"Yo no he inventado nada. No hay nada de lo que puedas decir: 'Este señor ha inventado un chip o un aparato...'. Todo son cosas que están en la naturaleza y que ya estamos usando". Desde hace 4.000 años en algunos casos. Y, sin embargo, suena prodigioso...
Alberto Vázquez-Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936), el niño que creció en el Sáhara, el corresponsal en nueve guerras, el español que buceó con Cousteau y cazó elefantes, el escritor que ha vendido 25 millones de libros, el inventor que patentó las desaladoras por presión natural, ya no sueña sólo con beberse el agua del mar. Su nuevo empeño es más ambicioso. Pasa por domar el viento, fabricar lluvia, hacer florecer el desierto... Y la buena noticia, asegura, es que es posible.
El proyecto se llama Babilonia 2000. En esencia, se trata de levantar una ciudad para 50.000 habitantes de una eficiencia energética tan depurada que su consumo sería entre un 60% y un 70% menor que el de cualquier urbe occidental del mismo tamaño. Sus raíces se hunden cuatro milenios, en los inicios mismos de la Historia. En su corazón se incrusta una de las desaladoras reversibles de presión natural alumbradas por el escritor canario. Y en su origen hay una de esas ocurrencias, entre la tenacidad y la casualidad, que a usted y a mí nos llevan a resolver un puzle y a Arquímedes a gritar ¡Eureka!
Armado con los centenares de folios de informes en que se ha basado (patentes propias, estudios de la Universidad Politécnica de Madrid, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas…), Vázquez-Figueroa desgrana los entresijos de Babilonia 2000 en el despacho de su casa, en el centro de Madrid.
A su derecha, una estantería con volúmenes en varias lenguas de todos sus títulos. El último en llegar, hace unas semanas, ha sido una traducción al turco de Tuareg, su best seller de 1980. A su izquierda, un ordenador en el que muestra los planos de la ciudad ideada.
Aunque sigue escribiendo -tiene dos novelas ya acabadas y pendientes de publicar-, hace tiempo que lo que hoy tiene a la izquierda le preocupa más que lo que tiene a la derecha.
Sentado en su sillón, sus palabras surcan las olas de humo del generoso puro que a diario se fuma a esa hora en que otros echan la siesta: "Todo comenzó hará casi dos años, cuando un grupo dubaití se interesó por las desaladoras…".
Desde los años 90, Vázquez-Figueroa viene dándole vueltas al problema del agua y ya tenía patentada la desalinizadora A.V.F., que permite potabilizar agua del mar a un coste tres veces inferior al de las desaladoras convencionales. Luego, la idea evolucionó hacia las centrales reversibles, que además de desalar el líquido, sirven para reciclar energía.
La posibilidad de convertir agua salada en agua dulce reciclando a la vez energía resultaba enormemente tentadora. Particularmente, para países como Jordania. "Tuvimos una primera reunión allí y vimos que era viable, aprovechando la diferencia de altura entre el Mar Rojo y el Mar Muerto", recuerda el autor de Ébano. "El Gobierno de Ammán puso a mi disposición un helicóptero. Incluso llegamos a tener ultimado un proyecto, pero hubo cambios políticos y se aparcó".
Fue entonces cuando llamaron a la puerta los jeques de Emiratos Árabes Unidos, tan necesitados o más que los jordanos de agua y energía limpia. "El problema es que se precisa una diferencia de altitud de entre 500 y 600 metros para conseguir la presión necesaria para desalar el agua", explica el escritor entre bocanada y bocanada.
Sus desaladoras reversibles de presión natural están concebidas para lugares con una montaña próxima al mar. Y el desierto que separa Dubai de Abu Dhabi, las dos principales ciudades de los emiratos, es completamente llano. El plan volvió a quedar encallado...
Hasta que Vázquez-Figueroa gritó ¡Eureka!
La solución tampoco era tan complicada. "Si no tienen una montaña", pensó, "se la construimos". Después de todo, la inspiración, si bien lejana en el tiempo, estaba relativamente cerca en el espacio. Hace 4.500 años, a 2.500 kilómetros de allí, los egipcios habían construido las pirámides del Valle de los Muertos. Más cerca, a poco más de 1.000 kilómetros al norte, los zigurat, los templos babilónicos, no habían sido otra cosa que pirámides escalonadas.
Construyendo una pirámide de más de 500 metros de altura (unas cuatro veces la de Keops) se tiene montaña. Pero, además, la edificación, con una base de más de un kilómetro, puede servir para albergar una ciudad de 50.000 habitantes en diferentes alturas. Y lo que iba a ser una desaladora reversible de presión natural pasó a convertirse en Babilonia 2000.
En la parte superior de la montaña artificial, se sitúa un gigantesco depósito de agua con capacidad para 80.000 metros cúbicos. "Hasta ese depósito se bombea agua de mar o se eleva por medio de modernos molinos hidráulicos", explica el escritor.
La operación vuelve a remitir a la arquitectura mesopotámica. Cuenta la leyenda que en el siglo VI a.C. la reina Amytis estaba triste. Su marido, Nabucodonosor II, era el monarca más poderoso de cuantos habían reinado en Mesopotamia y, ciertamente, la quería y agasajaba. Pero ella, que había crecido en Medos (en el actual Irán), echaba de menos el paisaje montañoso de su infancia entre las llanuras de Babilonia (100 kilómetros al sur de Bagdad).
Y para contentarla, Nabucodonosor, el Luis XIV de su tiempo, promovió una de las mayores obras públicas de la Historia: los Jardines Colgantes. Considerados una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, no es mucho lo que se sabe de ellos. En el siglo II a.C., Babilonia fue invadida e incendiada. Pero sobre la base de documentos y algunos restos encontrados, arqueólogos e historiadores han aventurado cómo pudieron ser.
Al parecer, las plantas y los árboles florecían en terrazas situadas a 90 metros de altura. Y, como en el proyecto de Vázquez-Figueroa, el agua era elevada hasta allí desde la base, en este caso, no desde el mar, sino desde el río Éufrates. Se cree que con una noria de dimensiones colosales.
Para subir el agua a lo alto de su montaña artificial, el inventor canario propone, en cambio, usar bombas alimentadas por tres fuentes de energía. Parte de la superficie de la pirámide está cubierta por placas fotovoltaicas. Además del sol, el diseño aprovecha también el viento. "Hay unos arcos aparentemente decorativos", apunta Vázquez-Figueroa. "En realidad, son túneles que se van estrechando. Ese estrechamiento obliga al viento que entra por ellos a alcanzar mayor presión, generando gran cantidad de energía".
Pero, junto al sol y al viento, la ciudad de Vázquez-Figueroa se alimenta de una tercera fuente de energía. En escalones inferiores al depósito de 80.000 metros cúbicos, hay dos más pequeños. "Básicamente, son recicladores de energía", aclara. "Hasta ellos se sube agua de mar en los momentos en los que el consumo energético es menor. Cuando aumenta la demanda de energía, el agua se deja caer y se turbina, generando esa energía necesaria. De esta manera, se recicla hasta un 75% de una energía que, de otro modo, se desperdiciaría".
El agua de esos depósitos no se utiliza para ser desalada. A ese fin únicamente se destina la recogida en el depósito superior. La desaladora se sitúa más de 500 metros por debajo, en la base misma de la montaña artificial.
La razón es sencilla: se necesita una presión de entre 50 y 60 atmósferas para que, por lo que se conoce como ósmosis inversa, el agua pueda desalarse. "Y una de las primeras cosas que me enseñó Cousteau es que, en el mar, 10 metros de profundidad son una atmósfera más de presión", explica el autor tinerfeño, que se libró de la mili creando la primera escuela de buceo de la Armada.
Los 80.000 metros cúbicos de agua salada almacenada en lo alto permiten obtener 40.000 metros cúbicos de agua dulce diarios. Cuarenta millones de litros. Según el Instituto Nacional de Estadística, cada español consume 160 litros al día. Considerando esa cantidad para la población de Babilonia 2000, aún sobrarían 32 millones de litros.
¿Para qué? Para hacer germinar un enorme oasis.
Canalizada como agua de regadío, se lleva hasta las afueras de la ciudad, donde daría de beber a bosques y a hectáreas sembradas de frutales y verduras. "Se suele decir que el desierto no es fértil, pero no es verdad", cuenta el autor de Tuareg. Huérfano de madre siendo un niño y con su padre enfermo, Vázquez-Figueroa creció con un tío suyo, funcionario en un fuerte del Sáhara. "El único problema es la falta de agua, pero el suelo es rico en sales minerales".
"La extensión y lo que se quiera plantar es cuestión de los ingenieros agrónomos", prosigue. "Yo doy las ideas, y luego ingenieros y los arquitectos ponen los puntos sobre las íes. Pero esta ciudad podría autoabastecerse de frutas y verduras".
Más aún. Babilonia 2000 se ha proyectado con campos de golf y jardines. Y con hipódromo, circuito, puerto deportivo, un estadio, piscina olímpica, apartamentos de lujo, la mezquita con el alminar más alto del mundo... "La primera vez que hablé con los dubaitíes me citaron en Córdoba, porque les encanta lo andalusí", recuerda el escritor canario. Un tren subterráneo recorre el recinto, y la arquitectura de la estación estará inspirada en la ciudad andaluza.
Es lo que se vería de la megapirámide, pero Babilonia 2000 esconde más secretos. Con temperaturas diurnas que fácilmente superan los 40C, la ciudad requiere un considerable esfuerzo para su refrigeración. Vázquez-Figueroa propone juntar abajo todos los motores de aire acondicionado y las bombas para elevar agua. El objeto es concentrar todo el aire caliente posible.
Liberado por una chimenea interior, todo ese aire caliente iría activando generadores en su fulgurante ascenso. En otras palabras, el calor producido por las máquinas de aire acondicionado no sería energía desperdiciada: serviría para producir más energía.
Además, ese tubo puede fabricar lluvia. "Si por las paredes de la chimenea se desliza agua salada, al ascender, el aire caliente se va humedeciendo", comenta el novelista. "No es raro que, por las noches, la temperatura en el desierto sea inferior a 10C. Al subir y entrar en contacto con un ambiente más frío, el vapor liberado se condensa y caería en forma de lluvia. Podemos decidir cuándo y cuánta queremos, aunque sólo llovería de noche…".
Apasionado, con sentido del humor y unas cuantas vidas vividas, libre de temores y falsas modestias, lúcido, por momentos brillante, parece que, a los 72 años, el escritor fuese a tener respuesta a todo. No es verdad.
-Señor Vázquez-Figueroa, ¿y cuánto costaría erigir esta ciudad?
-No tengo ni puñetera idea. Seguramente, más de lo previsto. Sería absurdo que yo diera una cifra aproximada. Pero lo que sí sé es cómo pagarla…
Porque ésa es otra de las ideas sobre las que gravita Babilonia 2000. Aparte de la venta de apartamentos de lujo para 50.000 personas, la ciudad permitiría recuperar sustanciosas cantidades de petróleo. Sin prospecciones.
"A 20 kilómetros de donde está proyectada, hay pozos ya abandonados", revela el escritor. "Se estima que entre el 4% y el 5% del petróleo de un yacimiento es imposible de extraer: se pierde en grietas subterráneas. Pero el agua es un 98% más densa que el petróleo. Si llevamos a esos pozos las aguas negras de la ciudad y la salmuera sobrante de la desalación, que no dejan de ser agua, ese 5% de petróleo flotaría. A la larga, se podría recuperar y, con su venta, abonar los costes de construcción de la pirámide".
by PI