Pocas mujeres habrá en el mundo que no hayan probado alguna vez algún cosmético natural de la firma francesa Clarins.Y pocas de esas mujeres sabrán que detrás de esa firma se encuentra la sabiduría de una asturiana, Leonor Santor, reconocida ahora como Leonor Greyl, nacida en Turón, tía del actual patrono de Clarins, Christian Courtin-Clarins, y propietaria de una firma de productos para el pelo de gran proyección internacional que lleva su propio nombre. Leonor Greyl, de 81 años, nunca fue a la escuela, pero si volviera a nacer volvería a aprender en la misma, en la de la vida. «Nací en San Andrés de Turón, mi padre era republicano y le mataron las tropas franquistas, así que nosotros tuvimos que exiliarnos a Cataluña. Mi familia era humilde, y yo no pude ir al colegio, tenía que trabajar. Además, mi madre se enfermó y teníamos que cuidarla».
La familia tuvo que escapar de Turón. En Barcelona se instalaron Leonor, su hermano pequeño y su hermana. «Mis otras dos hermanas se fueron a París, Malou Santor (ya fallecida) se casó con Jacques Courtin-Clarins, que era un enamorado de las plantas, de la cosmética natural, y fue él el que empezó a trabajar con la firma Clarins. Mi cuñado amaba a la mujer, la belleza de la piel, el bienestar. Sus inicios no fueron fáciles, pero poco a poco la firma Clarins fue ganando clientela, porque los productos eran muy buenos». Con veinte años Leonor Greyl dejó su trabajo de doce horas diarias en una pequeña fábrica de algodón de Barcelona para probar suerte en París, algo le decía que allí estaba su oportunidad. «Mi hermana me animó y le hice caso. Llegué a París con 20 años y enferma de tuberculosis. Estuve tres años ingresada en un sanatorio, en aquellos tiempos no había antibióticos y la enfermedad no se curaba como ahora. Ahí tuve la suerte de conocer a Juana, mi compañera de habitación, que fue la que enseñó a hablar francés y a escuchar música clásica. Desde entonces amo a Chopin. Era una mujer formidable », explica.
Ya recuperada de la tuberculosis, Leonor Greyl quiso buscar su oportunidad de prosperar. «Aunque no tenía estudios empecé a trabajar con mi cuñado y me empapaba de todas las cosas que veía. Yo era pobre, pero me encantaba la estética, todo lo bonito de la vida», explica Leonor Greyl en un castellano dulce con cierto toque de romanticismo francés. El cuñado de Leonor Greyl centraba sus productos en cremas de belleza y adelgazamiento pero Leonor tenía una inquietud, quería dar vida al pelo de la gente. «Pienso que el pelo es el espejo de lo que llevamos dentro, en él se reflejan nuestras preocupaciones, nuestros problemas y nuestro estrés. Así que aunque no era enfermera tuve la oportunidad de entrar a trabajar en un centro de belleza donde trataban problemas capilares, yo escuchaba a la gente, les trataba con cariño, y la gente se dio cuenta de que yo tenía alma, así que me atreví a montar mi propio negocio dedicado exclusivamente al tratamiento del cabello». Apoyada por su marido farmacéutico, que elaboraba las fórmulas que Leonor Greyl diseñaba a partir de sus conocimientos de plantas y tratamientos naturales, la asturiana montó su propio negocio con 30 años. «Los productos con los que trabajan en el centro no me gustaban, usaban alcoholes, pero aprendí mucho, y eso me sirvió para lanzarme yo sin miedo, y siempre con mucha psicología, escuchando al paciente. Recuerdo que el primero en llegar a mi consulta fue un chico de veinte años que había perdido todo el pelo, y se lo recuperamos. Mi marido y yo formábamos un buen equipo, sin él yo no habría llegado a donde estoy», explica Leonor Greyl. «Yo soy el ejemplo de que puedes llegar muy alto, aunque vengas de muy abajo, si trabajas duro», añade. Aunque fue París, la ciudad del amor y de las oportunidades, la que le dio las fuerzas para crecer profesionalmente, Leonor Greyl recuerda con cariño su pueblo, sus años en Turón y «a pesar de que fueron duros, ahí fue donde aprendí a luchar con fuerza».
Ha vuelto a Asturias de visita varias veces y le gusta el olor a campo, a plantas y a naturaleza, ese bálsamo que quita las penas y ayuda a olvidarse de los problemas. «Cuando le cuento a la gente que fui criada y que trabajaba en una panadería desde niña se quedan con la boca abierta; pero cuando naces sin nada eso te da la fuerza para luchar por todo. Así, sí», apostilla Leonor Greyl, que aún pasa todos los días por su trabajo, aunque su hija lleva ahora las riendas de la empresa, unas riendas que su madre le dejó bien amarradas.
Fuente: La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario