Los inversores madrugadores que
compraron el periódico aquel jueves
24 de octubre de 1929 empezaron
a notar –nada más leer el titular de
portada (a ocho columnas , como
se decía entonces)– un sudor frío
deslizándose por el espinazo. Como
una fina capa de hielo sobre un lago
oscuro y sin fondo, la estabilidad del
mercado de valores hizo crac aquella
mañana, expandiendo el pánico
entre los pequeños accionistas. Hoy
nos parece evidente (la implosión de
la burbuja era inevitable), pero por
entonces casi nadie se lo esperaba,
ya que nunca había sucedido algo
parecido antes. Fue la primera gran
crisis del sistema capitalista moderno
y provocó una enorme depresión
económica –millones de familias en
la ruina– de la que Estados Unidos
no pudo recuperarse del todo hasta
el boom de los años cincuenta,
una vez concluida ya la Segunda
Guerra Mundial.
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