Lo nunca visto. El caso más portentoso de reformación humana mediante la voluntad. La artista sin brazos, ni los tiene ni los necesita. Es tiradora al blanco. Toca piano, violín, acordeón y xilófono. Es profesora de caligrafía. Es una excelente mecanógrafa. Juega al billar y a cartas. Conduce un automóvil con la ayuda de sus pies. Hace caricaturas de uno del público. Hace toda clase de labores propias de su sexo: corta, enhebra una aguja, cose...”. Así se anunciaba en 1933 la actuación en un teatro de Lleida de Regina García López, La Asturianita. Una mujer excéntrica con una vida de película, a la que republicanos y franquistas encarcelaron por el mismo delito: espiar para el bando contrario.
A los 9 años perdió los brazos en el aserradero de su padre, fue artista en medio mundo mostrando sus habilidades con los pies y murió de miseria en la posguerra, internada por loca, después de haber sido encarcelada por la República y por el franquismo. Regina García López, (Valtravieso, 1898 - Madrid, 1942) La Asturianita regresa a la actualidad gracias a la biografía «Regina, el coraje de una mujer» (Madú Ediciones) escrita por el periodista valdesano Luis González Fernández después de seis años de trabajo de investigación documental, recogida de testimonios y escritura.
Las poleas de la sierra echaron a andar, envolvieron los brazos de Regina y los arrancaron a la altura de los hombros. La niña fue operada durante horas, anestesiada con cloroformo. Aquel día de agosto de 1907, Regina, de 9 años, se había endomingado para ir con su padre al aserradero de El Fornel, donde la familia tenía depositadas sus esperanzas de prosperidad para los ocho hijos. Años más tarde, el aserradero se quemó y el padre, Celestino, tuvo que emigrar a Argentina, pero el problema de 1907 fue que su segunda hija se convirtió en «manquina» y melancólica. José García Fernández, «El Pachorro», un indiano con posesiones en la provincia argentina de Tucumán, pagó la educación de Regina en el Colegio del Asilo de Luarca, junto a 400 críos más. Quiso adoptarla y llevarla a América, pero sus padres no aceptaron y trajo de Alemania a un especialista para que le implantara unos brazos mecánicos, sin éxito. Regina, preocupada por su futuro, se empeñó en su presente aprovechando cada enseñanza.
A los 17 años manifestó dos preocupaciones, la igualdad de las mujeres y la educación de los niños, y una ambición: estudiar Magisterio. Las familias ricas de Luarca a las que acudió para que le pagaran los estudios le dijeron que se quedara en el asilo, insensibles a que lo que ella más temía era ver pasar los años rodeada de ancianos y enfermos. Un circo italiano de paso por Luarca le dio la solución. Vio un mono que divertía al público comiendo y lanzando avellanas con las patas traseras y decidió ser artista. Su madre la desanimó, pero ella empezó a ejercitar los pies y en unos meses escribía, cosía y bordaba con ellos. El estío de 1918 trajo de nuevo al indiano a Valdés, que vio los avances de Regina y participó de su nacimiento para el arte llevándola al Gijón que rivalizaba en veraneos con San Sebastián, a una fiesta en honor a la infanta María Isabel. La Asturianita empezó a animar los festivales benéficos y los teatros de las villas de Asturias. En el Jovellanos, con la compañía del circo Evans, supo lo que era compartir cartel con la cupletista Raquel Meller. La misma personalidad fuerte que la llevó a entrenar sus pies le hizo expresar sus ideas con vehemencia. Cuando se enteró de que el párroco de su pueblo quería cobrar ocho pesetas a una familia paupérrima por oficiar el entierro de su hijo de un año le dedicó una poesía satírica que acabó con el propio obispo de Oviedo reprendiéndola. Nada paraba a La Asturianita.
De gira en Badajoz conoció a Juan Dámaso Cisneros, empleado de Correos, y, después de un corto noviazgo, se casó con él en Santiago de Arriba, parroquia a la que pertenece Valtravieso. Tenía 25 años. Cisneros, con el que tuvo tres hijos (María, Marcelino y Juan) antes de que se divorciaran en 1929, fue su representante en los años en que comenzaron sus giras por el extranjero. «La maravillosa artista sin brazos. No los tiene ni los necesita», conduciendo con los pies un vehículo de gran cilindrada, anunciaba por las ciudades de Turquía, Palestina, Egipto, Uruguay, Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos un espectáculo en el que liaba pitillos y los encendía, realizaba caricaturas del público, descorchaba botellas y las servía, tocaba piano, violín, acordeón y xilofón, y cazaba con escopeta una moneda puesta sobre el bocal de una botella.
En 1933, según recoge María Teresa Bertelloni, su nuera, en la biografía Regina García López, La Asturianita,
fue recibida por el presidente Roosevelt en la Casa Blanca, adonde
llegó, como era costumbre en sus actuaciones, conduciendo ella misma con
los pies. El presidente estadounidense le tendió instintivamente la
mano y La Asturianita le ofreció el pie. Luis González Fernández escribe que recorrió 40 países antes de que en 1935, con sus buenos cuartos ahorrados, decidiera regresar a Luarca y dedicarse a tareas filantrópicas que materializaran sus ideas de justicia social. En 1936 inició su proyecto «Selección» para escolarizar a todos los niños y niñas con capacidades hasta donde llegaran evitando que buenas cabezas se perdieran en lejanas aldeas. En la primavera de 1936 dio discursos -a veces con pequeñas actuaciones- para mover conciencias y aligerar bolsillos. Lo hizo con su convicción habitual. El semanario luarqués La Democracia la acusó de querer una enseñanza sin Dios, lo que ella negó. Para recaudar fondos a beneficio de los niños de Luarca consiguió un contrato en el teatro de la Zarzuela y viajó a Madrid el 13 de junio de 1936, un día después del asesinato del progresista teniente Castillo y la misma jornada del asesinato de diputado derechista José Calvo Sotelo. Cinco días después, con Regina alojada en la pensión Bellas Artes de la calle Alcalá, comenzó la Guerra Civil y el principio de su largo, absurdo y miserable fin como espía y loca para la República y el franquismo. La Asturianita actuó varias veces en el Madrid de la guerra donde ni quiso estarse quieta ni supo estar callada.
Como se desenvolvía con labia e influencias y, según su biógrafo Luis González Fernández, tenía una necesidad patológica de notoriedad, intervino para excarcelar a parientes de la pensión, lo que la llevó ante Ángel Pedrero, hoy recordado como antiguo jefe de una checa (prisión parapolicial) y responsable del servicio de inteligencia de la República. Pedrero le propuso ser espía en Francia, lo que ella rechazó. El jefe del espionaje la mandó detener y encarcelar, aislada, en la prisión de Ventas el 4 de abril de 1937. En los cinco años que le quedaban de vida sólo tendría unos días de libertad. El resto lo vivió entre prisiones, juzgados y manicomios. Aunque confesó, en ocasiones, que se había hecho la loca para salir de la prisión, es difícil saber, en cada momento, cuánto estaba afectada su conducta por la valentía, la imprudencia o una mala salud mental. Cuando Madrid pasó a manos de los franquistas, Regina, como represaliada de la República, quedó inmediatamente en libertad. Por poco tiempo. La anécdota de una tarde de cine explica bien al personaje. Al terminar la película, a los acordes del himno nacional, todos los espectadores se pusieron en pie e hicieron el saludo franquista. Un joven se acercó a la artista, que iba cubierta con un abrigo capa, y le exigió que levantase el brazo porque «estamos en la España de Franco». Ella respondió: «Pues yo no levanto el brazo ni ante el mismísimo Franco, aunque me maten». El falangista la quiso llevar detenida, ella aclaró el malentendido y algunas personas intercedieron para poner sentido común en la estúpida situación. Regina gastaba ese tipo de humor en sus espectáculos y en la vida. No entendió que la situación no estaba para bromas, como tampoco cuando, en el Madrid asediado, decía ante cualquiera que era amiga de Azaña o del obispo de Málaga o que tenía el carné número uno del Socorro Rojo Internacional. Poco después del incidente del cine empezó a recibir visitas de agentes del nuevo régimen que le propusieron colaborar en la represión y, sea porque se negó o por una denuncia, la detuvieron de nuevo, la interrogaron en la Dirección General de Seguridad y la volvieron a encarcelar en Ventas, un edificio atestado donde se vivía el miedo a las sacas, se oían los fusilamientos en los paredones del cementerio del Este, había hacinamiento, hambre e insalubridad. Allí, enferma de fiebres y desequilibrada, rompía el sueño de las demás reclusas cantando asturianadas por las noches.
Por los fragmentos que recoge González Fernández, el juicio a La Asturianita revuelve las tripas. Su defensor la conoció a la puerta de la sala de juicios; la Guardia Civil la presentó como creadora de una «vasta organización internacional, calificada por ella como Selección, de corte masón»; la Policía militar en 1939 la certificó como afecta al glorioso Movimiento Nacional, no faltó el «al parecer se trata de una persona bastante peligrosa» sin especificar el parecer de quién y la Guardia Civil de Luarca la calificó como «persona de actividades izquierdistas y muy propagandista del comunismo, peligrosa para la causa ya que por su cultura se desenvuelve con mayor facilidad, huyó a campo enemigo no habiendo cometido desmanes por hallarse inútil de los brazos». Un gañán compareció brazo en alto y al grito de «acuso a Regina de haberme delatado» con tales modos que el presidente de la sala lo expulsó. El informe psiquiátrico le diagnosticó «parafrenia sistemática» (el de la República, la evaluó como «enferma mental paranoica con delirio reivindicador»). Aunque Regina se enfrentaba a una petición fiscal de «reclusión perpetua a muerte» no hubo en sus deposiciones miedo ni culpa sino desenvoltura confiada.
La sentencia del 3 de marzo de 1942 la absolvió «aunque deberá permanecer internada en un establecimiento psiquiátrico a disposición de la autoridad judicial militar». De vuelta a la sala de enfermas de la cárcel de Ventas, las compañeras le organizaron una pequeña fiesta en la que aparecieron una bolsa de fruta y algunas pastas, hubo cantos y risas, y se cerró con un «viva Asturias» cuando la enfermera ordenó silencio. A Regina la mató en tres días «el piojo verde», un azote de la posguerra. Ingresó muy grave en la sala de infecciosos del Hospital del Rey y le diagnosticaron tifus exantemático, la enfermedad del frío, del cansancio, de la suciedad en campamentos, cuarteles y cárceles. Murió el 22 de mayo de 1942, con 44 años, acompañada por María, su hija adolescente, y por su cuñada Josefa.
- Bertelloni, María Teresa. Regina García López, La Asturianita. Instituto Asturiano de la Mujer y Ayuntamiento de Valdés, 2005.
- González Fernández, Luis. Regina. El coraje de una mujer. Biografía apasionante de una mujer singular. Editorial Madú, Granda-Siero, 2008.
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