En la última década, China ha construido el equivalente de una ciudad como Roma cada dos años. Una velocidad de vértigo, que deja atónito.
El economista Behzad Yaghmaian, autor de varios ensayos sobre capitalismo chino, reconoce que “la historia de la urbanización de Occidente es completamente diferente”. “Allí se hizo a un ritmo mucho más lento –continúa–. Las cosas en el país asiático están ocurriendo de una forma más rápida y, evidentemente, también con más errores”. La fiebre constructora es imparable. Según 'The Wall Street Journal', China ya cuenta con más 600 ciudades medianas, un número que no ha parado de crecer. Cada año se levantan en el país 20 nuevos centros urbanos prácticamente de la nada, según algunas estimaciones.
China necesita ciudades por una razón sencilla: tiene que dar cobijo a millones de campesinos que en los próximos años abandonarán su mundo rural para instalarse en una realidad urbana, con el sueño de una vida mejor. En el 2013, por primera vez en la historia milenaria de China, el número de personas que viven en las ciudades superaba el de las que lo hacen en el campo. Para que se tenga una idea, Europa occidental tardó casi 100 años en alcanzar este momento clave. Estados Unidos, 60. China, en cambio, ha cumplido este proceso en apenas 30.
Pues bien, según la consultora Economist Intelligence Unit, en los próximos 20 años, habrá 268 millones de personas que llamarán a la puerta de una ciudad china en busca de un lugar donde quedarse. Para entonces, en el país tendrá 1.000 millones de habitantes que vivirán en un entorno urbano. Uno de cada ocho individuos del planeta vivirá en una ciudad de ese país. ¿Cómo gestionar esta ola? A largo plazo, se pretende que cada persona disponga un mínimo de 35 metros cuadrados habitables. Un objetivo muy ambicioso. Demasiado. Amadeu Jensana, director de Negocios de Casa Asia, recuerda que “con un crecimiento menor del 7% no se va a crear empleo en China, Por ello necesitan crecer y construir”.
Pero los cálculos no han sido siempre del todo acertados. Prueba de ello es que desde hace un tiempo se habla de “ciudades fantasma”. Medios locales calculan que en China hay hasta 64 millones de viviendas vacías. Tom Miller, autor del libro 'China’s Urban Billon' (El millardo de urbanitas chinos), afirma que “el gobierno ha creado algo para una sociedad que todavía no ha llegado. Pero se ha construido y la gente irá. Y si no, obligarán a que se vaya”.
Sobran ejemplos. En el distrito de Chenggong hay más de 100.000 apartamentos vacíos, según alertaba el Banco Mundial. En el 2010, la revista 'Time' bautizó Kangbashi como “ciudad fantasma”. Ha sido construida en tan sólo cinco años, cerca de Ordos, en la frontera de Mongolia y cerca del centro de explotación de minas de carbón. Su coste alcanzó 116.000 millones de euros, pero todavía se está lejos de las expectativas iniciales de ocupación. A este catálogo se añaden la urbe de Erenhot o el distrito de Dantu.
Los ayuntamientos y gobiernos locales tienen parte de culpa. Debido al sistema tributario del país, quedan muy marginados tras la redistribución de los ingresos. Así, la tierra se ha convertido en la única fuente de riqueza para estas administraciones periféricas, que se han volcado en promociones inmobiliarias. Para Ying Liu, profesor de Finanzas en la Universidad de Shanghai, “esta estrategia no crea directamente empleos, ni se atrae a trabajadores y sus familias. Una tierra urbanizada 'per se' se convierte así en las ciudades fantasmas que vemos”.
Tiendas ficticias sin abrir, locales todavía por vender o alquilar, edificios simbólicos de diseño rodeados de viviendas vacías o campesinos perdidos que se desplazan a caballo... Los testimonios son demoledores. José Manuel Ballesteros, premio Nacional de Fotografía, ha documentado el desarrollo de Zhangzhou (que hoy se ha convertido en una metrópolis) y conoce bien el fenómeno: “Los obreros trabajan con ritmos infernales. Algunos de ellos no ven a su familia durante años, porque se desplazan al lugar de la obra”. ¿Cómo se van a ocupar estos pisos en construcción? “A muchos de los futuros habitantes se les desplazará a la fuerza. Y ellos, encantados, aceptarán el traslado, ya que para muchos poder habitar un edificio con agua corriente o energía eléctrica es casi un milagro”, aventura Ballesteros. ¿Funcionará?
El arquitecto Igor Peraza trabajó cuatro años en China. “Me quedé ahí, proyectando edificios emblemáticos, desde un museo a un campus universitario. Pues bien, acabé agotado. Me fui con la sensación de que tarde o temprano iba a haber un problema. Veía una bola de nieve que crecía y crecía –cuenta refiriéndose al auge inmobiliario–. Pude comprobar de primera mano muchos proyectos en las ciudades del interior y en las periferias de las grandes urbes. Allí se construyeron, sencillamente, edificios imposibles de habitar”.
Menene Gras, comisaria de una exitosa exposición sobre el arquitecto chino Ma Yansong, 'Entre la Modernidad (global) y la tradición (local)', explica que allí se habla de hiperarquitectura. “En estas ciudades la clave es la altura, que permite rentabilizar el suelo para que quepa un mayor número de habitantes”. Una visión urbanística no exenta de polémica. “Me preocupa la velocidad con la que se lleva a cabo todo. Y la extensión: hay ciudades que tienen 150 kilómetros de largo. Cuando el país tenga una moneda más fuerte y se haga más rico, ¿qué pasará con la movilidad urbana? ¿y con el transporte público?”, se pregunta Gras.
“Para mí, salvo notables excepciones, la arquitectura china de estas urbes es algo basta, con rascacielos uno al lado de otro, porque se ve con recelo la creación de espacios públicos o áreas que favorecen la agregación de personas, de ideas y posibles protestas”, opina Igor Peraza, que invita a no quedarse con la imagen superficial de modernidad y vanguardismo. “A veces se encarga a arquitectos extranjeros sólo la fachada, y los chinos hacen el resto. Además, es difícil mantener el control sobre el proceso de construcción para un arquitecto extranjero porque el Instituto de Diseño Chino puede cambiar todo sin obligación de avisar a nadie”, añade.
Aquí está el problema. “El control de la calidad es, simplemente, terrible –denuncia Peraza–. Siempre se intenta ahorrar en la obra. Por eso la mayoría de los edificios están sobredimensionados. Esto se debe a una cierta megalomanía, pero también a la desconfianza en la calidad de los materiales. Como suele ser escasa, los chinos se curan en salud haciendo edificios con una gran envergadura para aumentar su resistencia”. “He visto casos de pisos deteriorados al cabo de 10-15 años. Cuando lo inauguras es impecable, al cabo de un lustro, no”, confiesa un hombre de negocios que viaja a menudo al país asiático.
Tom Rafferty, analista de la consultora EIU explica desde China: “Es evidente que en algunos centros urbanos hay cierto desequilibrio. Yo estaría preocupado por el norte y el este del país, donde la previsión demográfica es negativa, con un envejecimiento rápido. Allí hay ciudades que tendrán dificultades para atraer a los inmigrantes dada su economía relativamente débil”, expone. Según él, “los inmigrantes, en última instancia, se mueven adonde las oportunidades de mercado y de trabajo lo requieran. Es decir, a las grandes urbes. En cambio, China ha invertido en ciudades y regiones que tienen pocas probabilidades de ver un aumento en sus poblaciones”.
Para llenar estas promociones vacías, los empresarios han llegado a ofrecer a sus empleados casas a buen precio. “Recuerdo que se llevó a cabo un concurso para la construcción de un museo emblemático en un solar en medio de la nada de 100.000 metros cuadrados. La idea era aprovechar estas instalaciones para promover un futuro mercado residencial alrededor”, cuenta Peraza. También se han hecho copias de ciudades europeas como puede ser la de Paris.
Las autoridades chinas también pretenden unir ciudades preexistentes con el objetivo de formar un distrito metropolitano de dimensiones gigantescas. Según 'The Telegraph', se está estudiando poner en pie una megaciudad que ocuparía un espacio 53 veces más grande que Nueva York, con 42 millones de personas, en el sudeste del país. Sería una combinación de nueve urbes con una superficie de más de 16.000 kilómetros cuadrados. Asimismo, entre Pekín y Tianjin, con las conexiones de trenes alta velocidad, se prevé crear una macroárea urbana conocida como Bohai Economic Rim, que podría aglutinar a una población de 260 millones de personas (seis veces la de España).
Como si no fuera suficiente, China se está expandiendo en África, rica en materias primas. Allí se prevé edificar una ciudad de la nada, a 30 kilómetros de Nairobi, en Kenia; una aglomeración con 20 rascacielos que serviría como nudo comercial entre los dos continentes y aspiraría a convertirse en otra Dubái para los chinos. ¿China urbanizará el planeta?
by PI
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