fuegos, golpeaba a su hijo e incluso llegaron a cortarles la línea telefónica. Sus constantes llamadas a la Policía caían en saco roto. La Policía comenzó a tomarla por una persona con problemas mentales, por lo que no le hacía ni caso.
La mujer llegó a recurrir a un diputado conservador de su distrito, que contempló con sus propios ojos cómo uno de los menores acosaba sin recato a la familia. Aunque avisó a la Policía, ésta no pudo encontrar cargos contra el menor. A partir de entonces la situación se desbordó. Los abusos e insultos a sus hijos Anthony y Francecca no se detenían. A Anthony llegaron a acorralarlo con un cuchillo en un cobertizo y tuvo que huir rompiendo una ventana. Los jóvenes también lo atacaron con una barra de hierro. No había forma de ponerles freno. En una ocasión saltaron al jardín y le gritaron a la mujer: «¡Podemos hacer lo que queramos y no podéis hacer nada para evitarlo!». A partir de ahí el acoso se hizo constante, con los menores rompiendo las ventanas de la vivienda a pedradas. La mujer describió en su diario el estrés al que estaban sometidos ella y sus hijos. Los concejales conocían la situación y llegaron a escribir a los menores para que se moderasen, sin éxito.
El día que decidió poner fin a todo, dos niñas estaban frente a su casa y comenzaron a imitar a su hija Francecca, de 18 años, que padecía un profundo retraso mental. También en esa ocasión, la Policía hizo caso omiso de su llamada.
by PI
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