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lunes, 4 de marzo de 2013

Lindsey Davis y Roma


Lindsey Davis
Lindsey Davis es, a sus 63 años, y a pesar de su condición de inglesa, la gran novelista viva de la Roma clásica. Su detective Marco Didio Falco, del que ha escrito nada menos que veinte libros, forma parte del imaginario de millones de lectores en medio mundo. Es por eso que Magazine la cita en lo que queda de Londinium, es decir, en el Museo de Londres, invadido entre semana por grupos de escolares uniformados que se hacen fotos junto a ánforas, rudimentarios cuchillos con muescas y barnizadas maquetas de coliseos, mientras unos musculados gladiadores luchan con desenvoltura en las pantallas de plasma, protegidos por los restos de la muralla del siglo III que flanquean el moderno edificio. Roma está otra vez de moda, aunque Davis empezó a escribir sobre ella mucho antes, a finales de los años 80. Orgullosa hija de la working class de Birmingham, se mueve con aires de cónsul mientras ofrece explicaciones detalladas sobre el uso cotidiano de pequeños objetos de aquellos tiempos. En su último libro, Domiciano. Dominus et deus (Edhasa), que aparece este mes a la venta en España, abandona a su mítico detective y se centra en la figura del emperador Domiciano (51-96), que reinó en el primer siglo de nuestra era. 

La afición de los ingleses por la historia rivaliza sólo con la que sienten por la jardinería. “Recibo multitud de mensajes –cuenta la autora, mientras pasea por las salas–, y los conservadores y los arqueólogos de este museo profesan tanta simpatía hacia mis libros que reconstruyeron la maqueta de una noria basándose en mis novelas”. ¿Sigue habiendo hallazgos que originen nuevas visiones? “Claro, en el 2001, encontraron en Southwark, por ejemplo, la tumba de una gladiadora. Pero yo viajo a Italia todos los años para investigar in situ, en los yacimientos”. Apunta que “los romanos siempre vieron Britania como extranjera, por su remota ubicación y por su composición social. La invadieron para conseguir metales preciosos, pero no estaban muy bien informados sobre lo que realmente había. Tácito habló de Britania como de un lugar ‘de clima espantoso, con lluvias y nieblas frecuentes’ aunque, dijo, los frutos crecían con rapidez”.

Cayo Vinio y Flavia Lucila, un guardia pretoriano y una peluquera, son los protagonistas, junto al emperador, de su nueva obra, que, si bien está protagonizada por su dinastía favorita, la Flavia, no tiene a Falco entre sus personajes. Davis explica que ello se debe a que perdió a Richard, su compañero sentimental, hace tan sólo tres años: “Había sido un gran apoyo para desarrollar al personaje, me acompañaba a todos lados, hasta a las cloacas de París, para investigar. Mi editor de siempre, además, cambió de empresa, y me dije que, ante tantas ausencias, era un buen momento para abandonar a mi personaje y crecer, ofreciendo una obra más ambiciosa. Tenía sentido cambiar, me pareció que era la hora de volver a la fascinación primigenia por Roma que me condujo a crear a Falco, pero extrayendo de ella otro fruto. No quiere decir que esté muerto para siempre, no lo sé, ¿quién sabe?”. Confiesa que ahora trabaja “en una spin off de Falco, protagonizada por su hijastra británica, algo más refrescante”.

Ante las telas romanas expuestas en una vitrina, Davis explica que “la túnica era la prenda básica: un rectángulo largo para las mujeres y corto para los hombres; el cuello era su punto débil, pues siempre sufría rasgaduras y carreras. Se confeccionaban con lana, por lo que eran difíciles de lavar e irritaban las pieles delicadas. Los colores se hacían cada vez más pálidos en cada lavado, y el olor corporal era algo natural, en un mundo sin desodorante. Las pelucas las utilizaban ambos sexos, y el maquillaje salía de posos de vino y estiércol. Los buenos romanos iban afeitados, eso los distinguía de los bárbaros”.


La serie de televisión Roma fue estrenada en el 2005 y recibió los premios más prestigioso
Domiciano, el primer emperador que pidió ser llamado “Dueño y Dios” –rompiendo la tradición de fingir ser un primus inter pares–, ha sido retratado a menudo como un tirano, a la altura de Calígula o Nerón. Pero la autora ofrece en su novela una visión más compleja de alguien que “reconstruyó Roma tras un incendio devastador, hizo fuertes las fronteras del imperio en el Danubio y financió como pocos las artes. Eso sí, reconozco que estuvo aislado y que era un paranoico obsesionado con eliminar a cualquiera que amenazara su poder. Fue celoso hasta el extremo de asesinar en plena calle al actor que supuestamente se acostaba con su mujer, y entabló una guerra a muerte contra los senadores”. 

“Domiciano es diez años menor que su hermano Tito –explica Davis–. Es fuerte, con el cabello rizado característico de su familia, el mentón flaviano hendido y el cuello de toro. Las estatuas lo muestran parecido a Tito, pero yo lo imagino más regordete y sensiblero. Habría sido tan buen estadista como su padre, Vespasiano, y a ratos lo consiguió. Pero nunca compartió una campaña militar con él, sino que lo dejaron en Roma; eso lo volvió introvertido y solitario. Se esforzaba en impresionar a su padre y en igualar a su hermano, más carismático. A los veinte años fue arrojado al poder y se volvió loco. Impuso un reinado de terror que acabó con su asesinato”. Davis cree que el diagnóstico médico es claro: “Paranoia, un caso clásico. No tenían el concepto, pero sí los síntomas, lo llamaban histeria”. Algunos le han criticado que no aborde la gran persecución de los cristianos, pero ella responde: “Es que creo que no se produjo, es un mito, no existen evidencias históricas que lo prueben. Estoy un poco harta de que nos cuenten que los romanos del siglo I ardían en deseos de convertirse”.

Cayo Vinio, como buen pretoriano, está obligado a “defender al emperador de todos los peligros, sobre todo de sí mismo”, mientras que Flavia Lucila, una liberta, trabaja peinando a los más poderosos de la ciudad, tanto hombres como mujeres. Ella es un personaje femenino fuerte: “Con su trabajo de peluquera puede ganar dinero, y con ello conquista su independencia y su libertad de elección”. “Las mujeres, en ausencia de padre o esposo que hablara por ellas, tenían un tutor, pero las madres de tres hijos sí podían manejarse sin él y hacer su voluntad. Al menos era mejor ser mujer en Roma que en Grecia, pues podían salir a cenar con sus maridos, y en casa no se las solía contrariar”.

Una de las chicas que pasean por el museo exclama ante su amiga: “¿Ves? Tenían muchos hijos porque no había condones”. Y Davis, didáctica, no puede evitar corregirla: “No exactamente, los romanos también tenían sus métodos anticonceptivos, como espermicidas, pero la pasión hacía que a veces se olvidaran de ellos, y la consecuencia, como ahora, eran los bebés y las enfermedades”. 

En las novelas de esta exfuncionaria hay corrupción política (con episodios, ay, en Hispania, donde se producía el aceite de oliva, que era el petróleo de la época), desahucios y hasta mobbing inmobiliario. Así definió Plutarco la obra de un especulador de la época que, “al observar lo propensa que era la ciudad al fuego y a los derrumbamientos por la altura de los edificios y por el hecho de estar tan cerca unos de otros, compró esclavos que fueran albañiles y arquitectos y cuando hubo reunido a más de quinientos, hizo de su práctica comprar casas que estaban ardiendo y otras del vecindario de las cuales, ante el peligro inminente y la incertidumbre, los propietarios se desprendían gustosos a cambio de poco o de nada, de manera que la mayor parte de Roma, en un momento u otro, cayó en sus manos”. La autora admite que “esta temática bebe de mi odio a los caseros y a los constructores chapuceros que sufrimos hoy”. Algunos de sus personajes son vigiles, una especie de bomberos creados por Augusto. Junto a las tradicionales villas, con sus frescos, mosaicos, fuentes y jardines, Davis retrata “edificios vecinales, donde vivía la mayoría de la gente, con suciedad, malos olores y ruido”.

Uno de los puntos de interés de sus novelas es explorar cómo era el mundo antes de la moral judeocristiana. Por ejemplo, “según la ley romana, el matrimonio se define como el acuerdo entre dos personas para llevar una vida en común, y es revisable mediante un divorcio. Sólo se redactaban contratos en caso de reparto de bienes materiales o custodia de los hijos, no existían papeles para la mayoría de la gente corriente. Es el mismo principio por el que David Cameron acaba de legalizar el matrimonio gay”. Sin embargo, el adulterio en la mujer estaba penado, en una escala que iba desde confiscaciones severas de patrimonio hasta la muerte, mientras que se aceptaba la infidelidad en el caso del hombre, que podía incluso tomar concubinas, amantes oficiales, “un término que no era despectivo, pues se encuentra en algunas lápidas”. Las relaciones con prostitutas, en cambio, eran ilícitas, es decir, mal vistas.


Imágenes de la serie Roma, una coproducción de la BBC, la cadena HBO y la RAI rodada en la capital italiana y en los estudios de Cinecittà
“Los dos aspectos principales en los que su sociedad difería de la nuestra –prosigue– eran la esclavitud y la arena. Los gladiadores eran equiparables al fútbol moderno, y el derramamiento de sangre era criticado de vez en cuando. Séneca se preguntó que, si un asesino merecía el castigo, de acuerdo, pero ¿qué habían hecho los espectadores para merecer ver aquello?, aunque era una opinión minoritaria”.

El código penal era claro. “Los delitos graves se castigaban con la ejecución. La nobleza moría a espada, preferiblemente con sus propias manos; les inducían al suicidio, método barato y que suponía ventajas legales para los herederos. A las clases inferiores las enviaban a la arena; pero eso se consideraba tan degradante que, a veces, a un ciudadano libre que hubiera cometido un crimen terrible le daban tiempo para escapar y no volver nunca al imperio”.

“No soy cristiana –afirma Davis–, y eso era una de las cosas que me atraían del mundo romano, su paganismo”. De ahí la importancia de los ritos de la religión romana, por ejemplo las vírgenes vestales, que “cuidaban del fuego sagrado en el templo, que nunca tenía que extinguirse y que representaba la vida, el bienestar y la unidad del Estado”. La obra de Davis tiene uno de sus atractivos en ese reflejo de una vida mediterránea donde “la fuerza motriz son cosas que en otras sociedades sólo serían secundarias: pasear, el bienestar físico... Es gente muy apasionada e informal”.

En la vida privada, eso sí, “los hombres eran los activos sexualmente. Se aceptaba incluso que tuvieran sexo con otros hombres, siempre que fuera en el rol activo y el receptor fuera un prostituto o esclavo. Lo contrario podía ser castigado con la muerte”. Las fronteras de clase eran rígidas, pero, a la vez, la esclavitud no siempre era un estado permanente. “Los romanos eran muy esnobs: según quienes eran tus antepasados, eso eras tú. Pero, por otro lado, en el periodo imperial, se promovió la cultura de la persona hecha a sí misma y que dibujaba un futuro diferente si tenía suficiente talento y energía. Pero un esclavo liberado, de algún modo, seguía siendo un exesclavo, y de ahí la palabra liberto”.

La política era cosa de los ricos. “Los senadores debían tener al menos un millón de sestercios invertidos en tierras italianas. A la clase ecuestre se pertenecía con sólo 400.000 sestercios. La plebe eran los pobres, que, aun sin privilegios, al menos podían votar y comparecer ante los tribunales. Por debajo estaban los libertos, cuya vergüenza original duraba sólo una generación. Los esclavos eran una propiedad, no podían contraer matrimonio y podían ser utilizados ­sexualmente”.

La vida cotidiana discurría bajo unos estrictos cauces horarios. “Dividían el día y la noche en doce horas, cada uno según la luz y la oscuridad, de tal modo que en invierno una hora podía tener tan sólo 45 minutos. La gente se levantaba al alba, y la jornada laboral terminaba en torno a la hora sexta, que era cuando abrían las casas de baños. La cena era a la hora octava, y los burdeles estaban cerrados hasta la hora nona”.

Sobre la comida, explica que “dependía por supuesto de la clase social; la carne era para los ricos. La dieta mediterránea de hoy está llena de cosas de Sudamérica, como los tomates. Ellos no comían nada del nuevo mundo: ni calabaza, ni berenjenas, ni pimientos, ni cacao... es decir, nada de la cultura gastronómica italiana moderna, como la pasta. Cocinaban de modo sencillo: se freían algo en una sartén como aquella, ¿ve? o lo hervían en una cacerola. Tenían pescado, marisco, embutido, salchichas, frutas, verduras, ensaladas y hierbas, y varios quesos. Había establecimientos populares, que yo llamo los caupona para simplificar, en las aceras, donde ofrecían comida y bebida y, en el piso de arriba, servicios sexuales, porque ser ‘camarera’ era un oficio con muchas variantes. Y bebían vino mezclado con miel”. Gastronómicamente, Davis ofrece la receta de un pollo cocinado a la romana, con anís, comino, aceite de oliva, vino blanco y pimienta. “Le garantizo que se lo puede comer, y le sabrá como entonces”.

En esa Londres que acaba de celebrar sus Juegos Olímpicos, Davis habla del circo como gran espectáculo. “Además de los gladiadores, centenares de animales, exóticos y vulgares, eran sacrificados cada vez. Pero también iban al teatro y a conciertos. Y hasta hacían turismo; los romanos inventaron el turismo patrimonial y grababan sus nombres en las columnas de los templos antiguos, aprovechaban su buena red de carreteras y la seguridad de los mares bajo la pax romana. Tuvo que haber empresarios que facilitaran viajes”.

Tras el recorrido, en la cafetería del museo, Davis evoca el día en que empezó a escribir sobre los romanos. “Fue hace mucho tiempo, a finales de los años 80. Yo quería ser novelista. Hice algunas obras románticas, pero ya vi que no era mi camino. Mi profesora de latín me había introducido el interés por los romanos, porque en Inglaterra muchos hallazgos importantes son muy recientes, de los años 60”. Si la identidad francesa se construye contra la romana –ella nunca ha leído Astérix, jura–, los ingleses quieren a los romanos “porque son parte de nuestra historia, aunque también hubo lucha”. Eso sí, son el precedente más claro de la actual Unión Europea, “y su moneda única, el denario, que Domiciano revaluó y que tuvo más éxito que el euro actual, 
al que los británicos nos resistimos”.

Lejos de cualquier trama detectivesca, las campañas militares tienen su importancia en Domiciano. “Por primera vez, describo escenas bélicas. El emperador batalla contra los dacios en Transilvania, y para ello retira algunas tropas de Britania, que era un pozo sin fondo, como hoy Iraq. Fíjese que los dacios son los antepasados de Ceaucescu, quien curiosamente ignoró su legado hasta el punto de paralizar las excavaciones”.

Davis elogia la serie Roma –“salvo alguna cosilla sensacionalista”– pero lamenta que finalmente la BBC prefiriera coproducir ese proyecto en vez del suyo sobre Falco.

¿Hay algún punto en que los romanos estuvieran más desarrollados que nosotros? “Sí –responde sin dudarlo–, sus edificios estaban bien construidos, con buenos materiales, y duraban más tiempo, no como los constructores de hoy; es un escándalo que les permitan hacer esos bloques de pisos”.     

by PI
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