Marcos Rodríguez Pantoja, quien nació en Añora,
España, en 1946, al cual he tenido el placer de entrevistar
en un par de ocasiones. La increíble aventura de Marcos
comenzó cuando su padre y su madrastra, que vivían con
él en Fuencaliente, lo vendieron a un pastor de cabras de
Sierra Morena en 1954. Tenía sólo siete años y era víctima
de malos tratos. Cuando el cabrero falleció, Marcos decidió
quedarse en la sierra. Al fin y al cabo, la vida entre humanos
le había dejado un recuerdo negativo. Un día que Marcos
tenía mucha hambre y frío, decidió meterse en una lobera
donde había varias crías. Allí se quedó dormido hasta que
aparecieron sus padres lobos que regresaban de cazar. Al
principio, le gruñeron y él se echó las manos al cuello
para protegerse de un ataque mortal. Pero algo ocurrió en ese instante que lo
cambió todo para siempre: los amenazantes
gruñidos se convirtieron en lametazos. Hasta le
dieron un trozo de carne recién cazada, con su propia
boca, como suelen hacer con sus crías. Desde ese
momento se convirtió en un miembro más de la manada.
Aprendió a cazar con ellos y a imitar los ruidos de los animales
del bosque. Se vestía con las pieles de sus presas. Un
día de 1965, después de 11 años viviendo en los bosques, un
cazador le vio corriendo entre la maleza y dio parte a las autoridades.
Tardaron en encontrarlo, pero al fin dieron con
él y lo trasladaron a Fuencaliente, donde aún vivía su padre.
Después fue llevado a un convento al que le costó adaptarse,
ya que no soportaba la comida cocinada.
Poco a poco, aprendió a hablar y acabó integrándose en
la sociedad. Es fácil conversar con él. Marcos es un ser
sensible e inocente, al que agobian las aglomeraciones. Actualmente
se encarga de cuidar un pazo en Galicia donde
por fin ha encontrado la paz. De vez en cuando da charlas
en colegios para que los alumnos aprendan a querer a los lobos, que al fin y al cabo le salvaron la vida.
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