Pocas instantáneas fósiles pueden ser tan dramáticas
como un parto, pero muestran interesantes
cambios en la reproducción de los animales
antiguos. Los ictiosaurios –lagartos-peces– fueron
reptiles marinos semejantes a los delfines. No ponían
huevos, sino que parían sus crías en el agua.
Se han hallado cientos de hembras con embriones
dentro y se conocen al menos dos alumbramientos,
en diferentes estadios evolutivos. El primero es un
Stenopterygius, un género muy común de hace 180
millones de años (Jurásico). La madre medía unos
tres metros. La cría nace con la cola primero, como
en los delfines. Tiene lógica: si la cabeza sale antes y
el parto se complica, la cría se ahoga.
El segundo es un Chaohusaurus, el Ictiosaurio
más antiguo que se conoce –248 millones de
años–. De apenas un metro, alargado y con aletas
poco desarrolladas, nadaba ondulando el cuerpo.
Su linaje llevaba poco tiempo en el mar y aún no habían
adquirido forma de huso. En el parto petrificado
vemos tres crías: una dentro de la madre, otra fuera y
la tercera naciendo, sacando la cabeza primero. No parece un accidente, porque las tres están orientadas
en la misma dirección, pero nacer de cabeza es
tan ventajoso en un animal terrestre como peligroso
en uno acuático. Los investigadores deducen que,
antes de adaptarse a vivir en el agua, los abuelos de
los ictiosaurios ya daban a luz en tierra. Aunque eran
reptiles, habían dejado de poner huevos. Luego, a
medida que la evolución modelaba un cuerpo apto
para la vida marina, el parto acuático mejoró. En algún
momento entre Chaohusaurus y Stenopterygius
las crías se dieron la vuelta.









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