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jueves, 8 de septiembre de 2011

Carlos Hathcock


Carlos Hathcock, también conocido por su apodo “White Feather” (pluma blanca), es uno de los snipers más respetados y admirados de la historia. Este sargento del mítico cuerpo de Marines estadounidense ostentó durante más de 30 años el récord mundial de una baja a larga distancia. Uno de sus tiros en la guerra de Vietnam hizo blanco a 2.250 metros.

El sargento estadounidense Carlos Hathcock consiguió elevar su nombre a la categoría de leyenda gracias a su eficacia y precisión en la jungla vietnamita. Las extremas condiciones ambientales que tuvo que superar para conseguir cumplir con su trabajo, además de sus continuas demostraciones de heroísmo y compañerismo, propiciaron que hoy en día sea considerado como uno de los mejores francotiradores de la historia. Las 93 bajas confirmadas que creó en el bando enemigo (aunque se comenta que la cifra puede extenderse hasta las 300 bajas no oficiales), no le sitúan entre los snipers más efectivos. Lejos quedan, por ejemplo, las 542 que se adjudican al gran tirador finlandés Simo Häyhä. Sin embargo, el hecho de actuar en solitario y casi siempre amenazado y rodeado por los soldados del ejército vietnamita, le confiere una especial áurea de sniper casi sobrenatural.

Adorado por sus compatriotas estadounidenses y por los más prestigiosos tiradores selectos del mundo, Hathcock destacó en el tiro deportivo antes de iniciar su brillante carrera en el ámbito militar. Durante los años previos a la guerra de Vietnam, el nombre de Carlos Hathcock sonaba con fuerza en todos los sectores relacionados con el tiro de precisión a larga distancia. Fruto de su pericia con los rifles de precisión, Hathcock obtuvo varios premios como tirador deportivo, una práctica que debió abandonar cuando el Ejército estadounidense solicitó sus servicios para incorporarse a filas.

En el cuerpo de Marines, Hathcock encontró el lugar idóneo donde demostrar y poner a prueba todas sus habilidades. Su facilidad para lograr disparos certeros fue su principal argumento para convertirse en tirador de elite de las Fuerzas Armadas estadounidenses, y Vietnam fue el escenario donde se forjó su leyenda. 1966 fue el año de su primer desembarco en el país asiático. Desde entonces y hasta 1969, fecha en la que un desgraciado accidente aceleró su retirada del campo de batalla, Hathcock logró eliminar oficialmente a un total de 93 soldados del ejército de Vietnam del Norte, entre los que figuraban altos mandos. Su tremenda eficacia causó auténtico pavor en las filas enemigas, donde no dudaron a la hora de poner precio a su cabeza (unos 50.000 dólares estadounidenses de la época). Sin embargo, durante los tres años que estuvo en servicio en la selva vietnamita nadie pudo darle caza. Ni siquiera los “countersniper” o cazadores de francotiradores, con quienes Hathcock tuvo más de un enfrentamiento digno de mención. En este sentido, según recogen sus múltiples biografías, Hathcock logró localizar y eliminar a un countersniper vietnamita con un certero disparo que atravesó la mira telescópica e impactó directamente en la cabeza del tirador.

A pesar de las dificultades que el sniper de la pluma blanca (le apodaban así por una pequeña pluma blanca que siempre acompañaba a su sombrero) tuvo que soportar en la densa y sofocante jungla de Vietnam, la popularidad de Carlos Hathcock va ligada de forma irremediable a su record mundial de distancia. Fue en la localidad de Duc Pho, ubicada en Vietnam del Sur, donde en 1967 el sniper estadounidense consiguió una baja con un disparo que voló durante 2.250 metros. El arma utilizada para lograr esta increíble hazaña fue la ametralladora M2 del calibre .50 (12,70) especialmente modificada por el propio Hathcock para disparar tiro a tiro y con mayor precisión.

El récord establecido por Hathcock se mantuvo intacto hasta el año 2002, es decir durante 35 años. Sin embargo, ya en pleno siglo XXI y en medio de la “Operación Anaconda” que tuvo lugar en la guerra de Afganistán, un equipo formado por tres snipers del ejército canadiense consiguió superar la marca establecida por Hathcock. El tirador del equipo, el cabo Rob Furlong, utilizó el potentísimo rifle estadounidense McMillan Tac-50 (calibre .50) para alcanzar a un enemigo taliban situado a una distancia superior a los 2.400 metros. Pero, aunque es evidente que el disparo realizado por los canadienses superó la distancia establecida más de tres décadas atrás por el sargento Hathcock, ¿cuál de los dos disparos tiene más mérito? Posiblemente, la respuesta se decante del lado del soldado estadounidense, quien consiguió una espectacular marca en peores condiciones ambientales (no es lo mismo disparar en medio del espesor de la jungla que en el despejado desierto) y con un rifle y una munición menos desarrollada.

En este sentido, los rifles que los snipers estadounidenses utilizaron en mayor medida en la guerra de Vietnam fueron el Winchester M70 Pre-64 y el M40, versión militar del popular Remington M700. En ambos casos se trata de rifles de accionamiento por cerrojo con una precisión realmente notable.

Como suele sucederle a la mayoría de mitos, los últimos años de vida de Carlos Hathcock fueron realmente duros. En su lucha contra la esclerosis múltiple, el sargento del cuerpo de Marines volvió a demostrar constancia, valentía y sacrificio, tres características de su personalidad que le ayudaron a triunfar en el terrible escenario vietnamita. Finalmente, en febrero de 1999 Carlos Hathcock falleció habiendo dejado previamente un trabajo de innegable valor para el futuro de los tiradores selectos de Estados Unidos. Y es que desde que en 1969 un trágico accidente le obligara a abandonar su carrera militar en activo, Hathcock apostó por la creación de escuelas y centros formativos para tiradores de precisión.

Como ya se ha comentado anteriormente, no fue un sniper ni un ejército regular quien truncó la espectacular trayectoria de Carlos Hathcock como tirador de elite. En 1969, mientras el sniper y otros soldados estadounidenses se desplazaban a bordo de un vehículo anfibio (“amtrack”) por las afueras de Khe Sanh, la desgracia llamó a sus puertas. El vehículo pasó por encima de una mina antitanque y la explosión fue inmediata. Como consecuencia de las llamas, Hathcock acabaría con la mitad de su cuerpo quemado, pero ni aún así dejó de luchar para salvar a siete compañeros heridos, a quienes consiguió poner a salvo de forma heroica.

Su compañerismo y sus méritos en el campo de batalla le sirvieron para recibir las más altas distinciones del Ejército estadounidense, como por ejemplo la Estrella de Plata del cuerpo de Marines. Además, su figura todavía goza de enorme prestigio dentro de la infantería de Marina, donde cada año se celebra un concurso de tiro de precisión que lleva su nombre.

En definitiva, gracias a sus 93 bajas confirmadas, pero sobre todo, gracias a cómo y dónde las consiguió (muchas de ellas con un Winchester M70 Pre-64 ligeramente modificado), Carlos N. Hathcock tiene un puesto de honor entre los snipers más importantes de la historia. Un hombre que desde sus inicios en el mundo del tiro deportivo siempre tuvo en cuenta el conocido lema de los francotiradores: “One shot, one kill”. Tal vez esta sea la frase que rece en su epitafio…


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Voy a intentar escribir el relato de una de las acciones del francotirador de los Marines, Sargento “Gunny” Carlos Hathcock III.

Una de las muchas bases de fuego estaba siendo hostigada por un muy eficaz francotirador del Vietcong armado con un Mosin-Nagant. El resultado, varios norteamericanos muertos y una base casi paralizada.

Por ello se decidió que Hathcock y su observador Burque tomaran cartas en el asunto y eliminaran al francotirador.

Un poco después del mediodía habían comenzado a ascender a lo alto de una cota que dominaba la base de fuego y sus accesos, posicionándose en la cresta militar, la zona anterior al punto más alto, desde donde podís ver sin resaltar sobre el horizonte.

Tras un chequeo exhaustivo de la zona, observaron unos pájaros picoteando y escarbando entre las hojas y la hierba, un poco más arriba, en las ramas bajas, otras aves estaban a la expectativa y abajo, en un arroyo, se reunían más pájaros.

Un poco extrañado de una acumulación tan poco natural, Hathcock echó un vistazo más despacio con los binoculares y descubrió que era lo que atraía a tantas aves: arroz.

Habían esparcido arroz, y los pájaros atraídos por la comida, formaban una barrera a modo de sistema natural de alerta que avisaría al francotirador comunista de la llegada de un intruso. Ese hombre merecía respeto.

Cerca del arroyo Hathcock arrojó un palo contra las aves. El repentino bullir y batir de alas que huían hacia las ramas más altas del bosque alertaron al hombre tras su fusil Mosin-Nagant. Algún animal podía haber provocado esa desbandada, pero evidentemente también podía haberlo hecho un hombre.

Los dos Marines se introdujeron entre la vegetación del arroyo de una forma aparentemente descuidada, tras lo que se echaron cuerpo a tierra y reptaron silenciosamente cuesta arriba en dirección al supuesto escondite del tirador enemigo.

El ruido de los marines en la zona del arroyo indicó al vietnamita que su presa había salido de su zona de muerte. Quizás frustrado subió la cota y estudió la zona en la que habían estado los norteamericanos. Tras ello examinó en dirección contraria, al sector de tiro que los yanquis habían cubierto había cubierto, y la verdad parecía muy bueno.

Mientras ocurría todo esto, los marines habían avanzado poco a poco a través del monte bajo hasta donde la cresta militar opuesta, en el extremo opuesto de su anterior sector de tiro y vigilancia.

Hathcock, después de buscar cualquier escondite posible y no encontrarlo, estaba aun así seguro que debía ser allí.

En aquella posición, cuerpo a tierra, sólo podía ver el ángulo frontal que presentaban un tronco podrido y una roca. Pero era allí, seguro.

A la izquierda había un árbol enorme que le ofrecía suficiente cobertura para incorporarse, sentarse y, quizá, mirar por encima de la roca y el tronco.

Apoyándose al árbol con la izquierda y con el fusil en la derecha, empezó a sentarse. Tenía la intención de apuntar el visor de su fusil hacia el punto que habían ocupado anteriormente ellos, para ver si su adversario lo estaba utilizando.

Hathcock estaba casi acomodado, iba a cruzar las piernas cuando el terreno cedió bajo sus botas y resbaló al suelo con un estruendo demasiado audible para la supervivencia.

El soldado vietnamita echó un vistazo por su telescopio y pudo ver el repentino movimiento del marine caído. Tenía a Hathcock en su visor. Dio un gatillazo demasiado precipitado de su fusil Mosin-Nagant, resultando un disparo bajo y desviado a la derecha.

El resbalón, el estampido del disparo de fusil y, quizás, el coraje de haber cometido un error de principiante, inyectó la adrenalina en todo el organismo de Hathcock.

Alzó el fusil centrando la cruz filar del visor en el tronco tras el que creía que se ocultaba el vietnamita, descubrió la sombra verdosa de su adversario desaparecer entre la maleza que le rodeaba.

“iMierda!”.

“Por que poco”. Esto tanto por el fallo del vietnamita como por su lentitud en lograr encararlo con su arma.

Los dos marines podían oír el ruido de ramas rompiéndose y golpeando al paso de su enemigo a través de la vegetación.

Ambos se pusieron en pie y corrieron por la cima de una cota que descendía hasta la linde de un bosque, donde vieron una cañada erosionada, arrasada y quebrada por las lluvias, que parecía una vía de escape perfecta para el vietnamita.

“Al suelo”, dijo a Burke.

Ambos hombres empezaban a reptar por la linde del bosque, cerca de la cima de la cota.

Estaba seguro que “charlie” estaría en la cañada.

Cuerpo a tierra Burke observó la cañada en toda su longitud con los binoculares, mientras que Hathcock permanecía tras su Winchester, buscando el menor indicio que delatase la posición exacta de su blanco.

Chequearon la cañada durante más de una hora sin descubrir la más mínima señal delatora. A pesar de todo Hathcock estaba convencido de que su presa no había huido, que estaba oculto y estaba esperándoles.

El francotirador vietnamita seguro que estaría observando cada tronco de árbol de la cercana linde del bosque. Sería entonces cuando al enfocar sus binoculares en la cima de la cota, donde los árboles se fundían en la cresta, algo atraería su atención.

El menudo guerrillero cerraría los ojos un instante para dejarlos descansar y borrar imágenes fantasmas residuales, y volvería a mirar por los binoculares, buscando en detectar algo revelador a través de los rayos del sol, cada vez más bajo.

“Creo que te he encontrado, mi joven yanqui.” Pudo pensar, quizás.

En un movimiento suave y controlado, el francotirador vietnamita levantaría su fusil, apoyándolo contra el hombro, firme en la mano izquierda, apoyada sobre el codo en el suelo, sobre la zanja que lo disimulaba.

Se concentraría en el punto interior del visor, pero su blanco se le escapó por culpa del fulgor del sol, lo que le obligaría a inclinar un poco e! arma en su intento de centrar al marine en su aparato de puntería y alcanzarlo.

“¿Qué ha sido eso?”

Pensó Hathcock al ver un reflejo delator en la cañada a través de su visor.

Lo más precisa y cuidadosamente que le fue posible, Hathcock centró la reticula de su visor en el punto de donde salió el destello. En realidad seguía sin ver nada discernible.

Contuvo la respiración dejando que la cruz filar cayese centrada de forma natural en lo que el creía que sería el blanco. En el exacto momento que el destello volvió a surgir su Winchester .30-06 dejó volar su proyectil, produciendo un enorme y repetido eco entre la cañada y cotas de la zona.

- “iSanta Custodia, sargento Hathcock! ¡Le has dado!”, - exclamó él mismo Hathcock al ver que el punto irreconocible de donde había salido el destello se convertía en un hombre muerto, cayendo hacia el fondo de la cañada tras ser alcanzado por su bala.

Soltó aire mirando a su compañero

“Un disparo, una baja.”

Burke llegó antes al cuerpo.

“Esto hay que verlo para creerlo Carlos . Mira, le has metido la bala directamente a través del visor.”

Hathcock tomó el fusil de precisión Mosin-Nagant de fabricación soviética, el visor telescópico era un tubo hueco, el vidrio de los lentes y prismas internos habían reventado antes de que la bala entrase en la cabeza de! vietnamita a través de su ojo derecho.

“Burke, estoy pensando algo muy feo. Ese tío tenía que estar apuntándome directamente a mi propio ojo, para que mi bala pasase limpiamente a través de su visor y le diese de esta forma en el suyo. La única diferencia entre su situación y la mía, es que yo apreté el gatillo antes.”

Con la última luz del día, Hathcock sentado junto al cadáver marcó su posición exacta en el mapa.

En cuanto al fusil, el visor sin lentes y la culata ensangrentada, los llevó de regreso a la base, para recordarle lo cuan cerca había estado de perder este duelo tan especial.

Fuentes:
Carlos Hathcock es nombrado en el episodio de la primera temporada de Mentes Criminales: conducta sospechosa 1x04 Un disparo a matar.

by PI
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