Lindsey Davis es, a sus 63 años, y a pesar de su
condición de inglesa, la gran novelista viva de la Roma clásica. Su
detective Marco Didio Falco, del que ha escrito nada menos que veinte
libros, forma parte del imaginario de millones de lectores en medio
mundo. Es por eso que Magazine la cita en lo que queda de Londinium, es
decir, en el Museo de Londres, invadido entre semana por grupos de
escolares uniformados que se hacen fotos junto a ánforas, rudimentarios
cuchillos con muescas y barnizadas maquetas de coliseos, mientras unos
musculados gladiadores luchan con desenvoltura en las pantallas de
plasma, protegidos por los restos de la muralla del siglo III que
flanquean el moderno edificio. Roma está otra vez de moda, aunque Davis
empezó a escribir sobre ella mucho antes, a finales de los años 80.
Orgullosa hija de la working class de Birmingham, se mueve con
aires de cónsul mientras ofrece explicaciones detalladas sobre el uso
cotidiano de pequeños objetos de aquellos tiempos. En su último libro, Domiciano. Dominus et deus
(Edhasa), que aparece este mes a la venta en España, abandona a su
mítico detective y se centra en la figura del emperador Domiciano
(51-96), que reinó en el primer siglo de nuestra era.
La afición
de los ingleses por la historia rivaliza sólo con la que sienten por la
jardinería. “Recibo multitud de mensajes –cuenta la autora, mientras
pasea por las salas–, y los conservadores y los arqueólogos de este
museo profesan tanta simpatía hacia mis libros que reconstruyeron la
maqueta de una noria basándose en mis novelas”. ¿Sigue habiendo
hallazgos que originen nuevas visiones? “Claro, en el 2001, encontraron
en Southwark, por ejemplo, la tumba de una gladiadora. Pero yo viajo a
Italia todos los años para investigar in situ, en los yacimientos”.
Apunta que “los romanos siempre vieron Britania como extranjera, por su
remota ubicación y por su composición social. La invadieron para
conseguir metales preciosos, pero no estaban muy bien informados sobre
lo que realmente había. Tácito habló de Britania como de un lugar ‘de
clima espantoso, con lluvias y nieblas frecuentes’ aunque, dijo, los
frutos crecían con rapidez”.
Cayo Vinio y Flavia Lucila, un
guardia pretoriano y una peluquera, son los protagonistas, junto al
emperador, de su nueva obra, que, si bien está protagonizada por su
dinastía favorita, la Flavia, no tiene a Falco entre sus personajes.
Davis explica que ello se debe a que perdió a Richard, su compañero
sentimental, hace tan sólo tres años: “Había sido un gran apoyo para
desarrollar al personaje, me acompañaba a todos lados, hasta a las
cloacas de París, para investigar. Mi editor de siempre, además, cambió
de empresa, y me dije que, ante tantas ausencias, era un buen momento
para abandonar a mi personaje y crecer, ofreciendo una obra más
ambiciosa. Tenía sentido cambiar, me pareció que era la hora de volver a
la fascinación primigenia por Roma que me condujo a crear a Falco, pero
extrayendo de ella otro fruto. No quiere decir que esté muerto para
siempre, no lo sé, ¿quién sabe?”. Confiesa que ahora trabaja “en una spin off de Falco, protagonizada por su hijastra británica, algo más refrescante”.
Ante
las telas romanas expuestas en una vitrina, Davis explica que “la
túnica era la prenda básica: un rectángulo largo para las mujeres y
corto para los hombres; el cuello era su punto débil, pues siempre
sufría rasgaduras y carreras. Se confeccionaban con lana, por lo que
eran difíciles de lavar e irritaban las pieles delicadas. Los colores se
hacían cada vez más pálidos en cada lavado, y el olor corporal era algo
natural, en un mundo sin desodorante. Las pelucas las utilizaban ambos
sexos, y el maquillaje salía de posos de vino y estiércol. Los buenos
romanos iban afeitados, eso los distinguía de los bárbaros”.
La serie de televisión Roma fue estrenada en el 2005 y recibió los premios más prestigioso
Domiciano, el primer emperador que pidió ser llamado “Dueño y Dios” –rompiendo la tradición de fingir ser un primus inter pares–,
ha sido retratado a menudo como un tirano, a la altura de Calígula o
Nerón. Pero la autora ofrece en su novela una visión más compleja de
alguien que “reconstruyó Roma tras un incendio devastador, hizo fuertes
las fronteras del imperio en el Danubio y financió como pocos las artes.
Eso sí, reconozco que estuvo aislado y que era un paranoico obsesionado
con eliminar a cualquiera que amenazara su poder. Fue celoso hasta el
extremo de asesinar en plena calle al actor que supuestamente se
acostaba con su mujer, y entabló una guerra a muerte contra los
senadores”.
“Domiciano es diez años menor que su hermano Tito
–explica Davis–. Es fuerte, con el cabello rizado característico de su
familia, el mentón flaviano hendido y el cuello de toro. Las estatuas lo
muestran parecido a Tito, pero yo lo imagino más regordete y
sensiblero. Habría sido tan buen estadista como su padre, Vespasiano, y a
ratos lo consiguió. Pero nunca compartió una campaña militar con él,
sino que lo dejaron en Roma; eso lo volvió introvertido y solitario. Se
esforzaba en impresionar a su padre y en igualar a su hermano, más
carismático. A los veinte años fue arrojado al poder y se volvió loco.
Impuso un reinado de terror que acabó con su asesinato”. Davis cree que
el diagnóstico médico es claro: “Paranoia, un caso clásico. No tenían el
concepto, pero sí los síntomas, lo llamaban histeria”. Algunos le han
criticado que no aborde la gran persecución de los cristianos, pero ella
responde: “Es que creo que no se produjo, es un mito, no existen
evidencias históricas que lo prueben. Estoy un poco harta de que nos
cuenten que los romanos del siglo I ardían en deseos de convertirse”.
Cayo
Vinio, como buen pretoriano, está obligado a “defender al emperador de
todos los peligros, sobre todo de sí mismo”, mientras que Flavia Lucila,
una liberta, trabaja peinando a los más poderosos de la ciudad, tanto
hombres como mujeres. Ella es un personaje femenino fuerte: “Con su
trabajo de peluquera puede ganar dinero, y con ello conquista su
independencia y su libertad de elección”. “Las mujeres, en ausencia de
padre o esposo que hablara por ellas, tenían un tutor, pero las madres
de tres hijos sí podían manejarse sin él y hacer su voluntad. Al menos
era mejor ser mujer en Roma que en Grecia, pues podían salir a cenar con
sus maridos, y en casa no se las solía contrariar”.
Una de las
chicas que pasean por el museo exclama ante su amiga: “¿Ves? Tenían
muchos hijos porque no había condones”. Y Davis, didáctica, no puede
evitar corregirla: “No exactamente, los romanos también tenían sus
métodos anticonceptivos, como espermicidas, pero la pasión hacía que a
veces se olvidaran de ellos, y la consecuencia, como ahora, eran los
bebés y las enfermedades”.
En las novelas de esta exfuncionaria
hay corrupción política (con episodios, ay, en Hispania, donde se
producía el aceite de oliva, que era el petróleo de la época),
desahucios y hasta mobbing inmobiliario. Así definió Plutarco
la obra de un especulador de la época que, “al observar lo propensa que
era la ciudad al fuego y a los derrumbamientos por la altura de los
edificios y por el hecho de estar tan cerca unos de otros, compró
esclavos que fueran albañiles y arquitectos y cuando hubo reunido a más
de quinientos, hizo de su práctica comprar casas que estaban ardiendo y
otras del vecindario de las cuales, ante el peligro inminente y la
incertidumbre, los propietarios se desprendían gustosos a cambio de poco
o de nada, de manera que la mayor parte de Roma, en un momento u otro,
cayó en sus manos”. La autora admite que “esta temática bebe de mi odio a
los caseros y a los constructores chapuceros que sufrimos hoy”. Algunos
de sus personajes son vigiles, una especie de bomberos creados por
Augusto. Junto a las tradicionales villas, con sus frescos, mosaicos,
fuentes y jardines, Davis retrata “edificios vecinales, donde vivía la
mayoría de la gente, con suciedad, malos olores y ruido”.
Uno de
los puntos de interés de sus novelas es explorar cómo era el mundo antes
de la moral judeocristiana. Por ejemplo, “según la ley romana, el
matrimonio se define como el acuerdo entre dos personas para llevar una
vida en común, y es revisable mediante un divorcio. Sólo se redactaban
contratos en caso de reparto de bienes materiales o custodia de los
hijos, no existían papeles para la mayoría de la gente corriente. Es el
mismo principio por el que David Cameron acaba de legalizar el
matrimonio gay”. Sin embargo, el adulterio en la mujer estaba penado, en
una escala que iba desde confiscaciones severas de patrimonio hasta la
muerte, mientras que se aceptaba la infidelidad en el caso del hombre,
que podía incluso tomar concubinas, amantes oficiales, “un término que
no era despectivo, pues se encuentra en algunas lápidas”. Las relaciones
con prostitutas, en cambio, eran ilícitas, es decir, mal vistas.
Imágenes de la serie Roma, una coproducción de la BBC, la cadena HBO y la RAI rodada en la capital italiana y en los estudios de Cinecittà
“Los dos aspectos principales en los que su sociedad difería de la
nuestra –prosigue– eran la esclavitud y la arena. Los gladiadores eran
equiparables al fútbol moderno, y el derramamiento de sangre era
criticado de vez en cuando. Séneca se preguntó que, si un asesino
merecía el castigo, de acuerdo, pero ¿qué habían hecho los espectadores
para merecer ver aquello?, aunque era una opinión minoritaria”.
El
código penal era claro. “Los delitos graves se castigaban con la
ejecución. La nobleza moría a espada, preferiblemente con sus propias
manos; les inducían al suicidio, método barato y que suponía ventajas
legales para los herederos. A las clases inferiores las enviaban a la
arena; pero eso se consideraba tan degradante que, a veces, a un
ciudadano libre que hubiera cometido un crimen terrible le daban tiempo
para escapar y no volver nunca al imperio”.
“No soy cristiana
–afirma Davis–, y eso era una de las cosas que me atraían del mundo
romano, su paganismo”. De ahí la importancia de los ritos de la religión
romana, por ejemplo las vírgenes vestales, que “cuidaban del fuego
sagrado en el templo, que nunca tenía que extinguirse y que representaba
la vida, el bienestar y la unidad del Estado”. La obra de Davis tiene
uno de sus atractivos en ese reflejo de una vida mediterránea donde “la
fuerza motriz son cosas que en otras sociedades sólo serían secundarias:
pasear, el bienestar físico... Es gente muy apasionada e informal”.
En
la vida privada, eso sí, “los hombres eran los activos sexualmente. Se
aceptaba incluso que tuvieran sexo con otros hombres, siempre que fuera
en el rol activo y el receptor fuera un prostituto o esclavo. Lo
contrario podía ser castigado con la muerte”. Las fronteras de clase
eran rígidas, pero, a la vez, la esclavitud no siempre era un estado
permanente. “Los romanos eran muy esnobs: según quienes eran tus
antepasados, eso eras tú. Pero, por otro lado, en el periodo imperial,
se promovió la cultura de la persona hecha a sí misma y que dibujaba un
futuro diferente si tenía suficiente talento y energía. Pero un esclavo
liberado, de algún modo, seguía siendo un exesclavo, y de ahí la palabra
liberto”.
La política era cosa de los ricos. “Los
senadores debían tener al menos un millón de sestercios invertidos en
tierras italianas. A la clase ecuestre se pertenecía con sólo 400.000
sestercios. La plebe eran los pobres, que, aun sin privilegios, al menos
podían votar y comparecer ante los tribunales. Por debajo estaban los
libertos, cuya vergüenza original duraba sólo una generación. Los
esclavos eran una propiedad, no podían contraer matrimonio y podían ser
utilizados sexualmente”.
La vida cotidiana discurría bajo unos
estrictos cauces horarios. “Dividían el día y la noche en doce horas,
cada uno según la luz y la oscuridad, de tal modo que en invierno una
hora podía tener tan sólo 45 minutos. La gente se levantaba al alba, y
la jornada laboral terminaba en torno a la hora sexta, que era cuando
abrían las casas de baños. La cena era a la hora octava, y los burdeles
estaban cerrados hasta la hora nona”.
Sobre la comida, explica
que “dependía por supuesto de la clase social; la carne era para los
ricos. La dieta mediterránea de hoy está llena de cosas de Sudamérica,
como los tomates. Ellos no comían nada del nuevo mundo: ni calabaza, ni
berenjenas, ni pimientos, ni cacao... es decir, nada de la cultura
gastronómica italiana moderna, como la pasta. Cocinaban de modo
sencillo: se freían algo en una sartén como aquella, ¿ve? o lo hervían
en una cacerola. Tenían pescado, marisco, embutido, salchichas, frutas,
verduras, ensaladas y hierbas, y varios quesos. Había establecimientos
populares, que yo llamo los caupona para simplificar, en las
aceras, donde ofrecían comida y bebida y, en el piso de arriba,
servicios sexuales, porque ser ‘camarera’ era un oficio con muchas
variantes. Y bebían vino mezclado con miel”. Gastronómicamente, Davis
ofrece la receta de un pollo cocinado a la romana, con anís, comino,
aceite de oliva, vino blanco y pimienta. “Le garantizo que se lo puede
comer, y le sabrá como entonces”.
En esa Londres que acaba de
celebrar sus Juegos Olímpicos, Davis habla del circo como gran
espectáculo. “Además de los gladiadores, centenares de animales,
exóticos y vulgares, eran sacrificados cada vez. Pero también iban al
teatro y a conciertos. Y hasta hacían turismo; los romanos inventaron el
turismo patrimonial y grababan sus nombres en las columnas de los
templos antiguos, aprovechaban su buena red de carreteras y la seguridad
de los mares bajo la pax romana. Tuvo que haber empresarios que facilitaran viajes”.
Tras
el recorrido, en la cafetería del museo, Davis evoca el día en que
empezó a escribir sobre los romanos. “Fue hace mucho tiempo, a finales
de los años 80. Yo quería ser novelista. Hice algunas obras románticas,
pero ya vi que no era mi camino. Mi profesora de latín me había
introducido el interés por los romanos, porque en Inglaterra muchos
hallazgos importantes son muy recientes, de los años 60”. Si la
identidad francesa se construye contra la romana –ella nunca ha leído
Astérix, jura–, los ingleses quieren a los romanos “porque son parte de
nuestra historia, aunque también hubo lucha”. Eso sí, son el precedente
más claro de la actual Unión Europea, “y su moneda única, el denario,
que Domiciano revaluó y que tuvo más éxito que el euro actual,
al que los británicos nos resistimos”.
Lejos de cualquier trama detectivesca, las campañas militares tienen su importancia en Domiciano.
“Por primera vez, describo escenas bélicas. El emperador batalla contra
los dacios en Transilvania, y para ello retira algunas tropas de
Britania, que era un pozo sin fondo, como hoy Iraq. Fíjese que los
dacios son los antepasados de Ceaucescu, quien curiosamente ignoró su
legado hasta el punto de paralizar las excavaciones”.
Davis elogia la serie Roma
–“salvo alguna cosilla sensacionalista”– pero lamenta que finalmente la
BBC prefiriera coproducir ese proyecto en vez del suyo sobre Falco.
¿Hay
algún punto en que los romanos estuvieran más desarrollados que
nosotros? “Sí –responde sin dudarlo–, sus edificios estaban bien
construidos, con buenos materiales, y duraban más tiempo, no como los
constructores de hoy; es un escándalo que les permitan hacer esos
bloques de pisos”.
by PI
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