Los amantes de los documentales de
la naturaleza recordarán aquella culebra
africana capaz de tragarse un huevo
entero más grande que su cabeza.
Mandíbulas de goma y amplias también
son rasgos típicos en boas, pitones,
cobras, víboras… Pero las serpientes
antiguas no disponían de las mismas
capacidades que muchas de sus descendientes
modernas. Desde luego, la
Sanajeh indicus, del Cretácico tardío,
no tenía un cráneo apto para engullir un
gran huevo, ni unos dientes capaces de
perforar una cáscara gruesa. Aunque
quizá sí pudiera romper huevos aplastándolos
con su cuerpo, como hace hoy
día la Loxocemus bicolor americana,
no obstante, habría necesitado mucha
fuerza. Lo más fácil habría sido rondar
los nidos ajenos, detectar por el ruido
los que están a punto de eclosionar y
esperar tranquilamente hasta que naciera
la cría para devorarla. Ésta
es la estrategia que puede deducirse
a partir de un fósil hallado en la India
en 1984. Contiene un nido de huevos
de Titanosaurio, un gran dinosaurio
saurópodo de cuello largo que no cuidaba ni protegía su puesta. La nidificación
incluía los restos de una cría
recién nacida de medio metro de largo.
Diecisiete años más tarde, tras un
nuevo análisis del fósil, se descubrió la
serpiente. Estaba enrollada junto al dinosaurio
bebé, alrededor de los restos
de lo que había sido su huevo. Medía
unos 3.5 metros. Antes de que pudiera
devorar al pobre recién nacido, un
montón de sedimentos les cayó encima
y los sepultó para siempre.
Los paleontólogos han encontrado
restos de Sanajeh indicus en otros nidos
de Titanosaurio. Interpretan, por tanto,
que la asociación no es casual y que se
trata de etofósiles, es decir, de momentos
fosilizados que realmente capturan
el comportamiento de los animales.








No hay comentarios:
Publicar un comentario