Janet Yellen tomará posesión en quince días de la presidencia de la Reserva Federal (FED) de EE UU, el banco central más poderoso del mundo. Yellen está catalogada como keynesiana, intervencionista y afín a las tesis de los economistas progresistas Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Pero cuando fue propuesta para el cargo, el 9 de octubre, la noticia fue celebrada por los mercados y por los analistas, y las bolsas recibieron el anuncio con alzas generalizadas en Wall Street, el Ibex 35 español y otros índices europeos. La tesis de que los mercados están alineados con el neoliberalismo en todo momento y lugar y que quieren menos Estado y menos intervencionismo público en la economía precisa ser revisada.
El caluroso recibimiento a quien está tipificada como "paloma", partidaria de las políticas anticíclicas y expansivas, defensora de la lucha contra el paro como prioridad previa a la consolidación presupuestaria y los ajustes, y contraria a las posiciones de los "halcones" -que anteponen el sometimiento del déficit a la opción de los estímulos como vía de salida de la crisis-, no es un hecho aislado ni insólito durante estos más de seis años de crisis. En realidad ha sido casi una constante.
Cada vez que el año pasado -en verano y luego en otoño- la Reserva Federal y su presidente, Ben Bernanke, amagaron con emprender la retirada de las políticas monetarias de expansión excepcional, la respuesta de los mercados fue de temor y de disgusto. Las bolsas bajaron y las tensiones volvieron. Y a la inversa, cuando Yellen alertó el 14 de noviembre del riesgo de una retirada precipitada de la compra de bonos y deuda por la FED, las bolsas se alegraron.
Ocurrió igual el 7 de noviembre. Las bolsas reaccionaron con subidas al anuncio del Banco Central Europeo (BCE) de que bajaba su tasa oficial de interés al nivel ínfimo e inédito del 0,25 por ciento. Pero bastó que, horas después, circulara el rumor de que la FED estaba considerando una revisión de su programa de "expansión cuantitativa" (inyección de 85.000 millones de dólares mensuales en la economía) para que los mercados se dieran la vuelta y cerraran (salvo Fráncfort) en negativo.
Siempre que esto ocurrió, la FED tuvo que salir al paso para garantizar un nuevo aplazamiento del llamado "tapering" o retirada de los estímulos monetarios, con el fin de restablecer la confianza de los inversores y el sosiego en los mercados financieros.
Esto ya había pasado en el primer tramo de 2010. Bastó que la FED elevara tímidamente el tipo de interés de su ventana de descuento para que cundiera el pánico. La relajación no volvió hasta que Bernanke anunció, de inmediato, que el tipo de intervención se iba a mantener bajo por un dilatado período de tiempo.
El 18 de diciembre pasado no ocurrió aparentemente lo mismo. La FED, a punto de que Bernanke finalizara su mandato, confirmó el inicio de la reversión de la política expansiva a partir de enero y, pese a ello, las bolsas no cayeron como las veces precedentes, sino que subieron. Y eso que esta vez ya no era un mero tanteo de la Reserva Federal, sino una decisión en firme del banco central estadounidense.
Lo determinante en la inusual reacción de las bolsas, que recibieron con alzas lo que otras veces despacharon con caídas, fue que los mercados habían descontado una contracción mayor de la política monetaria: temían una retirada de 20.000 millones mensuales frente a los 10.000 millones que finalmente decidió la FED. De modo que las bolsas cayeron y la prima de riesgo española remontó la víspera -cuando se temía lo peor-, y reaccionaron con satisfacción cuando la FED exhibió una decisión más cauta que la prevista. Los inversores se quedaron, además, con la parte que les era más favorable: el banco central estadounidense va a seguir volcando en el mercado 75.000 millones mensuales, Bernanke se comprometió a mantener bajos los tipos de interés durante mucho tiempo y además la FED dio garantía de reconsiderar su decisión si se detectaban en el inmediato futuro síntomas de ralentización de la mejora de la economía y del empleo en EE UU.
El pronunciamiento de los mercados es más elocuente en la medida en que es una toma de posición en la cuestión crucial que polariza la vida política de EE UU entre demócratas, partidarios de la expansión monetaria y fiscal y de subidas de impuestos a los más favorecidos, y republicanos, defensores de la contracción y del recorte del gasto público.
Cuantas veces EE UU estuvo al borde del "precipicio fiscal" (combinación de subidas de impuestos y recortes del gasto público) y cuando Barack Obama se vio forzado por los republicanos al "cierre de la Administración", los mercados contuvieron la respiración y a esa inquietud no fueron ajenas las autoridades de la UE, el gran espacio económico que ejemplifica la estrategia de los ajustes, los recortes y las subidas de impuestos. Es como si la UE y los gobiernos nacionales europeos, en contradicción con sus propias tesis, temiera que el resto del mundo siguiera sus pasos y adoptara su receta frente a la crisis: el intento de salida por el lado de la oferta (reformas y recortes) y no por el de la demanda (estímulos).
La actual relajación de las primas de riesgo en España hasta caer a los niveles del último año de Zapatero, y también en los demás países de la periferia meridional europea, obedece a once hitos: las trece palabras de Mario Draghi, presidente del BCE, el 26 de julio de 2012 comprometiendo su disposición a actuar con todas las consecuencias en los mercados ("el BCE hará todo lo necesario para salvar el euro. Y será suficiente"); su inmediato plan de compra de deuda soberana (OMT), aprobado el 6 de septiembre y que aún no ha sido usado -todo lo cual hizo que los inversores volvieran a tomar posiciones en España-; las inyecciones de liquidez del BCE a la banca ("barra libre"); el rescate de bancos españoles con ayuda europea; el avance en los nuevos mecanismos únicos de supervisión y liquidación bancarios; la relajación europea en lo que el inversor George Soros denominó en diciembre como la menor exigencia de "restricciones fiscales suplementarias" en la UE; la fastuosa política expansiva, tanto fiscal como monetaria, del Gobierno de Shinzo Abe en Japón y del nuevo responsable del banco central del país (BoJ), Haruhiko Kuroda; la cautela de la FED en la retirada de los estímulos condicionándola a la bajada del paro; el compromiso análogo del Banco de Inglaterra de mantener su programa de compra de activos mientras eso no ocurra; la decisión del régimen comunista chino en julio de demorar las reformas ante los primeros síntomas de ralentización, priorizando el relanzamiento de la producción industrial y la expansión del crédito; y los nuevos aires que se podrían vislumbrar en Alemania tras la sustitución de los liberales por los socialdemócratas en el nuevo Gobierno de coalición que preside la demócrata-cristiana Angela Merkel.
Que las primas de riesgo en la periferia europea estén volviendo al nivel de 2011, pese a que la deuda pública de esos países sigue creciendo de forma intensa (la española ha pasado en sólo dos años de legislatura del 69,3 por ciento del PIB al 93,1%) y que ayer la agencia de calificación crediticia Moody's retirara el estigma de "bono basura" a Irlanda, pese a que su deuda soberana continúa aumentando y ya rebasa el 124,8% del PIB, ponen de manifiesto que, en contra de cuanto se afirmó en los cinco primeros años de la crisis, los mercados están más atentos al crecimiento que a la deuda, y que, en última instancia, celebran la colosal transferencia de deuda privada (de empresas, bancos y familias) al sector público que se está produciendo en ambos países desde el comienzo de la crisis, en un abrumador ejemplo de rescate del capitalismo y de los agentes privados por parte de los estados.
Es decir, ha sido toda una masiva actuación de intervenciones públicas, aun con sus propios riesgos potenciales a medio y largo plazo -y más cuando los bancos centrales "han entrado", en expresión del Fondo Monetario Internacional, "en terrenos ignotos y desconocidos"-, la que está consiguiendo calmar a los mercados, estabilizar la economía con una incipiente, débil y todavía insegura recuperación, y atenuar las tensiones de las primas de riesgo y de los diferenciales entre países.
Nada de ello lo ignoraba el Gobierno español cuando en el verano de 2012, con la prima de riesgo escalando hasta los 649 puntos básicos y el interés del bono a diez años en el 7,75%, presionó cuanto pudo al BCE -incluso con descalificaciones al eurobanco- para que actuara e interviniera en los mercados. Fue el ministro español de Asuntos Exteriores, José García-Margallo, quien lo expresó de forma contundente, y quien, en contradicción con los fundamentos de su programa electoral, reclamó estímulos. Y lo hizo no sólo en 2012 -cuando, con España al borde del rescate, tildó al BCE de ser "un banco clandestino"- sino también en 2013: "La consolidación fiscal no se puede lograr en recesión" (1 de febrero, en Munich), "No se puede elevar la austeridad a dogma teológico" (12 de mayo, en Madrid) y "Con más recortes no se sale de la crisis" (14 de mayo, en Madrid).
Los empresarios también lo saben. De ahí que el ministro de Industria, José Manuel Soria, fuese ovacionado y aclamado por la industria automovilística el 17 de octubre en el I Foro de ANFAC y PwC cuando anunció la renovación del plan de ayudas estatales a la compra de coches, una de las políticas anti-crisis copiadas de las del Gobierno de Zapatero. Y de ahí también que el 29 de octubre, en Jerez de la Frontera, el Instituto de Empresa Familiar reclamó al Gobierno un marco fiscal y regulatorio estable, crédito bancario y también más inversión pública.
Todo esto pone de manifiesto que, frente a las soluciones que cabría esperar de la Escuela Austriaca de pensamiento económico -la de Mises, Hayek y otros-, las que siguen predominando en las expectativas del público y de los agentes económicos contra la recesión y la mayor crisis internacional en 70 años son las vías expansivas al uso: bien el recurso al gasto público y al estímulo fiscal keynesiano o a la expansión monetaria de la Escuela de Chicago y de Milton Friedman con su propuesta de lanzar dinero desde un helicóptero.
Todo esto no es nuevo. Desde el mismo estallido de la actual crisis, y sobremanera desde el colapso crediticio y financiero del otoño de 2008, las demandas han ido en la misma dirección. El 17 de septiembre de 2008, dos días después de la quiebra del mítico banco neoyorquino de inversión Lehman Brothers, la patronal española CEOE reclamó "abrir un paréntesis en el libre mercado y tomar medidas excepcionales, como las que están adoptando otros países, incluso líderes en la libertad económica".
El entonces presidente de EE UU, el conservador George Bush, se hizo intervencionista, sobre todo después de que, al borde del desastre, su secretario del Tesoro, Henry Paulson, le aleccionara sobre el pragmatismo: "Hoy es viernes. Si no intervenimos, el lunes no quedará nada que salvar". Fue así como se optó por el rescate de la aseguradora IAG, las dos magnas sociedades hipotecarias del país (Freddie Mac y Fannie Mae), el mítico fabricante automovilístico General Motors y otros grupos, del mismo modo que ya se había hecho meses antes (el 14 de marzo) con el banco de inversión Bear Sterns en una línea de actuación que luego se abandonó en beneficio de la teoría de que "cada palo aguante su vela". A la vista del desastre originado por haber dejado caer a Lehman Brothers, Bush renunció a su ideario: "Con el fin de asegurar que la economía no se desplome, he abandonado los principios de libre mercado para salvar al sistema de libre mercado", dijo el 16 de diciembre de 2008.
Este utilitarismo adaptativo de las convicciones ya las puso de manifiesto el ex presidente republicano de EE UU Ronald Reagan en 1981-1989 cuando, defensor a ultranza del librecambio, amenazó por vía diplomática a Japón con aranceles proteccionistas, según admite en sus memorias, si sus fabricantes no encarecían los coches con los que estaban arruinando a las fábricas de Detroit. Fue un caso más de intervención pública en defensa de sectores privados por un abanderado de la no injerencia.
En España, Rodrigo Rato, el mayor privatizador español reciente (estuvo en el Gobierno en 1996-2004), proclamó en Oviedo el 27 de febrero de 2009 la necesidad de la intervención pública para rescatar al libre mercado de sus errores. Dijo Rato que la "socialización de pérdidas" -es decir, lo que luego se denominaron "políticas de derroche"- era inevitable y que "no había alternativa a la intervención pública". "El mercado", sostuvo, "se equivocó". Y en octubre pasado se supo que grandes empresarios norteamericanos amenazaron al Partido Republicano con retirarles sus donativos si no permitían al presidente demócrata Barack Obama aumentar el gasto público.
Leopoldo Calvo-Sotelo, presidente del Gobierno entre 1981 y 1982, denunció en sus memorias la "ambigüedad típica" de pedir libertad económica cuando interesa e intervención pública cuando conviene. "Yo mismo había practicado ese doble juego", admitió en alusión a su etapa como consejero delegado de la que fue poderosa compañía Unión Española de Explosivos.
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