Si hoy nos dicen que un dinosaurio de hace 80 millones de
años empollaba sus huevos como una gallina, seguramente
no nos sorprendería demasiado. Pero en el año 1995
los científicos aún estaban intentando hacerse a la idea de la
estrechísima conexión entre las aves y aquellos gigantes de
la prehistoria. Y eso que cada vez más fósiles muy bien conservados
y llenos de detalles reveladores empezaban a establecer
este parentesco de manera contundente. Dos gotas
colmaron el vaso: las impresiones de plumas y las instantáneas
de comportamientos de tipo aviario.
El fósil llamado Big Mama causó sensación. Era una mamá
dinosaurio hallada en Mongolia que murió ipso facto, sepultada
por una duna, mientras estaba sentada sobre un nido con
más de 20 huevos. Dotada de pico y cresta, se trataba de una
versión aumentada (unos tres metros de largo) del conocido
Oviraptor. Su nombre científico es Citipati osmolskae. Según
la leyenda, los citipatis fueron dos monjes tibetanos a quienes
un ladrón decapitó mientras se hallaban en pleno trance
de la meditación. A Big Mama le falta la cabeza y parte del esqueleto,
pero lo que queda es inconfundible: grandes manos
con tres garras curvadas se extienden a los lados del cuerpo,
protegiendo los huevos. Hoy sabemos que, muy probablemente,
esos brazos estaban cubiertos de largas plumas como
les ocurre a las alas de sus parientes cercanos, las aves.








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