Que pueda fosilizarse un combate entre dinosaurios
parece exagerado, sin embargo, el paleontólogo
Mark Norell, del Museo Estadounidense de Historia Natural,
y otros muchos expertos argumentan que es posible.
Uno de los fósiles más fascinantes –tesoro nacional de
Mongolia– muestra dos esqueletos de hace 74 millones
de años, uno junto al otro, enzarzados de una forma que
no parece casual. Un Velociraptor, tumbado sobre el lomo,
dirige sus cuatro peligrosas extremidades hacia el Protoceratops
–dino herbívoro– que está encima de él. Su zarpa
izquierda reposa en la enorme cabeza de la presa; la famosa
garra del pie en forma de hoz del Velociraptor está sobre
el cuello del vegetariano, como punzándole la yugular
o la carótida. Sin embargo, el Protoceratops, mucho más
robusto y pesado, aplasta con su cuerpo la pierna derecha
del depredador y le muerde el brazo derecho. Aparentemente,
le ha roto los huesos al cazador. El desmoronamiento de
una duna los sepultó bruscamente, como ocurrió con muchos
otros habitantes del desierto del Gobi. ¿Estaban ya
muertos nuestros dos protagonistas? ¿Quizá moribundos,
heridos fatalmente por los ataques mutuos? ¿O aún
luchaban? Norell tiene claro que seguían batallando. Kenneth
Carpenter, otro estudioso del fósil, sostiene que el
herbívoro, herido de muerte por los ataques del raptor, se
defendió y logró inmovilizarlo. Cuando la duna los enterró,
ambos cuerpos estaban ya resecos. Eso explica por qué
faltan tres patas del Protoceratops –los carroñeros tuvieron
tiempo de llevárselas– y por qué el Velociraptor tiene
el cuello doblado en una postura de muerte típica de las
grandes aves cuando quedan momificadas.









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