Usted seguramente habrá visto o leído El señor de los anillos,
trilogía llena de épica, lírica y dramática, una ficción que tras verla
tantas veces parece realidad. Que si Frodo, que si Gandalf, que si el
Gollum despellejando su garganta gritando “mi tesoro”. Es posible que,
por el contrario, usted sepa poco o nada del señor de los tornillos,
conocido como el Rey de los Tornillos, mote que él odia, pero
que se ha ganado a pulso, dándole vueltas de tuerca a una empresa que
heredó de su padre (con dos empleados) en los años 50 y que ha
convertido en un conglomerado de 400 compañías y 65.000 trabajadores. Si
sólo fuera por eso, Reinhold Würth, 77 años, sólo
sería uno de los hombres más ricos del mundo y una de las más grandes
fortunas (la duodécima, según Forbes) de Alemania. Sin embargo, este
hombre afable, muy directo (se agradece), que nunca fue a la universidad
pero da clases en ella, que hubiera querido ser piloto de carreras y
que sólo ha estado tres días enfermo desde que cotiza, es algo más que
un Tío Gilito de las arandelas. Würth podría presumir (no lo hace) de
ser uno de los mecenas artísticos más notorios del planeta.
¿Quién
puede decir que posee una colección de 12.500 piezas (ninguna en su
habitación) y doce museos, uno de ellos en La Rioja? ¿Quién puede
presumir de haber estrechado la mano al Papa, al Dalái Lama y a Nelson
Mandela?
Hombre que se hizo global muchos años antes de la globalidad,
firme defensor de la economía de mercado y de que el trabajador le trate
de tú a tú, crítico con la banca y la política (también con su Partido
Liberal), Würth, que rara vez da entrevistas y menos todavía con
fotógrafo, recibe a Magazine en Künzelsau, la sede central de la
empresa. Allí los trabajadores toman café justo al lado de obras de arte
que un día son de Baselitz, Picasso o Hockney y otro de Nolde, Max
Ernst o Miquel Barceló. El café es pasable, pero sabe a gloria ante
tanta belleza artística alrededor.
¿Qué soñó anoche?
¿Qué
qué soñé? Vaya pregunta para empezar, pero yo no soy un soñador, cuando
duermo, pues duermo, pero muy rara vez tengo sueños, nunca nadie me
había preguntado eso…
Venía al caso de que usted ha
edificado dos imperios, uno como empresario y otro como coleccionista.
¿Eso le ha llegado porque un día lo soñó y se lo propuso, porque se ha
esforzado, porque ha tenido suerte?
Mire, al final, en el
fondo de mi corazón se ve lo que soy: un comerciante, un empresario. No
me abrazo a cosas esotéricas ni me dejo llevar. Mi norma ha sido tener
los pies en el suelo y nunca escapar de la realidad. Lo que me sigue
moviendo es el negocio y asegurar su futuro. Por supuesto que
coleccionar arte es muy importante en mi vida, pero secundario. Si
quiere, es un contrapunto a mi profesión, que he desarrollado en
paralelo a mi carrera profesional, que ya alcanza los 63 años. Empecé,
oficialmente, en 1949.
Como aprendiz de su padre, ¿cierto?
Sí,
he trabajado muy duro, y el hecho de coleccionar arte, de visitar
galerías, de intercambiar impresiones con artistas en sus estudios, o
con directores de museos, siempre ha sido un mundo muy distinto al de
hacer negocios. Por supuesto que es un aliciente a mi rutina diaria,
pero al final el que siempre aparece es el comerciante, el gestor…
Coleccionar arte es un placer, y como las obras pertenecen a la
compañía, también intento que todas las piezas aumenten su valor porque
eso será bueno para la empresa. Cuando elijo una obra lo hago, en primer
lugar, si me impresiona, si es bella, pero a la vez la compro después
de preguntarme qué futuro tiene esa pieza y qué valor tendrá su artista
dentro de unos años. Ya lo ve, soy un comerciante, de los que suman dos
más dos. Y punto.
Tiene fama de trabajar más horas que un reloj. ¿Cree que hace falta a sus 77 años? ¿Cuándo y con qué se relaja?
Honradamente,
si se atiende a los requerimientos de los sindicatos alemanes, es decir
entre 35 y 38 horas a la semana, seis semanas de vacaciones al año, más
doce festivos, he trabajado el equivalente a dos vidas. Incluso los
fines de semana trabajo cinco y seis horas dictando cartas. Trabajo los
siete días de la semana.
Usted nunca cierra.
Exacto,
no cierro nunca. Por supuesto que hay periodos en los que desaparezco,
me pierdo por el Caribe a bordo de mi barco, pero incluso allí dedico
tiempo al trabajo. Con una grabadora envío por internet textos y dicto
cartas a mi secretaria, que está aquí. En realidad, la gente cree que
estoy en mi despacho cuando estoy en alguna parte del Caribe. A veces
ocurren situaciones divertidas, como que algunas respuestas llegan
enseguida gracias a la diferencia horaria.
Eso de dictar cartas suena a vieja película…
Ahora
no vaya a poner que de tanto dictar tanto dictar soy un dictador, ¿eh?
No lo soy. Tampoco soy un genio. Los 65.000 trabajadores de la empresa
saben muy bien que no soy un tipo que se pone a un lado y empieza a
darles órdenes a gritos y no hace nada. Saben que no pediré a nadie nada
que yo no pudiese hacer.
Teniendo en cuenta que su
habitación no es visitable…, puede explicar qué obra de arte tiene
reservada para usted y que admira cuando se levanta.
No hay
ninguna. En realidad, dos de las paredes de mi habitación están
cubiertas con estanterías con libros, en la otra hay cajones y armarios,
y en la cuarta están los ventanales. Ya se lo he dicho, por la noche ni
sueño ni tampoco estoy despierto para admirar una obra de arte. Duermo
(risas).
Posee hasta 12 museos y galerías de arte
asociadas en una época en que muchos millonarios gastan su dinero
comprando 12 clubs de fútbol o 12 jugadores para un equipo. ¿Cuál fue la
chispa para que se decidiese por el coleccionismo?
Bien,
pues porque… (una breve pausa) Yo también podría preguntarle a usted por
qué ha venido a hacer la entrevista sin corbata y sin afeitar, ¿no? O
por qué come pescado. No hubo un momento, ni ningún flash que me llevó
automáticamente a coleccionar. Por supuesto, en mi familia había una
conexión con las artes, con la música, por ejemplo. Mi madre tocaba muy
bien el armónium, una especie de órgano pequeño, y yo tuve que aprender a
tocar el violín cuando era chico…
¿Le costaba?
Ya lo creo, el sonido que salía
del violín era ensordecedor. Mi padre me decía: “Para ya, para ya este
ruido loco”. Muchos años después, mi nieto, que tenía unos tres años,
descubrió mi viejo violín y se puso a tocar. De nuevo salió de él un
ruido inaguantable incluso para él, así que cogió una especie de spray,
lo roció y lo dejó hecho trizas. Pensó que sonaría mejor… y ahí acabó la
historia de ese instrumento.
Pero usted hizo un viaje a Viena, de pequeño, que le hizo descubrir el arte plástico…
Sí,
cierto, fue un viaje con mis padres en 1941, en plena Segunda Guerra
Mundial. Mi padre estaba visitando clientes allí, y fuimos al castillo
de Schönbrunn. A mis padres les gustaba el arte, la arquitectura, el
mundo de la decoración, la historia.
En ese viaje, su padre todavía trabajaba como empleado de otra empresa y todavía no había fundado la suya.
Correcto, estaba en nómina de la compañía Reise, que ahora pertenece al grupo al 100% y da buenos resultados, por cierto.
Würth se crea en 1945…
Después
de la guerra, sí, yo tenía unos diez años. Incluso entonces, antes de
entrar como aprendiz, cuando acababa el colegio, por la tarde, ya hacía
cosas en la oficina. Ese tiempo también podría añadirlo a todos mis años
de trabajo (risas). Luego, como aprendiz, lo que hacía era llevar las
cajas de tornillos con un carro de madera, o bien a la estación o bien a
los clientes más próximos.
A usted le tocó entrar en el
negocio muy pronto y hacerse con las riendas a los 19 años, cuando su
padre murió. Le tocó eso... ¿pero en realidad qué quería ser de mayor?
Mire,
aquellos eran tiempos totalmente distintos. Ni tu padre ni nadie te
preguntaba “¿qué quieres hacer?”. Te mandaban y sanseacabó. Ahora el
discurso de los padres es algo así como (poniendo voz ridícula)
“cariñito-guapo-encantador, hijito o hijita, qué quieres ser de mayor,
ah muy bien, sí, sí, lo que quieras, mi corazón, y lo que tú decidas yo
te apoyaré y te financiaré” (risas). En mi época, los padres te decían
“a trabajar en el negocio familiar” y así no tenías que pensar nada.
También pasaba con los matrimonios: había quien se tenía que casar con
fulanito o fulanita y punto. No había discusión.
Pero, aparte de obedecer a su padre y entrar en la empresa de tornillos, algo soñaría con ser.
No
le sonará el nombre de Bernd Rosenmayer, pero yo quería ser como él.
Rosenmayer fue un piloto de carreras muy famoso, como una especie de
Ayrton Senna hace unos años. Murió en una competición. En aquella época,
las carreras eran toda una novedad, una gran invención, una aventura de
riesgo, por decirlo de algún modo.
¿A qué momento de sus 77 años le gustaría volver para revivirlo?
¿Cambiarlo?
No, revivirlo, sin cambiarlo.
Habría
muchos, eso es de las cosas más humanas que existen, todos estamos
atados a ese ciclo de la vida y todos querríamos revivir ciertos
instantes. Bueno… (Suspira) Llevo casado 57 años y en todo ese tiempo ha
habido grandes momentos, pero cuando me enamoré de ella fue un momento
muy bonito y limpio. Ella tenía 18, y yo, 21, seis meses después
estábamos ya casados. Ese periodo de mi vida es inolvidable y
remarcable.
Su mujer se llama Carmen…
Sí, es
alemana, pero cuando nació tenía la piel y el pelo tan oscuros, que sus
padres decidieron que merecía llevar el nombre de la protagonista de la
ópera.
¿Coleccionar arte crea adicción? ¿Provoca los efectos de una droga?
Provoca
toda clase de efectos, de la admiración al ver una mujer con los ojos
pequeños en un cuadro de Modigliani, a la grandeza de palpar la
humanidad de las esculturas de, por ejemplo, el austriaco Alfred
Hrdlicka. Cuando consigues una obra de arte que no sabías que existía te
produce una sensación única. Me pasó cuando logré una litografía nueva
de Max Ernst. Yo tengo una colección de más 300 obras de Ernst, y en esa
categoría no quedan muchas más. Encontramos una adicional, y esa es una
sensación única.
¿A veces se ha sentido engañado y ha tenido la sensación de que pagaba demasiado por una obra?
Todos
los coleccionistas aspiramos a pagar menos de lo que marca el precio
final. En realidad, muchas veces acabas pagando más de la cuenta, pero
eso no es lo peor. Cuando te queda mal cuerpo no es cuando te timan sino
cuando miras atrás y recuerdas aquellas piezas que rechazaste, que no
te animaste a comprar porque igual eran muy caras, pero, cinco o diez
años más tarde, te acuerdas y te dices: ¡qué idiota fui! Un ejemplo.
Cuando murió Joan Miró, en 1983, la galería Maeght de Barcelona organizó
una exposición con esculturas de varios tamaños, todas preciosas. Fui,
las vi, me ofrecían unas 25. Sucedió que poco antes de esa visita compré
una obra de arte que ni me acuerdo cuál era. Me gasté mucho dinero. Los
de la galería fueron pero que muy razonables con el precio, pero les
dije que no podía permitírmelo. Treinta años más tarde todavía pienso en
ello y me digo “qué idiota fuiste por no haber comprado todas las
piezas, las 25”.
Imagine que se castiga por aquel fallo y se exilia unos días a una isla desierta. ¿De qué tres artistas se llevaría un cuadro?
Uno sería Pablo Picasso, sin ninguna duda. Otra del pintor alemán Anselm Kiefer, y el tercero sería del británico David Hockney.
Usted
ha saludado a los hombres más poderosos del mundo y, sobre todo, a los
hombres que espiritualmente inspiran a millones de personas… el Papa, el
Dalái Lama, Nelson Mandela…
Ah, Mandela es una persona
extraordinaria. Aquí en el despacho tengo dos cartas escritas, firmadas y
enmarcadas que me envió después de conocernos. Son tan valiosas que las
que tengo aquí son dos copias, los originales están bien guardados.
Mandela, para mí, es la persona viva más importante e impresionante que
existe. Mandela es como un Dios después de estar 25 años castigado y
encarcelado y renunciar a cualquier tipo de venganza una vez alcanzó la
presidencia de Sudáfrica. Es mucho más de lo que puedes esperar.
Con tantos años de experiencia como empresario y como coleccionista, ¿qué es mejor, ser paciente o ser atrevido?
Como
comerciante no puedes ser muy paciente, tienes que actuar, tienes que
decidir todo el tiempo y lograr que las cosas rueden, funcionen. La
paciencia es para los doctores que tienen que esperar a que una pierna
rota se cure, pero un empresario es algo diferente, esperar tres, seis,
nueve meses a tomar una decisión no es asumible…
Lo más
chocante de su compañía no son las ganancias, ni el número de empleados
ni siquiera que tenga doce museos y una colección de 12.500 piezas,
sino… que su apellido esponsorice a uno de los colectivos más silbados
en España: los árbitros de fútbol…
A nosotros nos gusta
promocionarnos en el mundo del deporte y en muchos países. En Alemania
patrocinamos al equipo nacional de esquí, tanto el masculino como el
femenino. Además, apoyamos a todos los clubs con publicidad estática en
los campos. Pero queremos ser neutrales, nunca apoyamos exclusivamente a
un equipo en particular, porque si patrocinásemos al Bayern Munich (la
entrevista se hizo horas antes del anuncio de fichaje de Pep Guardiola),
nuestros clientes en Hamburgo se pondrían como fieras. Lo de los
árbitros en España va en esa línea: son independientes, neutrales. Así,
ningún cliente nuestro en España se enfadará.
Nunca fue a
la universidad, pero no sólo tiene varios honoris causa, sino que además
ha dado clases en la universidad. ¿Qué habría sido de su vida si
hubiese tenido la oportunidad de estudiar más?
En lo
personal no habría cambiado nada, eso seguro. En mi caso, porque tuve
suerte, tuve éxito al crear 65.000 empleos y reunir 3.200 millones en
acciones. Mejor no se podría haber hecho, sinceramente. No creo que
hubiese logrado mejorar esos resultados si hubiese ido a la universidad.
De hecho, me parece que hubiese sido contraproducente, en el sentido de
que siempre tiene que haber un momento en el que el que aprende tiene
que empezar a volar por sí mismo y sin ayuda de nadie.
Eso lo dice porque es piloto.
Sí,
y con una trayectoria de 7.000 horas de vuelo. Mis instructores me
explicaron una vez eso: siempre hay una primera vez en las que pilotas
tú y sólo tú. Si no existe ese momento, el alumno nunca tendrá la
seguridad suficiente para lograr su cometido e invertirá hasta tres
veces más tiempo estudiando y preparándose. En mi caso, la suerte es que
me tuve que lanzar con el negocio tal vez sin tener todos los
conocimientos, pero también sin demasiadas preguntas ni sentimientos
negativos. Por supuesto, hoy en día, recomiendo a todos los jóvenes que
adquieran el máximo de conocimientos.
¿Todavía da alguna clase?
Precisamente
vengo de dar cuatro horas de clase como profesor invitado de la
Universidad de Louisville, en Kentucky, gracias a un programa de
intercambio en un máster MBA, en el que hay prácticas y clases aquí, en
Alemania, y allí, en Estados Unidos. Por cierto, ¿ya han visitado el
museo de Swabisch Hall? (Mira al fotógrafo.) ¿Han visto la Madonna?
... ¿La Madonna de Hans Holbein? Todavía no.
Pues
tienen que ir, no pueden marcharse de Alemania sin verla. Es como ir a
Madrid y no pasar por el Prado. Igual el museo ya está cerrado, ahora
aviso y que lo abran.
Fuente: Dominical
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